Días atrás se realizó el Foro Económico Mundial de Davos 2021, evento que reúne a los principales empresarios, inversores y dirigentes políticos del mundo. Presente estuvo Alberto Fernández, y recordó un encuentro organizado por el Papa Francisco en el que disertó el economista italiano Luigino Bruni, autor del libro “Capitalismo Infeliz”. “Ese título, ‘Capitalismo Infeliz’, me parece una magnífica definición de lo que debemos dejar atrás”, lanzó Alberto.
Deberíamos recordarle al presidente que para antes de fin del año pasado el mundo comenzó a vacunar contra el coronavirus. Resultó impresionante ver cómo la maquinaria entera del capitalismo, de la competencia, de las inversiones, de las universidades, de la ciencia, en diez meses consiguió la vacuna para una pandemia que puso en jaque a todos los países del planeta, mucho más que otras pestes anteriores, porque ahora se vive distinto, porque ahora se vive mejor.
La premura la pusimos nosotros mismos porque esta pandemia es igual que todas las otras, pero en esta ocasión las personas no tuvieron ganas de asumir los riesgos de enfermarse y, en un principio, decidieron guardarse en sus casas, desesperándose y agotándose. Sin embargo las respuestas del sistema han sido realmente impresionantes. Vacunas como la de Moderna, Pfizer-BioNTech, Oxford-AstraZeneca, entre otras, le han devuelto la esperanza al mundo. ¿Pero dónde se dan estas respuestas? Donde hay inversión, donde hay competencia, donde hay universidades, donde hay ciencia. Éste es el costado capitalista del mundo. Por eso no existe la vacuna cubana, no existe la vacuna venezolana, ni tampoco existe la vacuna argentina. Otro caso es el de la Sputnik V, la “vacuna rusa”, que, si bien es otra de las que se está utilizando actualmente, es la única de las que están dando vueltas que no han transparentado sus procesos ni sus resultados científicos. Qué confiable, ¿no?
Con excepción de Rusia, los países de punta cuidan los derechos de propiedad, tienen monedas estables, defienden el ahorro y la inversión, tienen seguridad jurídica, respetan a las empresas, tienen transparencia y fortaleza institucional, generan un clima agradable para los negocios y abren sus puertas al comercio. En estas naciones aparecen las soluciones. Es en todo caso en Rusia donde existe ese “capitalismo infeliz” del que habla Fernández, donde sus habitantes no pueden gozar de libertades esenciales como sí ocurre en Francia, Inglaterra, Alemania, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda y tantos otros.
Cuando semejante descubrimiento ocurre en la Tierra con una velocidad de respuesta nunca antes vista, vale la pena remarcar la voz de hipócritas como Dady Brieva, Hebe de Bonafini, Hugo Moyano, Víctor Hugo Morales y Juan Grabois, por sólo nombrar algunos, que parecen siempre querer culpar al capitalismo de los males argentinos y a la vez romantizar a un régimen que asesina, expulsa, censura y genera miseria en su población como lo es el de Venezuela.
Pero no son sólo estos sujetos los que glorifican la pobreza y atacan la riqueza. ¿O acaso no recordamos cuando la actual vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner entendía que en las zonas vulnerables se vive bien porque “en las villas se ven antenas de DirecTV”? Tampoco podemos olvidarnos del presidente Fernández cuando decía avergonzarse de la opulencia de la Ciudad de Buenos Aires. Lo que debería avergonzar tanto a Cristina como Alberto es que el 50% de los argentinos sean pobres y que de cada 10 chicos, 7 son pobres en nuestro país según la Universidad Católica Argentina. Y para colmo la única herramienta de equiparación que tienen los más vulnerables, que es la educación, les fue arrebatada. Esto es lo que tendría que avergonzar a la dirigencia política y a todos sus seguidores, militantes del “quédate en casa” y “combatiendo el capital”.
La Argentina de los Fernández montó banderas sobre ideas que van en contra del crecimiento y el progreso, además de haberse hecho amiga del costado del mundo que es más oscuro y opaco. La América Latina bolivariana, Rusia e Irán.
La frase de Alberto es tanto o más desafortunada que el cantito de la Marcha Peronista que dice: “combatiendo al capital”. En definitiva, el mundo consigue en diez meses su vacuna y Argentina atrasa setenta años con sus ideas.
Es oportuno entonces modificar la frase “Hay que dejar atrás al capitalismo infeliz” por “Hay que darle paso al capitalismo, infeliz”.