Por Ernesto Edwards – Filósofo y periodista – @FILOROCKER
La prolongada situación de inseguridad en la que estamos sumergidos hace que en Rosario vivamos permanentemente con miedo.
En 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, el psicoanalista y psicólogo social Erich Fromm publica “El miedo a la libertad”, exponiendo cómo nos vinculamos con ella, sea en su versión negativa o positiva, y de qué modo podríamos renunciar a la misma buscando a cambio una sensación de seguridad, evitando así la ansiedad. Es decir, aceptar sometimiento a cambio de tranquilidad. Y de allí que ese es el miedo que le tendríamos a la libertad. En Santa Fe en general, y en la ciudad de Rosario en particular, el miedo que se siente no es precisamente a ser libres. Por el contrario, y de algún modo, parafraseando a Carlos Solari, estamos presos en nuestra propia ciudad. Vivimos con miedo a salir a la calle. En ello tienen mucho que ver los políticos, los funcionarios, los gobernantes.
En 1984, a lo largo de casi 4 horas, en “Érase una vez en América” Sergio Leone, junto a Robert De Niro y James Woods, despliega la historia de cuatro mafiosos, procedentes del barrio hebreo neoyorkino y amigos desde casi la infancia. Quienes de las pesadas travesuras adolescentes pasarán a los crímenes impiadosos, y de ser ladronzuelos independientes se convertirán en sicarios contratados por caudillos políticos y sindicalistas. Y todo, con mucho tiempo de la alta sociedad matándose en los fumaderos de opio, acogidos por la magistral música de Ennio Morricone. Eran los tiempos de la “ley seca”, que ya se venían terminando. Y era momento, además, de que el delito se reconvirtiera. Es decir, la mafia trasladándose al campo de la política, amparada por una policía cómplice y una dirigencia venal. Aunque uno de los protagonistas afirme: “Soy mafioso. No creo en los políticos”. Pero el otro, más pragmático, termine convirtiéndose en ministro, y al traicionar en los negocios a sus pares, sea condenado a muerte por los mismos.
En 2001, la producción chilena “Taxi para tres” se hace acreedora de la Concha de Oro de Donosti. “Volante o maleta” es la frase que obliga a un taxista a decidir si lo encierran en el baúl de su taxi o conduce él mismo, mientras sus dos asaltantes cometen un robo. La opción del taxista lo transforma, inmediatamente, de asaltado en asaltante. Padre de tres hijos pequeños, enfrenta cada jornada buscando con qué alimentarlos y pagar la cuota del auto. Luego del reparto del botín comienzan a trastocarse los valores del taxista. Lo que inicialmente rechazaba de los asaltantes pronto no le provocará dudas, recibiendo con naturalidad su parte, como un cómplice más para el crimen.
“Boardwalk Empire” fue la exitosa serie de HBO que mejor describió lo ocurrido con los orígenes de la mafia en el eje Chicago – New York – Atlantic City, y el entramado entre italianos, judíos e irlandeses, peleándose por su parte del queso, y viendo cómo resultó inevitable que, para sobrevivir y superarse, sus principales estandartes delictivos entramaran estrechos vínculos con el mundo de la política y sus bolsones de corrupción. Y en su desenlace, cómo las traiciones siempre se terminan pagando.
Lo anterior, por ser cine y televisión, es pura ficción. O parece. En la realidad vemos a diario, a través de los medios, gobernantes que son comentaristas, simples espectadores. Pero no. Son responsables, y en ocasiones actores principales de lo que nos sucede como ciudadanos.
Lo que sí queda claro es que el Contrato Social está roto. Lo que en Santa Fe resignamos en dinero pagando impuestos, y en libertad aceptando leyes, se espera sea retribuido, mínimamente, por parte del Estado que recauda y limita, con seguridad para nosotros. Si así no lo realiza, ese incumplimiento se constituye en que lo cobrado se convierte en una exacción ilegítima, en una confiscación. Como asimismo la existencia de estructuras oficiales que no justifican tal gasto. Por caso, el Ministerio de Seguridad, que tanto en la gestión de Antonio Bonfatti y en la actual de Miguel Lifschitz, lo que menos se hizo, considerando la cantidad de asesinados en los que va de los últimos años, fue garantizar la seguridad y tranquilidad de sus gobernados. Consideremos, también, que todo lo que debería ser cubierto por el Estado, y no lo realiza, termina convirtiéndose en un impuesto más, como pueden serlo disponer de seguridad privada, instalar cámaras de vigilancia o, incluso, reforzar las casas con rejas o pagar conexiones con alarmas.
