A pocas semanas de culminar un año de frondoso calendario electoral a lo largo y lo ancho del globo, se produjeron comicios con resultados previsibles como en Gran Bretaña, Israel y Turquía pero también sorprendentes, como en Grecia, Polonia, Rumania y Myanmar y, sobre todo en nuestra región latinoamericana, como en México (estaduales), El Salvador y Argentina. Quedando aún los comicios parlamentarios españoles el 20D, el pasado domingo le tocó el turno a Venezuela y sus legislativas.
Precisamente, el caso venezolano adquiere un carácter especial, en términos de historia y de debate respecto a la naturaleza del régimen que empieza a despedirse, las cualidades y evolución del liderazgo opositor, las claves de su triunfo -por su doble condición de sorpresivo y aplastante- así como la nada sencilla transición política,económica y cultural, que se vislumbra.
Mucho se ha hablado del legado del extinto Coronel Hugo Rafael Chávez Frías, la figura emblemática que tanto ha gravitado en la política venezolana antes de su propio gobierno, desde aquel lejano golpe militar fallido que liderase en 1992, tras el “Caracazo” contra el ex Presidente de la socialdemócrata Acción Democrática (AD), Carlos Andrés Pérez; durante su propio gobierno, inaugurado ya vía elecciones, casualmente, otro 6D pero de 1998 y a posteriori de su propia muerte, con aquél ya devenido en régimen, a través de su ex Vicepresidente, el ex chofer de buses, Nicolás Maduro y luego ungido en las urnas, tras fraudulenta elección, en abril de 2013.
Chávez y
su movimiento bolivariano, una mezcla postmoderna y banal de nacionalismo de los años cincuenta (populista y redistribucionista) con “socialismo del siglo XXI”, sumado a una retórica de política exterior, “antiimperialista”, es decir, básicamente antinorteamericana, fue el emergente de un entorno social y político absolutamente doméstico. Si bien el zapatismo en México y el movimiento globalifóbico internacional, junto con las crisis financieras de 1998, de algún modo, preanunciaban cierto inquietud con el sistema capitalista global hacia fines de la década de los noventa, favoreciendo el acceso del carismático militar venezolano al máximo poder de su país, éste tiene raíces de arraigo local, en un país que paradójicamente fue exhibido por décadas, entre otros,
por los más preclaros politólogos transitólogos como el argentino Guillermo O´Donnell y el español Manuel Alcántara Sáez, como “un modelo” de democracia institucionalizada -recuérdese el Pacto de Punto Fijo de 1958 y la Constitución de 1961-.
Aprovechando el hartazgo del pueblo venezolano, a la corrupción y esclerosis del sistema de partidos tradicionales, la ya citada AD y su archirrival, la socialcristiana COPEI; las contradicciones entre el discurso y las políticas (nada exitosas) de ajuste de Pérez; la ancianidad de su opositor Caldera (1994-1999) y la enorme desigualdad social, fácilmente comprobable con fotos de Caracas de la época, el carismático y verborrágico Chávez, asesorado por el sociólogo argentino militarista y nacionalista Norberto Ceresole, logró emerger como un “outsider” de ese mismo sistema, con un nuevo liderazgo triunfante y hegemónico. En el bienio 1999-2000, al frente de una coalición cívica-militar, lo primero que hizo, fue barrer con la institucionalidad de 1961, que le había permitido acceder al poder y reemplazarla por una nueva “Constitución-pocket”, hecha a su medida, aunque con una enorme cantidad de resortes “pseudopartcipativos” a su servicio, con una Asamblea Nacional dócil, llena de políticos advenedizos y oportunistas que estaban prestos a jurarle lealtad.
