Por Rafael Ielpi – Escritor e Historiador
A nadie escapa que buena parte del valioso patrimonio arquitectónico y cultural de Rosario -así como su crecimiento y desarrollo demográfico, comercial e industrial – se generó, por lo menos en la primera mitad del siglo pasado y en las dos últimas del siglo XIX, merced al aporte de esa franja de comerciantes, industriales, ganaderos y profesionales que integraron la dinámica burguesía de una ciudad que sin ostentar los pergaminos del patriciado de la capital provincial y sin tener fecha exacta de fundación ni fundador cierto, iba a protagonizar un crecimiento notable que elevaría su población de 91.969 habitantes en 1895 hasta ascender a 222.592 en 1914, año de inicio de la Primera Guerra.
Mucho de los apellidos de ese sector tuvo que ver, incluso, con la aparición de los primeros pueblos y barrios, contribuyendo de ese modo al poblamiento de las zonas más alejadas del área céntrica de esa ciudad de casas bajas que hacia 1900 siguía siendo conocida como “el Rosario”. Fue el caso de José Arijón, en cuyas tierras se generara el barrio Saladillo, al que elegirían para el emplazamiento de sus mansiones algunas de las familias notorias; el de Nicolás Puccio, propietario de tierras en la zona noroeste de la ciudad, cuyo loteo a partir de 1876, daría origen al Pueblo Alberdi (luego incorporado como barrio a la ciudad), zona inicialmente residencial en la que se levantarían residencias emblemáticas como Villa Hortensia, cuyo primer propietario y habitante fuera el propio Puccio y posteriormente otras dos familias de la misma clase social, las de Alfredo Rouillón y Ciro Echesortu.
También este último asociaría su nombre a partir de 1880 a la consolidación, en lo que se definía como “los extramuros”, del barrio que llevaría su nombre, en terrenos suyos y otros de propiedad de Arrillaga, Casiano Casas y otros. Entre los barrios surgidos inicialmente a partir de la participación privada, debe señalarse al de Fisherton, en terrenos adquiridos por el Ferrocarril Central Argentino, en el que residirían en aquellos primeros años y desde 1888, funcionarios de dicha empresa, cuyas viviendas, de impronta británica -la mayor parte de ella ya desaparecida- le darían una distintiva identidad.
Buena parte del patrimonio arquitectónico sobreviviente -las normas vigentes de preservación del mismo se promulgaron en 1996 cuando buena parte del mismo había sido demolido para el emplazamiento de edificios de altura- permite hoy constatar otro de los aportes al desarrollo y perfil urbanístico de la ciudad provenientes del ámbito privado, como los denominados “Palacios”: Fuentes, Cabanellas, Minetti y otros, o construcciones igualmente notables como las actuales sedes de los Tribunales Federales (levantada por Puccio para su familia), del Colegio Bernardino Rivadavia (vivienda de la familia Recagno), de la Secretaria de Salud Pública (residencia del empresario Juan Canals), etc.
Mientras tanto, los aportes oficiales que contribuían al progreso y la modernización de Rosario se generaban desde la Municipalidad y a partir de las gestiones de algunos intendentes que, como Luis Lamas, tuvieron en cuenta la necesidad de obras públicas que ya en el comienzo de su gestión en el inicio del siglo XX, se advirtieran como poco menos que visionarias para una ciudad que crecía en población y se extendía hacia el norte y el oeste: la concreción del Parque Independencia; la apertura de una conexión con Alberdi a través el Pasaje Celedonio Escalada en reemplazo del viejo Paso de las Carretas y las obras de la Avenida Belgrano; el levantamiento de las vías del Ferrocarril Oeste Santafesino del centro del Bulevar Argentino, convirtiéndolo de hecho en la actual Avenida
Pellegrini. No menos valiosa fue la realización del Primer Censo Municipal en octubre de 1900, que determinó que Rosario contaba con 112.461 habitantes, con un 40 por ciento de población inmigrante, En el transcurso de las décadas finales del siglo XIX y las dos primeras del siglo XX, la ciudad había asistido, casi sin percatarse, a su ingreso a una módica modernidad con la llegada del tranvía eléctrico, tras la concesión otorgada a un
holding de empresas belgas, en reemplazo de los vetustos “tramways” a caballo; de las distintas empresas ferroviarias cuyos tendidos la atravesaban y del inicio de las obras de construcción del puerto por la empresa francesa Hersent et Fils. En aquellos años transcurridos entre 1900 y 1910 los rosarinos vieron rodar por las desparejas calles a los primeros automóviles, mientras empresas como la Refinería Argentina de Azúcar, presidida por Ernesto Torquinst, amigo del presidente Julio A Roca, y los grandes talleres del Ferrocarril Central Argentino ocupaban a miles de hombres y mujeres dando origen a dos barrios populares y a un ejemplo de vivienda colectiva: el inquilinato, conocido popularmente como “conventillo”.
