Por Ernesto Edwards
Filósofo y periodista
¿Qué irresponsable mensaje dan algunos gobernantes reverenciando a un psicópata asesino como el Che Guevara? Sería mejor que destacaran a un pensador pacifista como John Lennon.
Por estos días, más precisamente el 9 de este mes de octubre, se recuerdan el nacimiento y la muerte, respectivamente, de dos personas que, por motivos diversos (y contrapuestos), pueden considerarse fundamentales de la historia contemporánea. Dicho 9 de octubre se conmemoran el nacimiento de John Lennon y también la muerte del rosarino por accidente Ernesto Guevara. Y, la verdad, fastidia bastante que se compare o se mezcle a un excepcional artista y pacifista filósofo del rock como Lennon con un impiadoso criminal cuasi descerebrado como el Che Guevara, quien (es justo decirlo) nunca hizo nada por su país ni se le cayó de la cabeza una sola idea rescatable. Las pruebas que sustentan esta afirmación están a la mano de cualquiera. Uno, preocupado, que reclamaba “Dale una oportunidad a la paz”, y otro, delirante, que proponía un genocidio. Lennon y el Che.
Por ello, en realidad, y a modo de desagravio, corresponde expresar unos conceptos, de lo que es lo más trascendente como para elaborar un comentario, y que tiene que ver con que el 9 de octubre de 1940 nacía en la ciudad de Liverpool uno de los pensadores contemporáneos más importantes que tuvo el mundo. Obviamente fue John Lennon, quien hubiese cumplido setenta y siete años, y que no sólo marcara un antes y un después, junto a Paul McCartney en el plano de la música contemporánea, sino que transformó el pensamiento filosófico y su manera de expresarlo. Y así como en la Filosofía se habla de períodos propios bien diferenciados en los pensadores más acreditados de la historia, tales como Platón, Heidegger o Wittgenstein, de quienes se acostumbra a ordenarlos en sus pensamientos tempranos y en sus expresiones tardías o de madurez, lo mismo puede hacerse con John Lennon a partir de sus tres reconocibles etapas creativas, como lo fueran su primera época liderando The Beatles, con una propuesta absolutamente original pero todavía de cierta ingenuidad, pasando por sus primeros años como solista, cuando comenzó a expresarse como un autor comprometido con su época y con la ideología del rock, siempre tan transgresor y rebelde, y orientando su discurso hacia una plena denuncia social y una permanente confrontación con el establishment, hasta pasar a su última etapa, la de consagrado pensador, ya instalado en la isla de Manhattan, retornando (luego de algunas equivocaciones juveniles), después de cinco años de retiro y silencio en los que se dedicó exclusivamente a cuidar y criar a su hijo Sean, para retomar su tarea dejando un mensaje elaborado y definitivo acerca de problemáticas tan filosóficas como la vida, la muerte, Dios, la libertad, el tiempo, la felicidad, el amor, su marcada postura antibelicista, y el papel y el lugar que le corresponden a la mujer, con una concepción tan feminista que asombraba que proviniera de un rocker, en una contracultura reconocidamente patriarcal y machista, reconociendo (quizás tardíamente) que su famosa canción “Imagine” en realidad tuvo como coautora principal a Yoko Ono. Y asumiendo y exponiendo, también, la acción devastadora que provoca en cualquier artista, y en todas las personas, el consumo indiscriminado de drogas, sobre todo cuando cantaba, en “Could Turkey”, rogando para que alguien lo liberara, otra vez, de ese infierno.
Por ello, cada vez que se puede, es recomendable realizar una especie de peregrinación a Liverpool, para estar por unos días en esa ciudad portuaria, pujante y fabril, tan parecida a la Rosario de décadas atrás, en la que empezó la magia, y recorrer sus callecitas, las mismas por las que caminaba un adolescente John Lennon, para impregnarse de una atmósfera cultural que aún hoy conserva.
Y es por todo lo expuesto que conviene quedarse con un par de frases de este pensador, que fuera asesinado por un imbécil a la joven edad de cuarenta años, cuando todavía tenía tanto por decir y por hacer. En una, afirmaba que “La vida es eso que te sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes”. Y la pregunta surge, inmediata: ¿puede haber más filosofía en una letra de rock que sintetice la preocupación por el sentido de la vida? Pero también impresiona recordar ese tema de su último disco, devenido en póstumo, en el que hablaba de la necesidad, en algunos momentos de la vida, aún cuando parezca demasiado tarde, de empezar todo de nuevo (“Starting Over”). New York City, y el mundo entero, lo recuerdan en esa plaza–homenaje instalada en medio del Central Park, que lo veía casi a diario recorrerlo, siempre de cara a sus admiradores.
Como contrapartida, párrafos aparte para el Che Guevara, no por bueno sino para alejarlo del gran Lennon. De este Guevara que ha sido tomado como una bandera por el socialismo santafesino, y por tantos otros que parecen no tener la capacidad necesaria para interpretar adecuadamente nada de la historia reciente, como el kirchnerismo y demás movimientos latinoamericanos que pecan de preocupante ignorancia.