En el 2002, la torpeza opositora con su minigolpe a cargo del empresario Pedro Carmona, apoyado por los ya decrépitos partidos tradicionales, le permitió victimizarse a Chávez, aunque con un indisimulable apoyo de un Ejército, que hasta 1992, había permanecido neutral y bastante profesional. Aprovechando ya el “boom petrolero” y su relación estructural con su principal socio, Estados Unidos, el país que supuestamente quería derrocarlo, Chávez pudo empezar a aplicar su política distributiva que le facilitó su larga estadía en el poder, alimentando su mítica invencibilidad en las urnas. Su compensación a oficiales militares, como Diosdado Cabello y Vladimir Padrino López, por sus lealtades en el golpe fallido como, su seducción sobre las capas más vulnerables de la sociedad venezolana, a las que catapultó con créditos fáciles, subsidios por doquier, compra de bienes de consumo, etc., en una falsa ilusión óptica de bonanza absolutamente artificial, le permitió seguir ganando elecciones, con excepción del referéndum de 2007, que luego revertiría con más victorias, hasta su muerte, hay hoy, insuficientemente aclarada en torno a su causa real, en marzo de 2013.
El modelo chavista subsistió 17 años así, gracias a la complacencia latinoamericana regional, con Brasil y Argentina (vía negocios espurios con el kirchnerismo) a la cabeza; la falta de resolución por parte de la propia Washington, aturdida tras el golpe de 2002 que apoyó en su triste fracaso; la enorme maquinaria interna de poder, formada por “misiones solidarias”, las fuerzas parapoliciales bolivarianas y los cada vez más cientos de miles de empleados y gerentes públicos, incluyendo los de PDVSA; la genuflexión de muchos medios de comunicación, el éxodo de millones de venezolanos de clase media a Miami y Buenos Aires pero sobre todo, la indignidad de millones de pobres que se plegaron a sus dádivas, a costa de sus propias libertades. El producto de todo ello, no pudo ser más aleccionador. La desigualdad social aumentó exponencialmente, incluyendo una “boliburguesía” notoria, integrada por los amigos y favoritos del régimen, con excepción de pocos empresarios como Lorenzo Mendoza Fleury, dueño de Empresas Polar. La inflación más alta del mundo (300 % anual) y la tasa de delitos más elevada del continente, detrás de Honduras, eran otros dos de los pobres resultados de un modelo que se fue descascarando año a año, llegando al paroxismo de la falta de papel higiénico y algunos productos básicos en las góndolas de los supermercados. Precisamente, fueron los pobres y más recientemente, los campesinos y productores agrícolas, los que en los últimos tres años, ya con Maduro en el poder, empezaron lenta pero gradualmente, a retirarles sus apoyos, descreyendo ya de sus discursos mesiánicos invocando a un Chávez reencarnado en un “pajarico”, cuando fue palpable la riqueza de él mismo, su familia y los personeros del régimen y mucho más, cuando empezó a reprimir con violencia, propia de una dictadura, como lo hizo durante las protestas callejeras de febrero de 2014.
En este contexto, cómo se explica la caída por vía de las urnas, de un régimen, que se suponía y muchos suponíamos, tremendamente difícil de derrotar. Aquí vale la pena rescatar la figuras, los estilos y acciones de algunos opositores, básicamente dos: Henrique Capriles Radonski y Leopoldo López, seguramente, las dos figuras políticas de la futura Venezuela democrática de los próximos años. Contra todo y contra todos, el chavismo fue alimentando una oposición civil pero sobre todo, política, a la que dio oxígeno, aun dentro de su propio sistema. Capriles fue gobernador del Estado de Miranda -venciendo al propio Diosdado Cabello en 2008-, como López, alcalde de Chacao, y otros tantos opositores -Antonio Ledezma alcalde de Caracas, Freddy Guevara concejal de esa capital, María Corina Machado diputada, etc.