Miembros de aquella burguesía comercial e industrial integrada por inmigrantes e hijos de inmigrantes, iban a ocupar además las bancas del Concejo Deliberante, ostentarían altos cargos en el sector bancario y se contarían entre los más notorios impulsores de la creación de instituciones que, como la Bolsa de Comercio y la Sociedad Rural, representarían sus propios intereses y los de sus respectivos sectores, entre ellos el de propietarios de explotaciones agrarias y agropecuarias concretadas en las grandes estancias del sur de la provincia.
La iniciativa privada se vería reflejada, ya en los años de la presidencia de Urquiza – en los que el vencedor de Caseros declarara al de nuestra ciudad como puerto de la Confederación Argentina- con la aparición de los primeros bancos privados, como el del banquero brasileño Irineu Evangelista de Sousa, primero vizconde y luego Barón de Mauá, financista del Imperio bajo Pedro II en su país y luego del general Urquiza subsidiando la formación y campaña del llamado Ejército Grande que derrocaría a Juan Manuel de Rosas en Caseros en 1852, haciendo lo propio luego con la provincia de Buenos Aires en su proyecto secesionista y de nuevo con el gobernador de Entre Ríos, al que compraría toda su caballería para ponerla al servicio del ejército argentino que como parte de la Triple Alianza participó en la Guerra del Paraguay, no apoyada por las provincias interiores y cuestionada por parte importante de la historiografía argentina posterior.
La moneda emitida por el Banco Mauá era corriente desde el inicio de su operatoria en Rosario el 1° de enero de 1859 y hasta 1864, año de su primer cierre como consecuencia de una crisis económica nacional. y la institución llegó a cobrar para sí los impuestos provinciales, como parte de pago de un importante crédito que había otorgara al gobierno santafesino. A pesar de que los negocios del Barón fueron en beneficio de sus propios intereses, más allá de que sucesivos fracasos de los mismos en su país, terminaron con su cuantiosa fortuna, Rosario decidió imponer, con cuestionable generosidad, su nombre a una calle de la ciudad, la céntrica Cortada Barón de Mauá, despojando a la misma de su nombre original de Cortada Rivas.
Bien vale la pena consignar que el doctor Francisco Riva. Nacido en Italia y radicado en Rosario en 1853 fue uno de los médicos que atendieron a la población en la epidemia de cólera de 1866, así como lo hiciera en hospitales de la ciudad, participando además en instituciones vinculadas a la salud pública hasta 1868 cuando se radica con su familia en Buenos Aires, después de recibir el homenaje de las autoridades por su aporte al cuidado de la salud de los rosarinos. En aras de su vocación y solidaridad, Riva se contaría, poco después, entre los médicos dedicados a la atención de los enfermos de fiebre amarilla en la grave epidemia que asolara a la capital argentina y que lo contaría entre sus víctimas. Esa trayectoria es la que fundamentó la imposición de su nombre en 1905 a la cortada emplazada entre las calles San Luis, San Juan, San Martin y Sarmiento, en el microcentro
rosarino, figurando erróneamente como Cortada Rivas.
En 1942, dicha nomenclatura es reemplazada por la de Barón de Mauá; seis años más, al comprobarse el verdadero apellido del médico, se designa con el nombre de Francisco Rivas a una calle de la ciudad pero ya no en la zona céntrica.
Contemporáneo del Banco Banco Mauá y Cía., fue el fundado por el empresario y terrateniente Carlos Casado del Alisal quien, en el marco de la falta de billetes de bajos valores que perjudicaba la operatoria de montos reducidos y aprovechando su prestigio en la sociedad, da inicio en 1863 a las actividades del Banco Casado, autorizado por la ley nacional promulgada en octubre de ese año que autorizaba a los bancos provinciales a la emisión de billetes con valor sólo en ese territorio. El Banco Casado, con sede en Maipú 724, tuvo escasa duración ya que fue vendido al Banco de Londres poco más de un año después de su fundación.