Por Garret Edwards
Director de Investigaciones Jurídicas de Fundación Libertad
@GarretEdwards
El título tentativo era “Argentina necesita más jueces como Sergio Moro”. Luego, “Argentina necesita jueces como Sergio Moro”. Porque las más de las veces, en nuestro país, uno siente que no tenemos ni un solo juez que valga la pena. Sería una generalización injusta, que pecaría de excesos y de falta de rigor estadístico. No pueden todos los jueces ser tan malos, ¿o sí? Mientras tanto, nos sorprende el hecho de que el magistrado brasileño Sergio Fernando Moro condenó al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva a nueve años y medio de prisión por lavado de activos y delitos de corrupción varios, por irregularidades en la causa conocida como Lava Jato.
Culmina el primer acto de la obra, y para predecir parte del segundo no hace falta haber leído el libreto completo. Las otras causas contra Lula pendientes de resolución caerán una detrás de la otra en su contra, como los pinos en los bolos. Porque una vez que te perfora un tiro, sólo resta que entren las demás balas en continuado. Lula apelará. Apelará todos y cada uno de los fallos en los que resulte perdidoso. En promedio, el Tribunal Regional Federal de Porto Alegre, instancia revisora de los expedientes comandados por Moro, se tomará al menos un año y medio para resolver los recursos que se presenten.
Al mismo tiempo que Lula recurra, permanecerá en libertad, beneficio procesal que le ha sido concedido por Moro al no dictarle una prisión preventiva, sostenido ello en razones de prudencia y de evitar “ciertos traumas”. Moro no aclara si esos traumas serían para el propio Lula, o una preocupación por tumultos sociales inmanejables si éste terminara en chirona. Independientemente de ello, y se analizará durante semanas, esta condena parece tratarse de una herida de muerte política. ¿La ciudadanía brasileña aceptaría como candidato a un tipo tan agujereado como Lula? En Argentina, da la impresión, ya conocemos la respuesta.
Sergio Moro, un juez federal que está a mitad de camino de los cincuenta años, parece ser un rara avis en el Poder Judicial del país vecino. No sólo eso, se presenta como una excepción a la regla de la mayoría de los jueces de la región. Un académico, un hombre de familia, un sujeto aparentemente intachable, sin mácula que lo convierta en blanco y títere de oscuros personajes. Algunos lo acusan de que tendría ciertas aspiraciones políticas. Imposible saberlo ex ante, sólo el tiempo dilucidará esa especulación y la pondrá en su justa medida.
En Brasil condenan al expresidente Lula da Silva por corrupción, y en Argentina no tienen idea de cómo remover de la Procuración General de la Nación a la siempre cuestionable Alejandra Gils Carbó, no logran desaforar al inefable Julio De Vido, y la multiprocesada expresidente Cristina Fernández se presenta como precandidata a senadora nacional. Y los sospechosos de siempre se pasean por las calles como si fueran hombres y mujeres honestos. Argentina, un verdadero caso de estudio sobre cómo la corrupción se naturaliza, y las instituciones conspiran a su favor.
Argentina necesita más jueces como Sergio Moro. Argentina necesita jueces como Sergio Moro. Porque Sergio Moro es un crack, eso se descuenta. El problema es que en Argentina nos acostumbramos a los jueces de la servilleta, a la Corte de la mayoría automática, a los Oyarbides, y a las tortugas que nunca resuelven nada. A la Justicia que se pone la camiseta del gobernante de turno, incluso aunque el propio gobernante clame por lo contrario. Una Justicia que, al igual que el resto de los poderes, se olvidó –prefirió olvidarse – de los frenos y contrapesos, del Estado de Derecho, y de la Constitución. Una Justicia que se quitó la venda para poder favorecer a amigos y perseguir a enemigos. Porque mientras tengamos los jueces que tenemos, y éstos sigan comportándose como se comportan, Argentina seguirá siendo más corrupta que Brasil. Argentina es más corrupta que Brasil.