Se acallan las voces y bocinazos en una de las ciudades más importantes del interior del país, en ese cinturón de provincias centrales y ricas, donde la coalición Cambiemos sacó la mayor diferencia de votos que le permitió compensar la brecha que le sacó el oficialismo K en el norte y sur del país, en el inédito ballotage presidencial del 22 de noviembre de 2015.
Sin embargo, se escucha a lo lejos, un grito femenino de un “viva Perón carajo” y hasta un “viva Cristina”, lamentando la derrota, de la misma manera que en la televisión, horas antes, los famosos militantes (rentados) de los que siempre alardeó el kirchnerismo, mostraban sus rostros desencajados, entristecidos por la derrota. Es el lamento de un país que se va pero que se resiste a irse.
Es casi la mitad de la Argentina, una sociedad que pretende vivir de manera desequilibrada, en aras de no sacrificar “lo logrado”, como si ello no tuviera correlato en productividad alguna ni en esfuerzo equivalente. Es una mitad que vive en provincias feudalizadas, con caudillismos espantosamente retrógrados, que se financian con el sector productivo del país -el campo- o rentas petrolíferas. Es una mitad que vive en el Estado, amparada por regímenes laborales y sindicales que tampoco tienen lógica, excepto su consolidación histórica, obtenida al amparo de prebendas y hegemonismo gremial, en clara violación de las normas de la propia OIT. Es esa mitad de la Argentina que votaría con miedo “a perder”, la misma que pierde día a día con indignidad, el poder de su salario y su calidad laboral, pero que acepta ser rehén de sus jefes paternalistas y manipuladores, aunque éstos cínicamente, les dicen en sus caras y en cadena nacional, que los “empoderan”. Es la mitad que legitima semejante dependencia, en nombre de una liturgia peronista, que sólo tiene de peronista, eso, la simbología, porque todos sabemos que sus líderes se han enriquecido fastuosamente, como si fueran capitalistas salvajes, abjurando de toda vocación igualitaria o solidaria. Pero esa mitad estuvo esta noche, a punto de ganar una vez más. Scioli, quien no siendo el candidato predilecto del kirchnerismo, encarnó dicha franja, la asustó aún más en las últimas semanas, abroqueló a sus militantes, incluyendo a fuerzas satelitales como los sabbatellistas, los socialistas de Binner y hasta cierta izquierda culposa frente al peronismo y a punto estuvo de revertir lo que anticipaban las encuestas, otra vez, erróneas.
Enfrente, el ganador. Un Macri que tuvo muchos altibajos en la larga campaña anual, que seguramente mordió el polvo de la derrota provincial de junio en Santa Fe, se recuperó y volvió a creer en sí mismo en la primera vuelta y ballotage de CABA y pasó a tener una enorme transformación espiritual y anímica que le inyectó seguramente el contacto personal con la gente en la campaña duranbarbista del timbreo y remontó vuelo, hasta lograr lo que parecía imposible con semejante contrincante social como el descrito, en enero de este año. Redobló la apuesta y consiguió 4 millones de votos más, logrando la exigua diferencia que lo convertirá en el próximo Presidente de los argentinos. Todo es mérito suyo. Tuvo que enfrentar a propios, logrando amalgamar esa difícil convivencia con los radicales y Carrió y lógicamente, a extraños: el gobierno nacional y el sciolismo y sus aliados coyunturales oportunistas. Pero sobre todo, al miedo colectivo.
Quedará para otro capítulo de la historia argentina, los por qué. Por qué un Scioli que ganaba de manera relativamente de manera cómoda a principios de año, terminó perdiendo, dilapidando el capital político del kirchnerismo y por qué Macri, por el contrario, pudo remontar vuelo contra todo y contra todos. Fue el peso de Cristina? fue el estancamiento económico de los últimos cuatro años? el cepo cambiario? el hartazgo social ante semejante ciclo político tan duradero? Todas esas preguntas, ante una realidad más polarizada de lo previsto, pueden también tener su contracara para muchísimos argentinos y por lo tanto, no pueden ser interpretadas con eficacia.
Ante una diferencia tan exigua, y al revés del caso Brasil, donde el oficialismo le ganó a la oposición, por tan poco margen, habrá que caer en los factores individuales y colectivos, más que en los estructurales. No descarto que haya que estudiar más a fondo, las cualidades de temperamento y templanza de cada líder. Tal vez, las que sobreestimó Scioli y las que mensuró correctamente Macri, aun partiendo de su propia herida en el orgullo, propinada inicialmente por su propio padre. También queda para otra jornada, evaluar la actitud de la sociedad argentina. Tal vez, haya que remitirse a las sensaciones o estados de ánimo. Fue finalmente, delgada, la línea que separa a los que se animaron versus los que no lo hicieron y terminaron apegados a sus miedos. Pero esta vez, la audacia ganó. Ojalá que esa energía positiva y osadía, nos sirva para madurar y encontremos entre todos, la posibilidad de recuperar al país, en todo sentido. Porque Macri, que a partir de mañana, contará con un crédito enorme, aún así, la necesitará, para terminar de convencer con su gestión, a esa mitad temerosa y cobarde, que se resiste a morir.
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