Por Ernesto Edwards / Filósofo y periodista / @FILOROCKER
A poco de empezar a ver la película, la asociación con otras dos es inmediata: la estadounidense “Escritores de libertad” (2006) y la francesa “Entre los muros” (2007). La primera porque contaba la historia de una maestra de escuela marginal, en una zona de marcada violencia y tensión racial, que buscará fortalecer a sus alumnos y enseñarles la virtud de la tolerancia, mejorando sus vidas. Y la segunda porque mostraba una institución educativa en crisis por el multiculturalismo francés. Sin embargo, “La profesora de Historia” (“Los herederos”, en francés), va más allá que sus predecesoras.
Basada en una historia real, presenta a Anne Gueguen, una profesora de Historia y Geografía, y coordinadora de un grupo de alumnos de quince años en un colegio suburbano, el “Leon Blume”, en Créteil, a pocos kilómetros de París. El filme comienza con una discusión en los pasillos entre una egresante musulmana que pasa a buscar su certificado de finalización y la secretaria primero, y el director después, que se lo niegan porque la exalumna insiste en permanecer en las instalaciones con el velo puesto, en un país que se esfuerza por imponer la laicicidad en la educación.
La escena siguiente es reveladora y nos anticipa de quién se trata a la hora de perfilar personajes. La profesora Gueguen, en su primera clase, adelanta a sus alumnos el Contrato Pedagógico que propone, que será aquel que a través de acuerdos y consensos propiciarán el proceso de enseñanza – aprendizaje y la mejor convivencia dentro del salón. El desafío será respetarlo y mantenerlo a lo largo de todo un año. Gueguen tomará lista, les pedirá que la terminen con los auriculares y teléfonos, que se saquen las gorras, y luego aclarará: “Hace 20 años que enseño, y me gusta hacerlo. Y en principio haré todo lo posible para que no resulte aburrido y evitar que haya mal ambiente. ¿De acuerdo?” Eso será todo. Y más que suficiente para que cada uno sepa cuál será su lugar en el vínculo pedagógico, que se inicia con un grupo de alumnos difíciles, de diferentes razas y religiones -entre musulmanes, judíos, cristianos e indiferentes-, que se muestran apáticos, dispersos, sin ambiciones, aparentemente sin futuro, despreciados por el resto del claustro, y por momentos excesivamente agresivos, que en el trato entre ellos se dispensarán procacidades varias y con otros docentes llegarán a extremos como “no me importa tu clase de mierda”.
En este punto aparecerán en el guión elementos reconocibles de la propuesta educativa de Carl Rogers (1902 – 1987), quien consideraba que la relación pedagógica ideal debe centrarse en el autodescubrimiento por parte de alumnos de las propias capacidades que deberán identificar cuáles son los conocimientos que necesitan y les interesa adquirir. Mientras que el educador deberá crear las condiciones que propicien dicho aprendizaje, actuando como un guía no directivo, que orienta en un marco de democracia y libertad, participando y aportando como uno más, y aprendiendo de sus alumnos en un clima de respeto y espontaneidad, mientras colabora para que los mismos reciban una educación personalizada que destaque un aprendizaje significativo y la responsabilidad de una autoevaluación. El punto de partida será la libertad y la confianza en las potencialidades del ser humano en búsqueda de alcanzar sus propios objetivos. Y también una enérgica posición superadora de la escuela tradicional, que permitirá una comunicación entre el maestro y sus estudiantes que apunte a ser auténtica, congruente, atenta y empática.
Será sobre esa base que Anne propondrá un desafío a sus alumnos: participar, de manera voluntaria, en un concurso nacional sobre lo que significó ser un niño y un adolescente en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra, donde se eliminaron numerosos chicos judíos y gitanos. Sabe que no será un trabajo fácil interesarlos y motivarlos. Cuando la propuesta es comunicada institucionalmente en reunión de profesores con los representantes alumnos presentes, el director dirá que para qué perder el tiempo con ese grupo al que considera irrecuperable, en vez de “ayudar a alumnos más capaces y con mayores posibilidades”, ante lo que la protagonista iniciará su enfática defensa a partir de evidentes progresos en sus aprendizajes desde que comenzó el año.
