En una acto reciente junto a la Presidente Cristina Fernández, el intendente de la localidad de Berazategui Juan Mussi hizo una reflexión muy interesante respecto a la mermelada que siendo niño le daba su madre.
Resulta que, según los dichos del intendente, la madre le daba “una mermelada alemana” ponderando su calidad y sabor.. “comíamos LA MERMELADA ALEMANA!!!” (Las mayúsculas resaltan el tono de voz empleado por el intendente en su alocución)
“y creíamos que jamás íbamos a fabricar mermelada” y agrega.. “si creíamos que no éramos capaces de fabricar mermeladas, cómo íbamos a pensar que podíamos mandar un satélite al espacio??”
Esta comparación del intendente (seguida de nutridos aplausos) revela un concepto erróneo.
La producción local de mermeladas o cualquier bien no es sustituta de la importación de dicho producto. Cada vez más las estadísticas muestran el crecimiento del comercio interindustrial.
Basta observar un automóvil, un teléfono celular e incluso cualquier alimento para ver que en la composición del mismo hay insumos provenientes de varios países diferentes.
A su vez los gustos y las preferencias de los consumidores motivan el intercambio de bienes finales. Para verificarle basta recorrer una góndola de cualquier supermercado del mundo.
En el caso de Mussi no es mi intención analizar las relaciones filiares del intendente al momento del desayuno de su niñez pero posiblemente lo que la madre le estaba diciendo es “disfruta esta mermelada que es muy buena”.
Eso no es incompatible con la producción local de mermeladas ni con el lanzamiento de satélites.
La economía de mercado permite que los consumidores disfruten mermeladas alemanas y argentinas de las diferentes regiones. Es más, el mismo consumidor podría en su mesa disfrutar ambas mermeladas si le placiera.
No es “cipayo” quien consume mermeladas alemanas ni “patriota originario” quien adquiere una de origen local.
La economía de mercado enseña (y respeta) a quien decide dedicar parte de su esfuerzo a adquirir la mermelada que según sus preferencias mejor satisfaga su necesidad.
No es difícil comprenderlo. Es una cuestión de respeto.
No es resorte del gobierno decirnos que mermelada tenemos que comprar y mucho menos qué culpas cuasireligiosas debemos cargar a la hora de untar una galletita.