Nacido en el Hospital Centenario de Rosario en el seno de una familia acomodada, ya recibido de médico, recorrería Latinoamérica vinculándose con grupos de comunistas e insurgentes que apuntaban a derrocar a Fulgencio Batista, por entonces autoritario y corrupto gobernante de la isla de Cuba que había accedido al poder tras encabezar un golpe de estado. Con un enfoque indigenista y de campesinado de escasa claridad conceptual, Guevara se vincularía con un joven Fidel Castro, quien ya había intentado una fallida asonada contra Batista. Hasta que en 1959 sobrevendría lo que se conoció como “La revolución cubana”, deponiendo a Batista, pero sólo para llevar adelante durante sesenta años una sangrienta dictadura peor que la anterior, en perjuicio de un sufrido y acorralado pueblo cubano. En el marco de ese nuevo gobierno, satelitario de la Unión Soviética, Ernesto Guevara sería, por algún tiempo, el pésimo ministro de Industria que fue, fracasando también como presidente del Banco Central cubano. Recordemos que en esos roles destruyó su propia moneda y terminó importando máquinas barredoras de nieve. ¡En Cuba! Hasta que sus incontenibles ansias de seguir derramando sangre por doquier tomaron la apariencia de justificación ideológica por la supuesta necesidad de internacionalizar la generalización de la lucha armada en América latina, Asia y África. Todas demenciales experiencias guerrilleras que fracasaron, una a una, en Guatemala, Nicaragua, Perú, Colombia, Venezuela, y hasta con el intento de ingresar por el norte argentino. Fomentando, además, lo que luego serían el Sandinismo nicaragüense y el movimiento uruguayo Tupamaros. Ni siquiera los partidos comunistas de esos países aprobaban la delirante y pobre estrategia guevarista. Luego de esa sobrevalorada y presumida estupidez que fue la frase “Hasta la victoria siempre”, dirigida a Castro, el Che emigraría al Congo, en 1964, donde le sobrevino una derrota tras otra. Por ello retorna al continente americano para instalarse en Bolivia, creyendo que al limitar con Paraguay, Chile, Argentina, Perú y Brasil tendría facilitado extender el foquismo guerrillero.
Es cierto que por esos años Sudamérica se caracterizaba por diversos gobiernos de facto. René Barrientos, ejerciendo ilegítimamente el poder en Bolivia, sería el encargado de decidir el final de Ernesto Guevara, quien por entonces ya había proclamado peligrosamente la necesidad de “Crear dos, tres… muchos Vietnam”. Seguramente hubiésemos preferido un juicio al estilo Núremberg, como le correspondía a este criminal, con una corte internacional decidiendo su destino. Pero los bolivianos se apuraron, favoreciendo de tal modo la distorsionada imagen de Guevara, elevándolo a la altura de un falso mártir y de romántica leyenda. Nada más lejos de lo que realmente fue como personaje histórico. Un médico que se deleitaba asesinando. Un gobernante genocida que ejecutó a centenares de opositores cubanos y que fundó campos de concentración para disidentes y homosexuales, como así también para los profesantes de distintas religiones. Un totalitario que pretendía someter a toda Latinoamérica a su ideología, de marcado corte estalinista, que no hesitó en convertir a Cuba en una gran cárcel para opositores, asesinando a quince mil personas, y forzando a que casi cien mil cubanos murieran horriblemente, ahogados en el mar por tratar de escapar del régimen.
Resulta pintoresco y no parece casual que en nuestro país el Che Guevara haya sido idolatrado, entre otros, por la Mona Giménez, la kirchnerista Mancha de Rolando y la Bersuit Vergarabat de Gustavo Cordera. Y no se entiende muy bien cómo Mario Benedetti, con ingenuidad, quiso distinguirlo como el sensible poeta que nunca podría ser, tan sólo por ese indigerible y rastrero “Canto a Fidel”. Y es también ridículo e inaceptable que se lo distinguiera como Doctor Honoris Causa en Pedagogía por la Universidad de Santa Clara. Posiblemente estos cubanos habrán considerado que Guevara era un especialista en la Didáctica del asesinato.
Por si todo fuera poco, algunas ciudades de las más importantes del mundo están sometiendo a revisión algunos monumentos ubicados en espacios públicos, que consideran “símbolos del odio”, como sucede con la gigantesca estatua de Cristóbal Colón en New York City, que da nombre al popular Columbus Circle. El propio alcalde Bill De Blasio, un entusiasta admirador del genovés, sin embargo reconoció que Colón “es una figura complicada”, promoviendo un debate con la intención de identificar y eliminar monumentos que se considere que sugieren odio, división, racismo. Sin embargo, de este lado del continente no se sigue el buen ejemplo, y es casi ofensivo saber que un gobierno en tiempos de democracia insiste con propiciar y defender plazas, monumentos y homenajes a un perverso. Eso sucede con el socialismo en Rosario, que declaró al Che “ciudadano ilustre”, y lo sigue apologizando dedicándole una placita. Esta sí que es Rosario. La de ellos, por lo menos.
Una aclaración, por las dudas. Hace años, a causa de un burdo y malintencionado fotomontaje, se insistía sobre un supuesto e impensable encuentro musical entre Lennon y el Che, allá por 1966. Nunca existió. Probablemente a Lennon le hubiera dado náuseas.
Finalmente, admiración y respeto a 77 años del nacimiento de un filósofo. Y el repudio y desprecio hacia su figura a 50 de la ejecución de un gran asesino. Sí, uno fue John Lennon, y el otro, el Che Guevara.