Los asesinatos se suceden. Nada mejoró en Rosario este 2018. Por el contrario, todo va empeorando. Y el récord anual sigue aumentando. Abril fue una impactante y aún más preocupante prueba de ello. Mayo no empezó mejor. Por eso, si la actual situación de la provincia fuera una película, bien podría llamarse, por sus similitudes argumentales, “Érase una vez en Santa Fe”. Pero tenemos altos funcionarios que se ofenden cuando escuchan “zona liberada”. “Ciudad liberada”. “Provincia liberada”. “La ciudad de los Monos”. “Rosario, capital nacional de la inseguridad”. “NarcoSocialismo”. En vez de que ello fuese la motivación para realizar lo que no hacen, o para renunciar por el reiterado fracaso.
Recapitulando la historia política provincial reciente, en ese terreno, el socialismo santafesino fue el que, en su momento, hizo la mejor lectura de su coyuntura. Llenó el vacío que dejaban Reutemann y Obeid con una parafernalia cultural que “inventaba” islas de encuentros y actividades totalmente prescindibles (calles recreativas, picnics nocturnos, visitas guiadas al cementerio, etc.), pero que entretenían y desviaban la atención de los problemas que generaban una acción de gobierno que rápidamente se volcó a prácticas que, como el manifiesto nepotismo y el supuesto peculado, fácilmente hubiesen podido calificarse de corruptas. Nada de ello ocurrió. Ni siquiera los reiterados desaciertos y desatenciones provocaban que se hiciera foco en lo que no se hacía bien o en lo que se realizaba mal.
Y al no haber una perspectiva crítica y sistematizada que enfrentara el colapso inminente, el socialismo podría haber continuado en el poder casi indefinidamente. Pero apareció un fenómeno imprevisto, que se les descontroló: la inseguridad. Creciente y dislocada. Y con ella, la sospecha, imposible de probar, de un estrecho vínculo entre el gobierno y el narcotráfico, a partir de un razonamiento muy simple: era impracticable que el narcotráfico pudiera instalarse en territorio provincial sin el acuerdo o la vista gorda del ejecutivo. Se sucedieron así los balazos a la casa de Bonfatti. La prisión del exjefe policial Tognoli. El asesinato aún impune del comisario Morgans. La Mac de Medina. Sumado todo al impresionante récord de asesinatos en el marco de una inseguridad siempre creciente –constituyendo ello un pequeño gran holocausto–, agregado a que las declaraciones de los más altos funcionarios apuntaron permanentemente a señalar como ridículo e indigerible motivo principal de esos homicidios a “conflictos interpersonales” y de vecindad, que fueron moviendo todo el tablero de la opinión pública. Y haciendo que la denominación porteña de “Narcópolis” a Rosario se aceptara sin grandes discusiones, y que pensar a Santa Fe como una gran “zona liberada” no pareciese exagerado. También, que cueste creer cuando desde las esferas oficiales se hable de “Rosario, ciudad turística”. En el mismo territorio en que se cumple la denuncia de Gabriel Marcel con su tesis del Fenómeno de Abstracción, donde los habitantes de Santa Fe sólo somos categorías, números, cantidades, estadísticas. 51 muertos de enero a abril de 2018, y casi un asesinato por día para el reciente mes de abril.
Ha quedado dicho que, con los tres gobernadores del socialismo, con Hermes Binner como gobernador el narcotráfico hizo pie en la provincia. Con Antonio Bonfatti se consolidó su presencia. Y con Miguel Lifschitz, aunque todo parecía engañosamente ir mejorando, la inseguridad y la violencia se descontrolaron hasta límites extremos. Y éste último un gobernador desesperado por conseguir una clausulita en una reforma constitucional que parece en algunos puntos necesaria a nivel de debate, pero que le está quedando cada vez más lejana si lo que busca es fundamentalmente la posibilidad de ser reelecto, y que exhibe la contradicción de quien juró por una Constitución que le impedía una reelección inmediata.
También quedó expresado: quisiéramos vivir sin motochorros, sin entraderas, sin sicarios, sin marginales psicópatas sueltos. Sin fuerzas de seguridad corruptas ni gobernantes sospechosos o incapaces. Así como vamos, sin un cambio, todo puede ir peor.
Los rosarinos hemos modificado nuestras costumbres. La vida social nocturna se fue reduciendo y diluyendo hasta límites impensados. Se vive con miedo, a toda hora. Y el gobierno socialista no hace ni nunca hizo nada contundente por resolverlo, aparte de pretender transferir responsabilidades, sea a Nación o al Poder Judicial.
En Rosario, aunque lo nieguen, lo disfracen o lo minimicen, se vive con miedo. “Ahora ya no llora. ¡Preso en mi ciudad!” Sí, “atrapado en libertad…” Triste, pero real.