Por Ernesto Edwards
Filósofo y periodista
Sin proponérselo, y probablemente sin posibilidad de darse cuenta y de conceptualizarlo, la clase política en general basa su praxis en el proceso de deshumanización que magistralmente denunciaba Gabriel Marcel, que el mundo del pensamiento conoció como “fenómeno de abstracción”.
El contemporáneo filósofo existencialista francés Gabriel Marcel (1889-1973), alguien conceptualmente cristiano según se autodefinía por el contexto histórico en el que desplegó su pensamiento, en 1951 compila algunos de sus artículos en “Los hombres contra lo humano”, y aunque podía parecer un ingenuo canto a la esperanza en tiempos de posguerra, es una crítica a la sociedad industrial-posindustrial actual, invadida por la tecnología, que ha sobredimensionado este campo, extrapolando sus criterios de valoración del mundo de la producción al de las personas. De ese modo, según Marcel, se había cambiado el Ser por el Tener. A través de un “fenómeno de abstracción” y de despersonalización, el sujeto deja de ser considerado como tal para convertirlo en tan sólo un mero objeto. Este fenómeno no es ya un proceso cognitivo sino un mecanismo intelectual que despojaba a las personas de sus notas que precisamente las caracterizaban como lo que realmente eran: personas. El ser humano es degradado al reducirlo a un simple haz de funciones sociales. La persona se agota en sus roles, en sus acciones. En ser consumidor, ciudadano, padre o madre de familia. Aparece así la fórmula “el otro no es más que…”, y lo reduce al enemigo, la maestra, el enfermo, el alumno… Así, el individuo se convierte en un ser anónimo e impersonal. Perdiendo su propia e insustituible intimidad. A ese sujeto puede tratárselo como un objeto, rotulándolo con calificativos despectivos, y dársele el trato propio de objetos inanimados. De esta manera puede explicarse este injustificable fenómeno del fanatismo, y de cómo se preparan a los pueblos y a sus soldados para las confrontaciones bélicas, proceso por el cual el otro deja de ser alguien semejante a mí para convertirse en el enemigo, acerca del cual tengo el derecho de burlarme, maltratarlo o incluso matarlo. Justamente porque ya no es un semejante, alguien similar a mí. Con historia personal, proyectos, futuro, creencias, misterio, inefabilidad. De esta manera, el ser humano ha quedado reducido a una categoría, una cantidad, un número. Un simple, insignificante y manipulable dato de la estadística.
Siguiendo con el hilo del pensamiento marceliano, esta sociedad occidental en la que vivimos, y fundamentalmente sus gobiernos, han cambiado los ejes de valoración, trastocándolos. Han extrapolado los ejes propios del mundo de la producción donde las cosas valen por el tener, al ámbito de las personas. Éstas han dejado de ser valoradas por lo que son, algo que es humanamente impredicable, para ser valoradas por lo que tienen, tanto objetos materiales como supuesta belleza, inteligencia, conocimientos… Es como un bosque sólo apreciado por su potencial riqueza maderera y no por su valor estético paisajístico. La persona en esta sociedad tecnocrática se ve descompuesta en un haz de funciones sociales abstractas, olvidándonos de la relación dialogal de encuentro “Yo – Tú”, como acostumbraba a ilustrar Marcel. Así el Otro no es un Tú con quien dialogar sino un objeto, un rótulo que nos permite discriminarlo, no verlo semejante a nosotros. El Otro “no es más que…” el fanático del club de fútbol contrario, el enemigo, el ciudadano que sirve para cobrarle impuestos… y otras formas de discriminación.
No es necesario ubicarse partidariamente en ningún lado para verlo. Toda perspectiva vale. Un preciso ejemplo de lo expuesto puede encontrarse en la provincia de Santa Fe, si pensamos en la cuestión de la inseguridad en este territorio, y cómo se desatendía a la misma por parte del Ejecutivo. El Contrato Social del que hablaba Thomas Hobbes aparece roto, y a los ciudadanos nos cobran injustamente impuestos por algo que no nos brindan plenamente: seguridad y cuidado. Todo sumado al impresionante récord de asesinatos cometidos en los últimos años –constituyendo ello un pequeño gran holocausto-, agregado a que las declaraciones de los más altos funcionarios apuntaron siempre a señalar como ridículo e indigerible motivo principal de esos homicidios a “conflictos interpersonales” y de vecindad, especialmente en la gestión Bonfatti. Haciendo que, por parte de algún sector, pensar a Santa Fe como una gran “zona liberada” no pareciese exagerado, lamentablemente. Y con este gran detalle: los millares de muertos, cuya cuantificación aumentaba (aunque ahora se hable, intencionadamente, de una pequeña disminución en su intensidad) según pasaban las semanas, eran sólo eso, cantidades. Una abstracción en la más amplia acepción de Gabriel Marcel. Un número naturalizado que ya no inquieta. Una falacia política y distorsión discursiva.
Lo mismo puede afirmarse a nivel nacional. Sea el gobierno que sea. El de la viuda de Kirchner, o el actual. En la Argentina el índice de pobreza, el de desocupación, y también el de víctimas de la inseguridad, son cifras, porcentajes. Sólo números, abstracciones. No parece que se hablara de personas, de sujetos, del otro. Y todo tan mentiroso como la inflación que “medía” el INDEC kirchnerista, las reservas del BCRA, como así también el patrimonio de los exfuncionarios de ese gobierno que incesantemente desfilan hoy día procesados por los tribunales federales.
Y este “fenómeno de abstracción” sigue siendo también internacional. El muestrario actual sería interminable. Los inmigrantes sirios tratando de acceder a la Europa occidental, judíos y palestinos en la franja de Gaza, los “espaldas mojadas” que mueren intentando llegar a Estados Unidos, sobre todo ahora en la reciente era Trump. Y fundamentalistas de todo tipo asesinando alrededor del mundo, en la más franca demostración de abstracción llevada al extremo. Y otra vez con víctimas que son una cifra, y con un tratamiento informativo que, ya se sabe, no durará más allá de una semana en ningún medio del mundo. Hasta el crimen siguiente.
Gabriel Marcel afirmaba que las técnicas de envilecimiento son “el conjunto de procedimientos llevados a cabo deliberadamente para atacar y destruir, en individuos que pertenecen a una categoría determinada, el respeto que de sí mismos pueden tener”, para debilitarlos y arrastrarlos a la desesperación. Esta “técnica de envilecimiento” se la aplica con la finalidad de dehumanizar a las personas, para que no se repare en que cada una de las abstracciones en que convierten a los millones de víctimas alrededor del planeta son personas con nombre y apellido, e historia personal, como cualquiera de nosotros.
La Humanidad como tal, en esta situación y desde esta cosmovisión, está en agonía. Gabriel Marcel postulaba que la única salida de la deshumanización es volver al camino del amor, ocupándonos altruista y generosamente del Otro. Para los políticos, en general, parecería otra gran abstracción. Creer posible una honesta y amorosa preocupación por parte de ellos hacia las personas, a quienes fundamentalmente ven como eventuales votantes, sería un infantil, imperdonable y peligroso idealismo.