Por Ernesto Edwards
Filósofo y periodista
@FILOROCKER
El noble deporte del fútbol siempre fue herramienta de distracción y gran negociado. Como contrapartida ha sabido ser interpretado por numerosos pensadores.
Solucionado, en principio, el conflicto gremial que tuvo parado al fútbol argentino hasta recién, puede haber llamado la atención tanto interés gubernamental para que todo se resolviera, habida cuenta de que situaciones más complejas y estructurales se mantienen en vilo. Sin embargo, en esto del vínculo entre el fútbol y los gobiernos nada es casual ni desinteresado.
También es cierto que con cada nueva temporada futbolística, sobre todo en la Argentina, cuesta explicarnos qué estamos haciendo frente al televisor, o concurriendo a un estadio, cuando muchos somos escépticos en cuanto a honestidad y transparencia por parte de sus organizadores y explotadores, pero rápidamente recordaremos que el fútbol forma parte del binomio acuñado por los antiguos romanos, que denominaban “pan y circo” a esas dos cuestiones que mantendrían al vulgo aplacado y entretenido, es decir distraídos de las cuestiones importantes, porque el “circo romano”, como degradado análogo del teatro griego, era la válvula de escape de todas las pasiones reprimidas que sólo podrían hacer su catarsis en el momento supremo de vociferar a favor de la muerte de algún gladiador. Aunque ello podría asociárselo hoy día más fácilmente con el boxeo, es probable que si Karl Marx viviera cambiaría la religión por el fútbol para afirmar que “es el opio de los pueblos”, esa droga que adormece. También es cierto que el mismo fútbol ha provocado las más profundas reflexiones y metáforas desde el universo del pensamiento.
El fútbol, al fin y al cabo el gran circo contemporáneo (el incomparable rating televisivo mundial lo confirma), rápidamente fue tomado como un instrumento indisolublemente asociado a los totalitarismos de la década del ’30, fuesen en Europa o en la misma Argentina. Recordemos que el primer Campeonato Mundial en Uruguay se organizó en 1930, y que el fútbol se profesionalizó en nuestro país en 1931, justamente luego de la primera gran huelga de futbolistas. Cabe agregar que el primer golpe palaciego de nuestra historia, encabezado por el Gral. Uriburu se perpetró en 1930, y que éste medió personalmente para que el balompié volviese a las canchas con sus mejores jugadores. Los mundiales del ’34 y el ’38, realizados en Italia y Francia, respectivamente, y ganados por la Italia fascista de Benito Mussolini, tuvieron a sus players permanentemente amenazados por Il Duce por las dudas de que alguno no pusiera todo el empeño necesario para ganar y engrandecer la imagen triunfalista del tirano. Lo mismo sucedería en el Mundial de Argentina ’78 con el gobierno de facto de Videla. Estos dictadores fueron siempre mirados con benevolencia o indiferencia por la FIFA, que por ser una de las multinacionales más importantes del mundo, ha estado permanentemente asociada con el poder que fuera. Y siempre sospechada de corrupción, como lo prueba el despreciable final de Joseph Blatter presidiéndola.
En 1951 Enrique Santos Discépolo escribió y protagonizó “El hincha”, justo en el mismo año que por primera vez en la Argentina se disputaba una final entre un equipo “grande” como Racing Club y uno “chico” como Banfield. Eran los tiempos del peronismo, y el fútbol era visto con pasión, romanticismo e ingenuidad. Pero también era una probada herramienta que seguía consolidando el grandilocuente populismo que encabezaba Juan Perón. Esa época ya pasó, y nada es lo que supo ser. Especialmente el rol y la óptica de un hincha, donde todo se hacía por la camiseta. Desde jugarlo hasta seguir al equipo y sus colores.
Discépolo no fue el único intelectual en intentar interpretar el fútbol. También se sabe que el fútbol es, a la par de un fenómeno masivo que como gran espectáculo forma parte de la cultura popular, otro objeto cultural que cumple con todas las condiciones para ser pasible de un análisis filosófico, y un adecuado eje de abordaje para la filosofía y todo lo ideológico, atravesado y musicalizado por el rock.
Del mismo se ocuparon destacados filósofos como el premio Nobel Albert Camus, el existencialista Jean-Paul Sartre, el argentino Jorge Luis Borges, el británico Rudyard Kipling, el comunista italiano Antonio Gramsci, el cineasta Pier Paolo Pasolini, y el checo Milan Kundera. Con el tiempo, desde Latinoamérica llegarían también Pablo Neruda, Mario Benedetti, Gabriel García Márquez, Roberto Arlt, Horacio Quiroga, Ernesto Sábato, Vinicius de Moraes, Leopoldo Marechal y el rosarino Roberto Fontanarrosa, futbolizando un universo cultural que, en sus comienzos, miraba de costado y con desprecio a este deporte.
Camus reconocía que todo lo que sabía acerca de la moral y las obligaciones de los hombres se lo debió al fútbol. Y aunque hoy todo parezca perdido en cuanto a valores, el fútbol sigue provocando en sus seguidores no sólo lo peor de ellos. También queda espacio para la honra, la dignidad y la epopeya. No por nada el rock y el amplio mundo del pensamiento se alimentan de sus historias y sus personajes.
Pero más allá de todo este recorrido por los grandes intelectuales que supieron interpretar este fenómeno mundial, queda claro que para cualquier gobierno, sea del signo político e ideológico que fuere, sigue siendo clave a la hora de entretener y distraer, a la par de cómo se relaciona con los negociados, y con los barras bravas como recurso humano para toda actividad de choque y apriete. Seguramente por ello, en 2009, durante el primer período de Cristina Fernández, y con una gestión llevada adelante personalmente por Néstor Kirchner, se gestó e instauró esa infamia que conocimos como Fútbol Para Todos, una usina de torpe e indigerible propaganda política cuasi totalitaria, que con la inaceptable excusa de liberar los goles de su presidio, haciendo que supuestamente el acceso a la grilla de partidos de cada fecha fuese gratuito, aunque nunca fuese así, además de significar un gasto medido en miles de millones a lo largo de casi 8 años, rescisión contractual con Torneos y Competencias incluida. Con el inicio del período presidencial de Mauricio Macri ya se había anunciado el final de este despropósito, pero el desmanejo durante décadas por parte de la matriz dirigencial que forjara Humberto Grondona desde la Asociación del Fútbol Argentino, desembocó en este prolongado conflicto gremial que parece estar terminando. Conflicto que provocó que el Ministerio de Trabajo de la Nación mediara directamente en la cuestión, como una auténtica cuestión de estado, aún en el medio de disputas sindicales de más peso e importancia, como las del ámbito educativo. Sin embargo, Macri, no por nada expresidente del club Boca Juniors, sabe con precisión de qué se trata contar con el fútbol en toda su expresión. Y que la pelota vuelva a rodar. Aunque a partir de junio haya que pagar un abono para ver al equipo preferido. Es decir, seguir pagándolo (como de algún modo se siguió haciendo durante el cristinismo). Porque el Circo Para Todos, fuera de los fanatismos fundamentalistas, propios de almas primitivas, sin embargo, como cantaban los de Memphis la Blusera, también puede ser una “Adicción”. Y las adicciones nunca son buenas. Mucho más si la AFA que se viene, con nueva conducción incluida, no será muy diferente del lamentable período grondonista.