-, que sobrevivieron en sus reductos de poder local, alimentando el sueño permanente de derrotar al chavismo en las urnas a nivel nacional. Capriles unió a la oposición, tarea más que ardua para enfrentar al chavismo de Maduro en abril de 2013 y perdió la elección por apenas 1,5 % de diferencia, con un evidente fraude, aunque él decidiera en nombre de la paz social, no reclamar cívicamente al estilo del peruano Toledo o del mexicano López Obrador. Insistió en tal alternativa partidaria electoralista, versus López, quien prefería la vía de “La Salida”, es decir, las protestas en las calles a principios del año pasado y haciéndose encarcelar, erigiéndose en una suerte de cuasi mártir, por parte del inepto Maduro. El resultado del domingo demuestra la eficacia de la alternativa Capriles. Al régimen había que ganarle con una mayoría abrumadora de votos, que hasta tornase fútil un posible fraude al estilo de 2013, con una alternativa política opositora unida (la MUD), que aglutinara a todos, la proscripta María Corina Machado, la esposa de López, Lilian Tintori, el ex presentador de TV, “Chúo” Torrealba, Freddy Guevara, etc. y que canalice el descontento de millones de antichavistas pero también de chavistas, ya exhaustos, con las carencias y corruptelas del gobierno, dejando en el triste olvido la figura legendaria de Chávez. Fueron decisivas esas figuras, sus esfuerzos y acciones de liderazgo, versus la debilidad creciente de Maduro, quien ahora ya con un barril de petróleo a 40 dólares y aislado en el mundo, con apenas el apoyo retórico de la Cuba de los Castro, para colmo, cercanos el viejo enemigo histórico, Estados Unidos.
Sin subestimar sus fuerzas, el chavismo parece vivir sus horas contadas en Venezuela. Maduro está cercado. Le queda renunciar prontamente o esperar las decisiones de una Asamblea Nacional con mayoría calificada a cargo de la oposición, la cual, a pesar de llamar a la paz social, tampoco será tan magnánima. Los 112 legisladores, tienen en sus manos, desde una amplia amnistía para presos políticos, incluyendo López, antes o después de Navidad y Año Nuevo, hasta la reforma de la Constitución-poket chavista pasando por el pedido de un referéndum revocatorio para abril de 2016, tornando casi imposible que Maduro llegue a 2018, como estaba jurídicamente previsto. Todo será vertiginoso. Como quedó demostrado con Cristina Kirchner en Argentina y puede quedarlo también en Brasil, con el ya casi seguro “no” de Michel Temer, el vicepresidente dolido de Dilma Rousseff, abandonándola a sus suerte en el “impeachment” que se avizora contra ella, más tarde o temprano, los burdos populismos postmodernos, estos “lujos” despilfarradores que “supimos conseguir” en este continente, mientras el mundo arde en llamas con el terrorismo, el cambio climático, los refugiados y demás, parecen terminar mucho antes de lo previsto, demostrando que su invencibilidad no era tal. Demostraron ser frágiles porque eran productos o hijos de coyunturas muy especiales, sólo explicables por las debilidades de sus predecesores. Así empiezan a desmoronarse. Había tan sólo que mover apenas las ramas y encontrar a los ejecutores de tales movimientos. Los Macri, los Capriles, los López se encargaron de estar allí, a la captura de las oportunidades pero también forjándolas ellos y convenciendo a los demás de que “se podía”. Es probable que también estarán en el futuro, si se encargan de asumir “el mito del Hombre Araña” -como lo llama el comunicólogo venezolano Aquiles Esté-: ejercer ese tal gran poder con una gran responsabilidad, mucho más sensatamente que los CFK, Rousseff y Maduro.
