Pensar en la Navidad implica que el cierre de un año está próximo. Y que algunos políticos aventuren un gran final, próspero y tranquilo (aunque sólo lo parezca), que asegure como sea un buen pasaje hasta por lo menos marzo próximo, y que otros esperen que las tensiones acumuladas a la largo de toda una temporada finalmente eclosionen y haya finalmente movimientos en el tablero general. Cada uno pensando sólo en el beneficio de su sector partidario. Cuestionables los dos.
Por estos días de finales de cada año, creyentes y no creyentes del cristianismo parecen coincidir en eso de estar influenciados por lo que se denomina “espíritu navideño”. Para ellos, la Navidad es tiempo de reencuentro, de reconciliación, de recogimiento, cuando ya no es oportunidad de anacrónicas polémicas doctrinales ni teológicas, ni de confrontaciones filosóficas entre la Razón y la Fe. Hoy, probablemente, sea momento de redescubrir que el mensaje es el amor. Sí, suena demasiado utópico, extremadamente ingenuo. De todos modos, de aquí a fin de año, no faltarán los numerosos mensajes, esperanzados y conciliadores, de los políticos. Aunque cueste creerles. A aquellos que ya en el poder seguirán prometiendo bonanzas inalcanzables, y a aquellos opositores desesperados por desestabilizar y profundizar una grieta que les posibilite fantasear con el regreso. Recomendación: no creerle totalmente a ninguno. Seguramente será decepcionante.
Siguiendo con el tema navideño, y considerando la perspicaz sensibilidad de algunos comprometidos creadores para abordar la realidad desde el arte, ¿quién puede sostener que los rockers, artistas duros por definición, aparentemente inconmovibles según sea el subgénero que cultiven, asimismo sean personas insensibles, incapaces de componer canciones navideñas en clave de rock? Nadie, ¿no es cierto? Y los ejemplos abundan.
Ya sucedía en la primigenia etapa de The Beatles, cuando grababan “Christmas time (is here again)”, o con John Lennon en su incomparable etapa como solista, revelando su radical postura pacifista, aspirando a esa “¡Feliz navidad! La guerra terminó”, que lo identificaba, empapelando una ciudad con ese texto en un afiche, y grabando esa memorable canción de sus comienzos. Lo propio haría, tiempo después, Paul McCartney, desde Wings, cantando “Wonderful Christmas time”. También Led Zeppelin aportaría lo suyo con “Merry Christmas, Mr. Jimmy”. Desde Irlanda, la banda católica U2 nos dejó “Christmas (Baby please come home)”. Y hasta Bob Dylan, el premio Nobel del rock, grabó con fines benéficos, en 2009, “Christmas in the Heart”, un disco de villancicos e himnos navideños.
Pero en Navidad también ocurren otras historias, aquellas de desencuentros, desesperanza y soledad, que no son ni ajenas ni distantes para los más profundos, sensibles y creativos autores del rock. Para Silvina Garré la navidad fue motivo de reflexiones. En “Nuestro lenguaje sagrado” incluyó un tema llamado “Navidad”, en el que expuso, casi de modo piadoso, “…Perdón, aunque no crea en el perdón. Debo aprender a defender más lo que amo. Dejar de destruir lo que me salva.”
Sin detenernos, como celebración, en sus probables orígenes paganos. Ni en si todo habría sucedido en diciembre o en cualquier otro momento del año, hace más de dos mil años. Navidad. Natividad. Nacimiento. Espera. Expectativa. Esperanza. Para los que creen y aún para los agnósticos que descreen de lo absoluto. Como los más profundos y elegidos rockers. También para Luca Prodan, ese italiano devenido en involuntario, inmoral y decadente Sócrates contemporáneo que no dejara herederos intelectuales, liderando Sumo, un 24 de diciembre de hace unos cuantos años, tuvo su “noche de paz, noche de amor”, testimoniada como un clásico villancico incluido en “After chabón”, recordando con inusual devoción, que “mamá e hijo con antifaz, sueñan un sueño imposible”.
