Por Ernesto Edwards / Filósofo y periodista / @FILOROCKER
Antes de iniciar la lectura de este trabajo conviene anticipar que el mismo contiene spoilers que señalan el desarrollo del filme elegido, que no sólo aborda el controvertido multiculturalismo francés sino también la discriminación y el bullying que trae aparejados. También es cierto que quienes siguen las problemáticas educativas a través de Objetos Culturales como el cine, difícilmente no hayan visto por lo menos una vez este filme del laureado Laurent Cantet, el mismo de “El Empleo del Tiempo” y “Recursos Humanos”.
“Entre los Muros” (o “La Clase”, para los españoles) transcurre, casi íntegramente, en los salones y dependencias de una escuela pública de enseñanza media en las afueras parisinas. Sin un narrador determinado. Sin héroes. Sin villanos. Y como si todo fuera una descripción fenomenológica, donde nada se juzga, aunque en su guión aparezca un proceso por el estilo.
Es un transcurrir de la vida diaria en una comunidad educativa, y las interacciones de sus miembros, donde no parece haber apuro por contarlo. Y aunque tiene aires de documental, no parece casual que el guionista principal se quedara con el protagónico, como queriendo garantizar el cumplimiento de su propio argumento.
La película comienza con una reunión plenaria, en la que algunos docentes se reencuentran y otros se presentan, y los nuevos reciben el bagaje de los alumnos que ya tuvieron en temporadas anteriores: “simpático, no simpático, nada simpático”.
En otro encuentro, uno de los profesores se declara harto de su grupo de alumnos, y vocea su renuncia. El Sr. Marin, profesor de francés, y tutor de su grupo multicultural, muestra, en clase, con sus expresiones, su fastidio, su desgano, en un nivel educativo harto conflictivo y dificultoso. Por momentos, se exhibe como interesado y comprometido, aunque no se vea muy bien con qué, y, siempre, en plena actividad. Su filosofía educativa parece ser la de un catedrático democrático, tal vez por convicción, tal vez porque es lo que le sale mejor. De todos modos, no le da buen resultado.
Su accionar será cuestionado permanentemente. Nunca logra motivarlos ni parece que haya un momento en que lo pase bien ejerciendo su rol, con un grupo del que siempre mostrará sus bajas expectativas. Focalicemos en cuando es consultado sobre las lecturas recomendables por un colega, para estos adolescentes que provienen de las diversas y numerosas colonias francesas, cuestión o diferencia sobre la que disputan entre ellos: Argelia, Mali, Marruecos, Antillas, Senegal, Costa de Marfil. La Copa de fútbol de África es la excusa para mostrar sus identificaciones. Zidane, Drogba y Henry parecen ser aquellos que pudieron sobreponerse a su origen, y triunfar. Y estos chicos están hartos de que el profe elija a “Bob” o “Bill” como nombres de sus ejemplos de clase. Todo esto sin contar el relativo desprecio que expresan los franceses “originarios” hacia los que proceden de estas excolonias, tal como puede verse hoy día en París.
Los alumnos (interpretándose a ellos mismos, como sucede con el resto) buscan ser agresivos: “¿Es usted homosexual?”, “No tengo ganas de leer…”. La llegada de Carl al curso, presentado por el Director, es la antesala de lo que vendrá.
La deportación de la madre del chinito Wei marca un momento de tensión y angustia entre el cuerpo docente.
En las reuniones del tutor con los padres, se destaca la madre de Suleiman, que no habla francés y le firma las notificaciones sin saber de qué se tratan, y no se entera de sus problemas de comportamiento y de que concurre a la escuela de Dolto sin sus libros y que no participa de las actividades.
Reunión de evaluación trimestral, con alumnas presentes, como Esmeralda y Louise, a las que trató de “parecer, por su comportamiento, putas”, y lo que ello provocará, cuando las mismas reproduzcan algunos pasajes de esa reunión, y ello dispare una reacción inadecuada del profesor, y el incidente que ello desencadena: Suleiman amenazándolo (tal vez como desplazamiento por haberlo molestado con sus fotos personales), el docente forcejeando, y el alumno, involuntariamente, hiriendo con su bolso a su compañera Khumba, desembocando todo en un Consejo disciplinario, en búsqueda de sanciones, y las alumnas contando que las trató de “putas” en clase, aunque sin incluirlo en su informe. Y el argumento arbitrario de que los profesores pueden decir ciertas cosas que los alumnos no pueden. La reunión en el patio, y la alumna que le anuncia que si expulsan a Suleiman su padre lo mandará de vuelta a Mali.
En la previa del consejo disciplinario (presunto inevitable paso previo a una expulsión), cada docente argumenta acerca de la conveniencia y justicia de la posible sanción. El punto es si se lo castigará a Suleiman por lo que hizo o por el acumulado de todo el año. Marin se preocupa porque fue partícipe del hecho (y, tal vez, lo provocó), y por el mismo puede terminar expulsado un alumno.