Con la colaboración de la bibliotecaria, el inicio de la actividad es sobre un terreno árido en cuanto a atención. No creen en ellos mismos y sus posibilidades. No faltará, además, el musulmán de conversión reciente que se niegue a continuar la investigación. La introducción de todos los demás será gradual en cuanto a dedicación e intensidad. Correrá el riesgo de llevarlos a salidas didácticas a centros de homenaje permanente. El descubrimiento de los horrores de la Shoá terminará por conmoverlos e impactarlos, y a unirlos en la diversidad. Aprenderán sobre racismo y discriminación, sobre libertad y dignidad, sobre lo que fue la despersonalización a través de un número tatuado en un brazo. Al derecho a la memoria y a la identidad. Y que un Holocausto es la brutal eliminación masiva y sistemática por parte de un estado a una población, motivada por su raza o religión. También aprenderán de solidaridad y de conciencia de grupo. A superar sus propios miedos. Y a que sobrevivir debe tener una finalidad y un sentido. Y todo, tratado con una cuidada y potente crudeza que emociona. Una muestra de la reacción que provoca en sus alumnos queda visible cuando uno de los jóvenes, de religión musulmana, en los buzones de su edificio borra con su propio perfume una leyenda contra una familia judía.
El punto culminante del filme llegará en la segunda mitad con la sobrecogedora entrevista del grupo a un superviviente auténtico de los campos de concentración. Leon Zyguel, 179.084, tal su número asignado para ser listado. De él aprenderán cómo aferrarse a la vida y a la dignidad, y al valor de la amistad. Y que los compromisos se cumplen. En el caso de Leon, a reiterar en público, una vez por año, desde hace setenta, un juramento: “Nosotros, los que sobrevivimos, y fuimos testigos de la brutalidad nazi, hemos asistido con rabia a la muerte de nuestros compañeros. Nuestra tarea es la destrucción definitiva del nazismo. Nuestro ideal es la construcción de un mundo nuevo, de paz y libertad. Se lo debemos a nuestros compañeros asesinados y a sus familias. Levanten la mano y juren para demostrar que están dispuestos a luchar. Y hoy, fiel al juramento de Buchenwald pronunciado el 29 de enero de 1945, estoy ante ustedes”.
Por respeto a la calidad del filme, no adelantaremos su desenlace para quien no conozca la historia reciente de este hecho en Francia. Pero sí que, cerca del cierre, tendremos buenas noticias. Y que alguien más leerá en público el juramento de Buchenwald.
Magnífica y sobria, al mismo tiempo, la actuación de la talentosa Ariane Ascaride en el personaje principal. Un guión sin fisuras, una fotografía realista, una escenografía despojada, una dirección cuidada. Y un resultado final que hace que “Les héritiers” sea de visión imprescindible para los que aprecien el buen cine y quieran seguir aprendiendo sobre educación, historia y humanismo.
Anne Gueguen expuso su coherencia a partir de lo que planteó y propuso al inicio del proceso, ganándose el respeto y la credibilidad de todos. También la admiración. En el epílogo, la profesora, un año después del concurso, iniciará otro ciclo lectivo. Una vez más expondrá su contrato pedagógico: “Hace 21 años que enseño, y me gusta hacerlo. Y en principio haré todo lo posible para que no resulte aburrido y evitar que haya mal ambiente. ¿De acuerdo?” Ella seguirá enseñando historia en un marco de Educación en Valores, y que sin memoria no hay presente ni tampoco futuro.
FICHA TÉCNICA
“La profesora de Historia” (“Les héritiers”)
Francia, 2014 – de Marie-Castille Mention-Schaar
Con Ariane Ascaride, Ahmed Dramé y Noémie Merlant
Género: Drama – Duración: 104´
Calificación: muy buena