Tras la cuarentena, no podemos dudar que el concepto de trabajo ha cambiado. Luis María Cravino, doctor en sociología del trabajo y director de la Certificación Avanzada en Desarrollo Organizacional (un posgrado del Instituto Tecnológico Buenos Aires), comenta que sus estudiantes analizan qué se entiende por horario y espacio laboral, si es posible intercalar virtualidad y presencialidad, cómo crear organizaciones modernas desde una perspectiva más humana, cómo gestionar los datos y por qué la gente renuncia tan seguido.
Es dentro de esta Certificación Avanzada donde se pone en el tapete la posibilidad de acortar la semana laboral, llevándola de 5 a 4 días hábiles y alcanzando una especie de “día Osvaldo” (un día de descanso más, como el que proponía la propaganda de una cerveza a principios del 2000).
La primera tesis que plantea Cravino es que hay que modificar la ley laboral. Argentina es uno de los países con más carga horaria de la región (48 semanales). “A principios del siglo XX se comprobó que, si un operario trabajaba menos de 12 horas por día, lo hacía mejor, aumentaba la productividad y disminuían los accidentes laborales; por eso se acortó la jornada a 8 horas y se incorporó el sábado inglés”, comenta el especialista.
La ley 11.544 (que regula la jornada laboral argentina) fue sancionada hace 93 años en la presidencia de Yrigoyen y aún continúa vigente. Si bien fue beneficiosa en su época (ordenaba la labor de los operarios, que eran explotados) es una norma vieja, creada para otro mundo (en ese tiempo las mujeres no votaban, no existían las computadoras y mucho menos el tele trabajo).
La segunda tesis que manifiesta el sociólogo es que modificarla, no alcanza y dice: “Aunque se cambie, no va a haber una única respuesta satisfactoria para todos los casos, porque ni todos los trabajos, ni todos los empleados son iguales; la ley debería contemplar que los acuerdos sobre horarios laborales sean móviles; tenemos que prepararnos con una norma más amplia que nos permita construir mejores futuros”.
Para un mundo nuevo necesitamos formatos nuevos. Y hay muchos posibles. No es lo mismo el empleo en una fábrica (que puede requerir que los operarios estén todos presentes en un mismo turno) que una tarea individual e intelectual, en donde el trabajador puede hacerla cuando más le convenga. Además, hoy hay más máquinas que hacen el trabajo rutinario y más gente empleada en servicios que en industria (y el número va en aumento).
Hay muchos experimentos alrededor del mundo con nuevas modalidades de trabajo más flexibles e individualizadas que demuestran que no baja la productividad, sino que aumenta; que disminuye el ausentismo, sobre todo el injustificado e indican, en tercer lugar (pero no por eso menos importante) que la gente está más feliz.
Estos experimentos buscan, por un lado, el bienestar de los empleados y por otro, mayor productividad que se traduce en un aumento de la rentabilidad de las empresas. “Los datos nos dicen que los modelos que tenemos que adoptar deben ser de triple impacto; es decir, encontrar un diseño que a la empresa le venga bien mientras el empleado es feliz, atendiendo a la innovación, como tercer factor”, explica Cravino.
Es menester, entonces, cambiar las tesis que teníamos dadas en torno al trabajo, entre ellas (y, sobre todo) la jornada de 8 horas o la semana de 5 días. “No sé qué es mejor o peor, solo digo replanteemos; experimentemos y usemos los datos para diseñar mejores vidas”, sugiere el especialista.
¿Es viable un modelo de jornada reducida en Argentina?
Y otras preguntas atadas a esa: ¿Estaría dispuesto el empleador a pagar el mismo salario por menos horas? ¿Elegiría un empleado tener más horas libres, aunque ello implique cobrar menos?
Si bien es cierto que no todos los argentinos trabajan 48 horas semanales porque existen acuerdos privados por menos carga horaria, hay dos proyectos de ley en curso que buscan reducir la jornada laboral: el de Claudia Ormaechea y el de Hugo Yasky, ambos diputados por el Frente de Todos. Mientras que la primera propone una jornada máxima de 6 horas (con un tope de 36 semanales), el segundo plantea una semana de 40 horas (como tiene España y como sugiere la OIT). Además, busca que el país adopte una semana laboral de 4 días hábiles.
Bélgica es el primer país que reguló legislativamente esta nueva forma de empleo. Allí no trabajan menos horas, sino que las acumularon en una semana de 4 días para descansar 3. “No sé si todos los belgas están contentos porque sigue siendo un esquema rígido y creo que no se trata de encontrar un único horario de trabajo válido; puede haber muchos y que sean todos beneficiosos”, sostiene Cravino.
En conclusión, no se apunta a recortar los sueldos y quizá, tampoco a reducir las horas, sino a encontrar un equilibrio entre lo presencial y lo virtual o a agrupar horas; es decir que empleado y empleador tengan la libertad de adaptar el trabajo y encontrar cuál es el mejor formato para ellos con el objeto de ser productivo, innovador y estar satisfecho. Eso generaría mayor confianza y mayores objetivos.