Por Ernesto Edwards – Filósofo y periodista – @FILOROCKER
Roger Waters no necesita presentación. Basta con enumerar los brillantes e inoxidables discos conceptuales que compuso en el reciente medio siglo para estar obligados a reconocer que han sido, y siguen siendo, obras que mejor describieron, entre la metáfora y el símbolo, el universo de un filósofo comprometido con su problemática existencial y filosófica.
Desde una perspectiva ideológica próxima al neomarxismo althusseriano, Waters fue editando, primero desde la plataforma de Pink Floyd, y luego como solista, discos tales como “Dark Side of the Moon”, “The Wall”, “Radio K.A.O.S.”, y, recientemente, el magnífico “¿Es esta la vida que realmente queremos?”, con una clara definición política y una exquisita pluma. Sus letras son recordadas masivamente y han acompañado verdaderos hitos de la historia de las últimas décadas, como la Berlín partida en dos y la posterior caída de su infame Muro.
Gran referente de su género, destacado bajista del rock y autorizado creador de espectáculos masivos que vienen recreando su obra, lo imaginábamos (y deseábamos) llegando a la madura edad de 76 años como ese viejo maestro que seguiría alumbrando como un faro de coherencia a una juventud ávida de modelos a seguir. Incluso su activismo en favor de reconocer los derechos argentinos por Malvinas lo acercaba aún más al paradigma de pensador comprometido. También creíamos (todavía lo pienso) que, tras el merecido reconocimiento a Bob Dylan como Premio Nobel de Literatura, el siguiente podrían haber sido el recordado Leonard Cohen, y también Roger Waters, con esa inmensa obra artística que tiene.
Pero, inesperadamente, Roger Waters comenzó a sorprender con posicionamientos y declaraciones. Y a desagradar y decepcionar. Primero fueron posturas antisemitas, nunca negadas ni explicadas. Y en lo más direccionado a nuestro continente sudamericano, a apoyar la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela, la corrupción de Evo Morales en Bolivia, al prófugo expresidente ecuatoriano Rafael Correa, y a la posibilidad de un golpe de estado en Chile al presidente Sebastián Piñera. No por nada cuenta con el apoyo explícito del régimen cubano. También cuestionando a Jair Bolsonaro (aquí sí acertando) pero expresándole solidaridad al condenado corrupto expresidente Luiz Da Silva. Una concatenación de desaciertos y estupideces por parte de Waters.
Hace cuarenta años nos formábamos en una reprimida universidad argentina escuchando, casi en clandestinidad, ese esclarecedor texto que nos advertía: “No necesitamos educación alguna. No necesitamos ningún control de pensamiento”. Era “The Wall”. Era todo el rock, la rebeldía y la revolución intelectual que necesitábamos, aún sin ser marxistas. Porque Waters nos enseñaba que también en la introspección extrema había un camino alternativo para derrumbar los muros de la exclusión. Para dejar de ser “Otro ladrillo en la pared”. Para ser mejores.
¿Sus actuales derrapes provocarán que deje de escuchar y apreciar el corpus artístico de Roger Waters? La respuesta es no. Claramente que no. Waters tiene derecho a pensar como quiera, como mejor le parezca, y también, a equivocarse. No por nada nunca he coincidido en lo político ni con Jorge Luis Borges ni con Umberto Eco, y ello no fue obstáculo para complacerme con los inspirados sonetos del genial poeta ciego, o emocionarme grandemente al estar en el mismo salón en el que Il Professore enseñaba Semiótica en la Universidad de Bologna. Quizás vivieron equivocados en algún punto. O tal vez haya sido yo. Pero sus posicionamientos no provocaron daño alguno operando en la realidad e instando a pasar a instancias concretas en contra de las instituciones. Algo diametralmente opuesto a quienes son los nefastos personajes a los que apoya Waters.
Quizás sea momento de definirnos acerca de un punto clave en la Estética contemporánea. ¿Debe separarse la apreciación de un recorrido artístico personal de lo que son las actitudes y decisiones de dicha persona? Es una dificultad establecerlo. Nunca fue de mi preferencia, pero de haberlo sido, ¿se hubiera modificado al conocer los detalles de la perversa vida personal de Michael Jackson? De mi parte, repugnancia y rechazo total hacia ese inmundo personaje. No es el mismo caso el de Roger Waters. Él piensa diferente. O quizás lo sorprendió la senilidad. No lo sé. Sí tengo claro que si sigue editando discos, o lo que sea, prestaré especial atención al contenido conceptual de lo que publique. Como lo hice siempre a la hora de descubrir que Waters, desde que dijo que el dinero era la razón de todo el mal de hoy, iba a ser uno de los intelectuales más encumbrados del mundo actual. Hoy parece haberse estupidizado. Pero su obra sigue siendo incomparable.
Lo digo otra vez: quien fuera uno de los más destacados pensadores contemporáneos que tuvo el rock en toda su historia termina dejando una última imagen personal deplorable.
Lamento que nos hayas, que te hayas, traicionado, Roger.