LA HABANA — Fue un día de suerte para el guía de turismo desempleado de La Habana.
La fila para entrar al supermercado estatal, que puede significar una espera de ocho o diez horas, era corta, de solo dos horas de duración. Y, mejor aún, el guía, Rainer Companioni Sánchez, consiguió pasta de dientes —un hallazgo raro— y gastó tres dólares en carne enlatada.
Cuba, un estado policial con un fuerte sistema de salud pública, fue capaz de controlar rápidamente el coronavirus, incluso cuando la pandemia puso en crisis a las naciones más ricas. Pero su economía, que ya estaba siendo afectada por las sanciones de Estados Unidos y la mala gestión gubernamental, era particularmente vulnerable a la posterior devastación económica.
A medida que las naciones cerraron los aeropuertos y bloquearon las fronteras para combatir la propagación del virus, los viajes de turistas a Cuba se desplomaron y la isla perdió una importante fuente de divisas, lo que la sumió en uno de los peores déficits de alimentos en casi 25 años.
Los alimentos suelen encontrarse únicamente en tiendas gestionadas por el gobierno, que se abastecen de importaciones y cobran en dólares. La estrategia, también utilizada en los años 90, durante la depresión económica conocida como el “periodo especial”, es utilizada por el gobierno para reunir divisas de los cubanos que cuentan con ahorros o reciben dinero de amigos o parientes en el extranjero.
Incluso en estas tiendas, la mercancía es escasa y los precios pueden ser exorbitantes: ese día Companioni no pudo encontrar pollo ni aceite de cocina, pero un poco más de siete kilos de jamón se vendían por 230 dólares y un bloque de tres kilos de queso manchego tenía un precio de 149 dólares.
Y la dependencia en las tiendas en dólares, una medida destinada a apuntalar la revolución socialista en un país que se enorgullece del igualitarismo, ha exacerbado la desigualdad económica, dicen algunos cubanos.
“Es una tienda en una moneda que el cubano no cobra”, dijo Lázaro Manuel Domínguez Hernández, de 31 años, un médico que obtiene dinero en efectivo de un amigo en Estados Unidos para gastar en una de las 72 nuevas tiendas en dólares. “Esto como que marca la diferencia de clases, porque no todo el mundo puede comprar aquí”.
Salió del supermercado Puntilla con un carrito lleno de cóctel de frutas, queso y galletas de chocolate que cargó en un taxi Dodge de los años 50.
La economía de Cuba estaba en problemas antes del coronavirus. El gobierno de Donald Trump ha trabajado duro para fortalecer el embargo comercial que lleva décadas y ha ido tras las fuentes de divisas de Cuba. También sancionó a las compañías de buques petroleros que entregaban petróleo a Cuba desde Venezuela y redujo los vuelos comerciales de Estados Unidos a la isla.
El mes pasado, el secretario de Estado Mike Pompeo anunció también el fin de los vuelos chárter. Después de que la compañía energética estatal cubana Corporación Panamericana fue sancionada, incluso las raciones de gas de cocina tuvieron que reducirse.
Entonces la COVID-19 le puso fin al turismo. Las remesas enviadas por los cubanos que viven en el extranjero comenzaron a secarse ya que la enfermedad provocó enormes pérdidas de empleo en Estados Unidos.
Eso dejó al gobierno cubano con muchas menos fuentes de ingresos para comprar los productos que vende en las tiendas estatales, lo que provocó una escasez de productos básicos en toda la isla. A principio de este año, el gobierno advirtió que los productos de higiene personal serían difíciles de conseguir.
Cuba se enfrenta a la “triple amenaza de Trump, Venezuela y luego la COVID”, dijo Ted A. Henken, profesor en Baruch College y coautor del libro Entrepreneurial Cuba. “La covid fue lo que los llevó al límite”.
La pandemia, y la recesión que siguió, empujó al gobierno a anunciar que, tras años de promesas, cumpliría una serie de reformas económicas destinadas a estimular el sector privado.
El Partido Comunista dijo en 2016 que legalizaría las pequeñas y medianas empresas privadas, pero nunca se estableció ningún mecanismo para hacerlo, por lo que los propietarios de las empresas siguen sin poder obtener financiamiento, firmar contratos como entidad legal o importar bienes. Ahora se espera que eso cambie y que se legalicen más líneas laborales, aunque no se han anunciado los detalles.
