Por Ernesto Edwards / Filósofo y periodista / @FILOROCKER
Justo a mi regreso de Venecia, el genial compositor, actor y cantante francés Charles Aznavour a los 94 años se convirtió definitivamente en leyenda. Ambos sucesos hacen reflexionar, una vez más, sobre la apremiante situación de Rosario.
Don Carlos, mi abuelo paterno, aún con el secundario completo era un autodidacta con llamativas inquietudes intelectuales. De estrecha amistad con Juan Álvarez, Horacio Quiroga, José Ingenieros y Miguel Najdorf, entre otros destacados, fue quien siendo yo todavía un niño me hizo conocer a los grandes autores de la literatura universal, con su vasta biblioteca plena de incunables y primeras ediciones, y sus propias reflexiones acerca de complejos volúmenes. Aunque hablaba perfectamente el inglés británico, siempre estaba atento a las traducciones de los grandes clásicos que iban llegando, a veces con lentitud, a nuestro país. Y esto no es un detalle menor para lo que quiero contar. Tal era el clima cultural que se vivía cuando nos reuníamos, iniciando nuestras caminatas por el centro, mientras cruzábamos la Plaza Sarmiento, rumbo al viejo y desaparecido café Palace (en Corrientes y Córdoba), y me refería los árboles que había hecho plantar en la ex Laguna de Sánchez en los viejos tiempos en los que había sido secretario general de la Municipalidad de Rosario.
Con gran eclecticismo en cuanto a sus gustos musicales, tiempo antes, cuando corría 1964, y yo no había empezado ni el jardín de infantes, mi abuelo, en su casa de dos plantas de San Juan al 1400, con cierto entusiasmo de su parte me hizo escuchar un disco simple recién salido a la venta, llamado por estos lares como “Venecia sin ti”, grabado por un tal Charles Aznavour, un armenio francés que todavía no era muy popular por aquí, pero cuya impronta, por motivos diversos, me acompañaría hasta estos días. Yo, que aún no sabía que la banda de sonido de mi vida sería el rock, pero que sí ya sabía leer, ni siquiera conocía de qué se trataba Venecia. Menos, que era una ciudad italiana con historia y características propias. Mucho menos aún que dicha canción se había escrito originalmente en francés, y que su título y gran parte de su contenido se había perdido en su tránsito al español. Ya que Aznavour, que era su autor, había decidido denominarla “Qué triste está Venecia” (Que c’est triste Venice). Pero para el mercado en español sería, para siempre, “Venecia sin ti”. Aznavour, que de vez en cuando supervisaba personalmente las traducciones de sus letras, parecía haber aceptado la variación respecto de la original quizás porque pensó que no se alejaba demasiado del sentido inicial. Y ello, a veces, puede ser un error insalvable. Aunque otros no lo hacen por equivocación. Simplemente porque saben que en la distorsión, en la falacia, en la mentira, está basado parte del éxito en política.
“Qué triste está Venecia, en tiempo de amores muertos.
Qué triste está Venecia cuando no se ama más.
Qué triste está Venecia cuando las góndolas no vienen a señalar más que el silencio vacío…”
Todo eso cantaba Aznavour en su texto en francés. “Traduttore tradittore” se decía antes, cuando no se podía confiar en el texto traducido, y el traductor designado se moría de literalidad. Pasaba con el inglés, pero también con el italiano y el francés. Y pasó siempre en la política, entre el doble discurso de los sofistas y la posverdad de estos días.
Y fue así que lo que quedó para nuestros oídos que escuchaban a Aznavour en español decía: “Qué profunda emoción recordar el ayer, cuando todo en Venecia me hablaba de amor… Eres otra Venecia más fría y más gris”. No parece lo mismo. Aunque podría decirse, falazmente, que el mensaje es similar.
Es que vivimos contaminados de relatos. El relato. El relato político. El socialismo santafesino también tiene su propio relato. Que habla de “Rosario ciudad turística”, entre otros eslóganes indigeribles. Que si no fuera tan mentiroso, hasta causaría un poco de gracia. Uno, que ha conocido un poco el mundo, especialmente en Europa donde es muy común (aunque no lo recomiendo), sabe que en numerosas ciudades existe el servicio de Bus Turístico, ese que por una tarifa más o menos aceptable te pasea con un recorrido que supone la satisfacción básica de aquel turista que busca sacarse la foto con aquellos fondos más reconocibles para compartirlas en sus redes sociales. Aunque siempre es preferible recorrer uno mismo, sin rutas prefijadas ni apremios de horarios, y perderse por las callecitas de cada ciudad soñada. Algo que resultaría impensable, y extremadamente peligroso, hacerlo en Rosario. Demandaría un itinerario que quizás involuntariamente incluiría algún que otro bunker, dos o tres zonas liberadas (por lo menos así lo imagina la gente), y diversos espectáculos en vivo en cualquier barrio y a cualquier hora, especialmente los periféricos, donde se podrían apreciar el horror de alguna entradera, de algún motochorro, de algún secuestro, de algún asesinato. Sí, como en las peores y más peligrosas ciudades del mundo. ¿La policía? Bien, gracias. ¿El Estado provincial? Preocupado por los posibles resultados electorales del año próximo, sólo en modo comentaristas y tratando de echarle la culpa de la violencia y la inseguridad a los demás.
La posmodernidad nos dejó sin varios escenarios, los de nuestros mejores años, que no por la juventud perdida fueron mejores, sino porque vivíamos más tranquilos y seguros. Todo fue empeorando, pero especialmente en estos últimos 11 años de gobierno provincial socialista. La nostalgia generalmente no sirve demasiado para lo concreto. Sí para comparar y saber que aunque creíamos que mañana siempre sería mejor, en realidad sí lo fue todo tiempo pasado. Hoy sabemos que así como vamos, negando la realidad, mintiendo, distorsionando cifras y ocultando números de asesinatos, todo puede ser cada vez peor.