Se sustancia el proceso: la madre alegará, en su idioma, que Suleiman es un buen hijo y que ayuda a todos en casa, pero eso no es tema de discusión. Los demás participantes intervienen, algunos para consolidar las acusaciones, otros para criticar que Marin participe de la reunión. Y es que es cierto que él no debería formar parte del mismo. No es justo. No es ético. Como su intención de sometimiento a la alumna que hace quedar después de hora sólo para humillarla porque no quiso leer en clase. ¿Quién le dijo que de ese modo van a respetarlo? Podría decirse que Marin estaba sacado y que por eso revolea la silla de una patada. Hubiera sido conveniente que, en algún punto de la narración, el docente se bancara reconocerse que él tiene preferencias por algunos alumnos, y que otros le inspiran rechazo. Pero como no lo hace, algunos se destacarán y otros no podrán ejercitarse en la búsqueda de progreso. Posiblemente, el malestar docente que padece lo haya impermeabilizado de las emociones que le provocan las distintas situaciones con sus alumnos, hasta el punto de no poder hacer una reflexión sobre sus propias prácticas. Es decir, está todo naturalizado. Por tanto, él no se cuestiona nada. Como mecanismo de defensa se ha insensibilizado como respuesta a su malestar.
Volviendo al Consejo disciplinario, como cierre del proceso, la madre pedirá perdón en nombre de su hijo. Luego, los miembros deliberarán, y votarán secretamente. Cuando se los invita a volver, les informarán de su expulsión definitiva, lo que deja al profesor, de cara al grupo para terminar el trimestre, en una posición fortalecida, aunque él piense o sienta, en su intimidad, que tuvo responsabilidad en las consecuencias para el alumno, al no saber manejar las distancias más adecuadas en el vínculo pedagógico, como aconteció en la conversación sobre su identidad sexual, a la que no supo darle un punto final conveniente e inmediato. De cualquier manera, con la expulsión del juzgado, se cumplió la ley del más fuerte.
Con su disciplinamiento, la institución busca mostrar que hay límites para las conductas de los alumnos. Algo está pasando en la educación. Algo está cambiando. Y todos sus actores no están del todo lúcidos para advertirlo. Es tiempo de cambios y de un gran malestar generalizado.
“Proporcionalidad en matemáticas”, “Me gustó ciencias”, “El teorema de Pitágoras”, “El comercio triangular europeo”, responden a la pregunta del profesor sobre “¿qué aprendiste este año?”.
La respuesta de Carl sobre lo que aprendió en Química es: “algunos detalles sobre la combustión”, lo cual generará que el profesor le pregunte: “¿y eso qué interés tiene?”. Carl contestará: “No sé, pero ¿para que lo enseñan si no tiene interés?”.
Esmeralda dirá que no aprendió nada ese año, y contará que leyó un libro de su hermana que estudia Derecho: “La República” de Platón, sintetizando, bastante bien, la misión del filósofo, encarnada por Sócrates. Y agregando: “La República” no es un libro para putas. Parece que, de tal modo, hubiera buscado la manera de “vengarse” en clase de su profesor.
Ya salieron casi todos los alumnos del salón. Sólo queda una, que se le acercará diciendo que ella sí que no aprendió nada. Nada de nada. Marin ni la quiere oir. Contestará cosas de ocasión y alguna falacia. Si hubiera prestado más atención, es la misma que interrogó al comienzo de la historia, y que no tenía ni idea para contestarle. Total, que son todos violentos por ahí.
Transición al recreo. El clima general parece haber cambiado. Todos juegan al fútbol. Parecen distendidos. De un lado, profesores y director enfrentan a los alumnos. Corren, saltan, gambetean. Todos sonríen. Como si lo que fue no hubiera sucedido nunca. El alumno conflictivo ya no está y todo parece haber cambiado. Haber mejorado. La autoridad recuperada por la fuerza, por el castigo…
El salón vacío.
Final. Que no es final, sobre todo después de Charlie Hebdo, en 2015, y el reciente degollamiento del profesor Samuel Paty por haber mostrado caricaturas del Profeta de los musulmanes. Por estos días Francia presentó la Ley de Separatismo en busca de regular al Islam. Y todo, en un mundo cada vez más violento. El sistema educativo no puede ser ajeno a ello. No podemos, entonces, dejar de pensar nuestras propias prácticas docentes. Podemos ser autores de propiciar fructíferos procesos educativos, o de arruinarles la vida si no somos cuidadosos y actuamos con responsabilidad. Por ahora, la pandemia nos tiene en pausa, esperando, pero quizás pronto regresemos todos a los salones.
FICHA TÉCNICA
“La Clase” (o “Entre los Muros”) (Francia, 2008)
Dirección: Laurent Cantet – Guión: François Bégaudeau
Con François Bégaudeau, Boubacar Toure y Carl Nanor
Género: drama – Duración: 124´- Idioma original: francés
Palma de Oro, Cannes 2008 – Calificación: excelente