Por Ignacio Bongiovanni – Economista
Coordinador Grupo Joven – Fundación Libertad
Para hacer más fácil la comprensión del Coronavirus, tal vez la pandemia más dramática de la humanidad moderna, será más sencillo plantear el problema mediante el siguiente ejemplo: todos tenemos que aguantar 3 minutos debajo del agua. Si a nuestro ejemplo lo llevamos a los días que representan nuestra cuarentena, los 3 minutos equivalen a los días comprendidos entre el 20 y el 31 de marzo, y el hecho de sumergirnos bajo el agua, representaría la obligatoriedad de no salir de nuestras casas, salvo para proveernos de bienes y servicios básicos.
Algunos de los sumergidos entrarán con un gran tanque de aire, que les alcanzará, incluso les sobrará y hasta podrán tomar la situación como un tiempo distendido en familia. Otros se sumergirán con un tanque más pequeño (la clase media), tendrán que administrar su respiración bajo la desagradable presión de la escasez que la llevará a superficie antes de la hora señalada. Por último, el creciente grupo de los argentinos carenciados, se zambullirá sin el apoyo de esa preciada botella de aire comprimido y hará apnea hasta que sus pulmones aguanten. Su vulnerabilidad hará que sean los primeros que “saquen la cabeza afuera”. Traduciendo esto, la gran parte de los argentinos que viven al día, saldrá a trabajar ,en nuestro ejemplo, saldrá del agua- para sobrevivir.
Pero ¿cómo hacer para que los más pobres no salgan y se expongan al virus? ¿Cómo hacerles llegar ese esnórquel para poder cumplir con los tres minutos?
La respuesta es incómoda para nuestros gobernantes y buena parte de la clase dirigente (políticos, empresarios prebendistas y sindicalistas).
Ellos deberían sacrificar sus privilegios, liberarse de algunos tanques, incluso submarinos, y asumir el costo político de cerrar el grifo populista de gastos que no tengan que ver con la salud, la educación y los servicios indelegables de administración de justicia y orden.
Los políticos, tienen una oportunidad histórica de llenar los tanques de aire puro a través del redireccionamiento hacia un gasto eficiente, liberando a los sectores productivos de la feroz carga impositiva, el lastre que retiene a los argentinos en el fondo.
Tienen además, la oportunidad de rescatarse a ellos mismos de su merecido desprestigio que los ha llevado a una degradación que arrasó con los partidos políticos.
En rigor, este no es un pedido altruista, sólo una invocación a su propio egoísmo: “Sálvense de un desprecio público que jamás podrán borrar. Sálvense ustedes”