Lo dicho respecto a la caída del chavismo, no implica desconocer o subestimar la naturaleza de la transición que se avecina. Desde su inicio, se sabía que la concepción de democracia que planteaba, no era precisamente la liberal, competitiva ni respetuosa de la alternancia. Por el contrario,
esta visión hegemonizante, plebiscitaria, sólo institucional en tanto y en cuanto, estuvieran esas reglas al servicio del caudillo, no permitía vislumbrar derrotas, excepto efímeras, en una larga guerra contra los llamados poderes fácticos (el empresariado, los medios “concentrados”, los contrarrevolucionarios, etc.). Como lo demuestra la insólita y absurdamente complicada transición argentina postkirchnerista, no es el ánimo de los personeros chavistas, resignar cuotas de poder e impunidad, porque temen precisamente que sus opositores usen el poder contra ellos, como ellos lo ejercieron contra las minorías. En esta concepción nada democrática e irrespetuosa de la oposición transitoria, no cabe sino ganar y si se pierde, la resistencia es la única herramienta disponible, porque están convencidos del estado de guerra permanente, al contrario de una sana y caballeresca competencia reglada. Los formatos y tiempos de tal resistencia, están abiertos pero en todo caso, no hacen más que complicar sobremanera la transición. Sólo la decisión firme de la nueva Asamblea venezolana como la neutralidad del Ejército, pueden garantizar que Maduro y sus secuaces se retiren al ostracismo político, sin arriesgar innecesarios baños de sangre, adicionales a los de los años recientes.
Párrafo final para la sociedad postchavista. Es importante antes de exigirle a los nuevos gobiernos que emergerán tras la era bolivariana, en función de las enormes expectativas de “cambio” y ansias de superación que se generarán, para que no se frustren rápidamente y produzcan el enésimo ciclo populista, que no solamente tengan rotundo y duradero éxito las nuevas políticas públicas de los flamantes gobiernos, sino que además, no generen nuevas grietas con el público leal o fiel al régimen, aferrado a sus “conquistas”. El legado social al respecto, es triste y aleccionador pero sobre esas bases y ese pasado ominoso, deberá sustentarse la nueva coalición reformista.
Sólo así se puede entender cómo habiendo sido este tipo de regímenes aun fuertes, no invencibles, al estilo de la Cuba de los Castro o la Corea del Norte de Kim Jong Il, la sociedad los haya tolerado tanto -en el caso venezolano, más de 17 años y en el argentino, 12-. Un mix de educación degradada, para mayorías cada más empobrecidas, aunque “incluidas”, más una creciente idiotización forjada desde los muchos medios de comunicación, oficiales y paraficiales, pueden servir de argumentos lógicos. Porque debe llamarse la atención que estos regímenes no contenían sólo una batería comunicacional de “6,7,8”, las hartantes cadenas oficiales de CFK y el soporífero monólogo del “Alló Presidente” de Chávez. Durante años, convivieron estas usinas de poder con medios privados, subsidiados desde el poder central, con programas ómnibus, de premios artificiales, artistas cooptados, telenovelas vernáculas y extranjeras, humor de baja calidad, “realities”, periodistas de espectáculos, etc. Fue con ese arsenal mediático, que se intentó -y se logró hasta cierto punto- estupidizar a las masas para hacerles olvidar la triste y degradante condición de vida a las que se las sometía. Durante bastante tiempo, muchos venezolanos y argentinos, actuaron cuan zombies, se los manipulaba desde sus respectivos gobiernos. En el caso de nuestros compatriotas, sumaron a todo ello, desde automedicación, pasando por devoción por símbolos cuasi religiosos, manosantas, mitos orientalizados y demás analgésicos mentales, para evadirse más aún de la ominosa realidad. Muy pocos periodistas se comportaron de manera independiente y valiente respecto al poder; prácticamente ningún juez, apenas algún fiscal; un escaso número de dirigentes políticos y lo que es más grave, una ínfima minoría de intelectuales y artistas, se animaron a abroquelar filas en contra de la indignidad con la que se manejaba por doquier el chavismo.
Tal vez, este último sea el legado más negativo que deberán sortear las futuras elites políticas, a la hora de conducir a la senda del desarrollo genuino, a nuestros países. No será fácil ni lineal, sino por el contrario, se trata de una ardua y ciclópea labor, que no estará exenta de contratiempos. Allí, con las rémoras comentadas, nada funcionales al progreso y el ascenso social, se pondrán en juego, sus liderazgos. Pero el aprendizaje genuino de la libertad, exige muchas veces, afrontar este tipo de desafíos.