Un país embrutecido

El gobierno de Milei vino a profundizar el camino de vulgaridad en la discusión pública.

Veinte años de kirchnerismo en el poder, sumados a los años menemistas, provocaron una caída del nivel en todos los aspectos. La televisión argentina es de bajísimo nivel. Las expresiones públicas de la política son paupérrimas, y los políticos que intentan destacarse deben hacer grandes esfuerzos para introducir conceptos serios en medio de semejante mediocridad discursiva.

El gobierno de Milei vino a profundizar ese camino de vulgaridad en la discusión pública. Los insultos de Milei, y de sus lacayos cibernéticos hacia los periodistas, van en esa línea de vulgaridad intelectual. Por supuesto, se puede y se debe criticar a los periodistas que, en muchos casos, son responsables de la mediocridad del discurso público. Pero la forma de Milei —insultando sin dar explicaciones— está muy lejos de una crítica elaborada a los medios. Es el insulto por el insulto mismo, que no provoca ninguna reflexión y solo consigue degradar cada vez más el lenguaje y su influencia en la gente común.

Solo insulta a los no oficialistas. En eso es igual a los K. No le importa la prensa; solo le preocupan los que lo critican. Cuando era un personaje televisivo ya era bastante ordinario, pero no peor que muchos de los que aparecen en la televisión. El problema es que, con esas formas, llegó a la presidencia, y continúa con ellas justo en el momento en que debía cambiar y asumir una impronta presidencial.

Otro dato curioso, que marca su personalidad, es que en los últimos tiempos venía más calmado y callado. Frente a las adversidades que estaba atravesando (el caso Libra, el discurso en Davos, el patético viaje a EE. UU.), parecía haber entrado en una lógica de silencio. Sin embargo, en cuanto tuvo un par de buenas noticias, volvió a la lógica anterior y se dedicó a agredir a periodistas, economistas y a todo aquel que dijera algo que no le gustaba. Incluso se metió en el affaire Viviana Canosa, que estaba instalado en el subsuelo del periodismo: los penosos programas de chimentos. Parece un adolescente enojado porque las cosas no le salían bien, y cuando el viento cambió, volvió a insultar gente.

Los presidentes deberían tener prohibido usar sus redes sociales. Tanto Alberto Fernández como Milei las han usado sin sentido de responsabilidad ni de investidura. Argentina es un país que tiene, en general, una élite política de bajísimo nivel. En las sociedades evolucionadas se puede discutir cualquier cosa. El insulto lanzado al azar y el lenguaje ordinario hunden la discusión pública en una ciénaga de indignidad. Esa decadencia y brutalidad son comunes en Argentina. Oír hablar a los kirchneristas, a algunos panelistas de TV, a sindicalistas, a gente del espectáculo, a muchos comunicadores y diputados, da vergüenza ajena. El presidente debería diferenciarse de esa mediocridad. Representa a la Argentina en el mundo, y sus seguidores lo imitan.

Cambiar la Argentina es sacarla de este camino de decadencia que lleva años. El ejemplo de esta semana fue un debate en redes entre Hernán Lacunza (último ministro de Economía de Macri) y Toto Caputo (exministro de Macri y actual ministro de Economía de Milei). Lacunza había escrito algo a favor de la salida del cepo, con algunos matices. Lacunza es una persona formada y educada. Caputo le respondió con algunas premisas y sin agresión. Un intercambio normal. El presidente se metió y, con argumentos de cuarta, insultó a Lacunza. Después de eso, aparecieron los esclavos digitales oficialistas a festejar la burrada de su jefe. Así funciona. Se pierde toda posibilidad de debate serio de esta manera.

En cualquier caso, Milei es el síntoma de la vulgaridad intelectual de la política de siempre. Ayer, sábado de gloria, CFK publicó un tuit en el que decía que era “sábado de resurrección”. Milei es el resultado de años de vulgaridad intelectual en la política.

En otro orden, parecería que hay mayoría para tratar la ley de Ficha Limpia en el Senado. Esperemos que suceda. Una de las maneras de luchar contra la decadencia es no permitir que los delincuentes con condena firme se amparen en fueros para no cumplir la condena.

Sería deseable que el gobierno entienda que la agenda positiva es mucho más importante que el insulto tonto en redes.

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