Son estos días de fiesta, en los que parece anonadarse cualquier realidad de limitaciones y estrecheces, pretendiendo desvanecer la necesidad y el hambre del mundo porque, total –pensamos-, nosotros no tenemos la culpa. Días de fiesta en los que pretendemos que nuestro enemigo pasa a ser nuestro hermano, y, por una noche, había tregua en todas las guerras del mundo, aunque mañana retomemos para seguirnos matando. Hasta la próxima navidad. Y en el medio, que el mundo siga andando.
León Gieco, cuando todavía gozaba del unánime respeto por la coherencia (hoy perdida) que exhibía, en “La navidad de Luis” decía: “Mi padre me dará algo mejor. Me dirá que Jesús es como yo. Entonces así podré seguir. Viviendo…”. Ricardo Soulé, el ideólogo de Vox Dei, en “Profecías”, uno de los movimientos de su versión rockera de La Biblia, escribía: “Ya está cerca de venir aquel/ que nos va a explicar/ sin violencia ni gritos./ Paz para este mundo traerá”. Infaltable, también, en cualquier listado, “Dulce Navidad”, con los de Attaque 77 cantando: “Papá llegó borracho, como de costumbre…”. Enrique Bunbury, ex líder de “Los héroes del silencio”, tomando una letra prestada del mejicano José Jiménez, narra, en “Amarga navidad”, una historia de amor y desencuentro: “…que sea tu cruel adiós mi navidad.”
Es para analizar el mensaje de “Navidad negra”, la reciente canción del rosarino Fito Páez, quien sintetiza en su letra, quizás el último manotazo de un sector político en franca retirada. Pero también el escepticismo radicalizado acerca de la naturaleza humana y sus creencias: “No tenés nada que festejar. Cristo no vive en ningún lugar. ¿De qué me vienen a hablar? Navidad negra 2017… Entre tanta miseria, ¿quién puede ser feliz?” Quedaría saber si este mismo interrogante se lo planteaba durante el kirchnerismo. Parece que no, pero igualmente su cuestionamiento vale.
Para seguir demostrando y que no queden dudas de que son legítimos rockers los que no resultan indiferentes a las cuestiones navideñas. Bruce Springteen, el Jefe del rock, editó “Santa Claus está llegando al pueblo”. En el inicio mismo de este género, el padre del rock and roll, Chuck Berry, ya había grabado “Run, Rudolph, run”, en obvia alusión a uno de los ciervos del trineo de Papá Noel (o de Santa). Para el rubro “clásicos” quedará “Christmas”, uno de los movimientos de “Tommy”, ese gran disco conceptual que escribiera Pete Townsend en el interminable ciclo de la legendaria banda “The Who”. Como así también “The Jethro Tull Christmas Album”, del célebre grupo del mismo nombre. The Ramones, con su característica impronta, casi como si fuera un villancico deforme, se referían al costado menos agradable y más deprimente de estas fechas: “Feliz navidad. No quiero pelear esta noche”. Paul DiAnno, otrora vocalista de Iron Maiden, en clave de heavy metal, grabó “Another rock and roll Christmas”, un rockito bastante pesado. Y en la misma línea, y para no ser menos, AC/DC registró “Mistress for Christmas”.
Quedan, quizás, los dos extremos a la hora de musicalizar estas fiestas. Para pasar una noche navideña apacible y tranquila, los británicos de Coldplay mostraron lo suyo con la baladita “Christmas Lights”. Pero si lo que queremos es sacudir los cimientos del lugar donde estemos a la medianoche del 24, imprescindible poner a todo volumen “Jingle Bells”, con parlantes Big One para escuchar la indescriptible versión de Korn.
Sí, con esta recorrida queda claro que los rockers de todas las épocas también, cada uno a su manera, siguen celebrando Navidad. Pero, a la luz de los acontecimientos recientes, también que a los políticos, en general, les importamos muy poco. Y que sea el lugar del mundo que sea, pueden hacer que este último mes del año llegue a convertirse en un Diciembre Negro, como sucedió en nuestro país en 2001, entre un desconcertante desgobierno y obscenos desestabilizadores. Así de poderosos y peligrosos pueden llegar a ser.
Por Ernesto Edwards / Filósofo y periodista / @FILOROCKER