Cuba también tiene un historial de ofrecer reformas solo para revocarlas meses o años después, dijeron los empresarios.
“Se echan para atrás, avanzan y vuelven a retroceder”, dijo Marta Deus, cofundadora de una revista de negocios que posee una empresa de reparto. “Necesitan confiar en el sector privado por toda su capacidad de proveer para el futuro de la economía. Tenemos grandes ideas”.
El gobierno culpa de la situación actual directamente a Washington.
“Porque no podemos exportar lo que queremos, porque cada vez que le exportamos a alguien tratan de cortar esa exportación”, dijo el presidente Miguel Díaz-Canel refiriéndose a Estados Unidos en un discurso este verano. “Porque cada vez que estamos tratando de gestionar un crédito tratan de quitarnos el crédito. Porque tratan de que no llegue combustible a Cuba. Y entonces tenemos que comprar en terceros mercados, a precios más altos. ¿Por qué no se habla de eso?”.
Díaz-Canel subrayó que, a pesar de las dificultades, Cuba libró una exitosa batalla contra el coronavirus: el sistema de salud no colapsó, y, dijo, ningún niño o profesional de la salud murió de la enfermedad.
Con una población de 11,2 millones de personas, Cuba tenía poco más de 5000 casos de coronavirus y 115 muertes hasta el viernes 18 de septiembre, una de las tasas de mortalidad más bajas del mundo. En comparación, Puerto Rico, con 3,2 millones de personas, tuvo cinco veces más muertes.
Cada vez que alguien daba positivo en Cuba, era llevado al hospital durante dos semanas —incluso si era asintomático— y las personas con las que había tenido contacto eran puestas en aislamiento durante dos semanas. Los edificios de apartamentos donde había focos de contaminación, e incluso manzanas enteras de la ciudad, estaban cerrados a los visitantes.
Después de marzo, las personas que ingresaron vía aérea también tuvieron que aislarse en centros de cuarentena, y los estudiantes de medicina fueron de puerta en puerta para examinar a millones de personas diariamente. Es obligatorio llevar cubrebocas (o nasobucos, como se conocen en la isla) y las multas para quienes sean sorprendidos sin usarlo son estrictas.
Con los vuelos internacionales prácticamente paralizados, los oficiales de inmigración ahora están asignados a hacer guardia fuera de los edificios de apartamentos en cuarentena, asegurándose de que nadie entre o salga las 24 horas del día.
En un edificio en cuarentena en Boyeros, un vecindario cerca del aeropuerto de La Habana, un oficial de inmigración se sentó a la sombra mientras mensajeros y familiares dejaban comida para los que estaban dentro. Daniela Llanes López, de 21 años, dejó verduras para su abuelo, que estaba internado ahí porque cinco personas en su edificio habían dado positivo.
“En Cuba no conozco a nadie que conozca a alguien que haya pasado por coronavirus”, dijo Llanes, quien estudia alemán en la Universidad de La Habana, señalando que sí conoce a personas en Alemania que contrajeron la enfermedad.
Las estrategias funcionaron, aunque cuando las autoridades comenzaron a levantar las restricciones en julio y abrieron playas, bares y transporte público, la capital de la nación vio un aumento en los casos y se impuso un toque de queda en La Habana.
“Cuba es buena en crisis y buena en el cuidado de la salud preventiva”, dijo Katrin Hansing, profesora del Baruch College que pasó el pico de la pandemia encerrada en Cuba. El apoyo al gobierno fue notable, dijo; incluso si las colas en las tiendas eran largas, la gente se sentía a salvo del virus.
Muchos cubanos esperan ahora que las reformas económicas estimulen al sector privado y permitan a los operadores comerciales independientes poner en marcha la economía.
Camilo Condis, un contratista eléctrico que ha estado sin trabajo durante meses, dijo que los cambios deben llegar rápidamente, y deben permitir que Cuba funcione, ya sea que Estados Unidos esté bajo una segunda presidencia de Trump, o a cargo de Joe Biden.
“Como decimos aquí los cuentapropistas: ‘Todo lo que quiero es que me dejen trabajar’”, dijo.
Fuente: The New York Times