Por Ernesto Edwards / @FILOROCKER
Elogiado por algunos y criticado por otros, Alberto Fernández, presidente de todos los argentinos, ha instalado en el marco de su gestión en esta crisis mundial por el Covid-19, una inocultable imagen de Maestro Ciruela
Quien más, quien menos, todos tenemos una idea aproximada de qué queremos decir cuando a alguien lo calificamos de “Maestro Siruela”, así, con “S”. Que en el refranero popular designaba a quien opinaba sobre temas diversos con extrema ignorancia. Recordemos que Siruela es una localidad extremeña española en la que se había originado la historia que, referida a un educador del lugar, real o inventado, bastante burro por cierto, decía: “Como el maestro de Siruela, que no sabía leer y puso escuela”.
Para los argentinos, Siruela es casi un nombre sin referente, y lo hemos adaptado como Ciruela. Y en esta versión autóctona, una figura destacada de nuestro país hizo enormes méritos para ser considerado el Maestro Ciruela de Argentina, aunque ello no tenga nada que ver con las ciruelas. En tan sólo pocos meses se hizo acreedor de tal título. ¿Ello quiere decir que Alberto Fernández, que de él se trata, es un ignorante, o un burro? No, ni mucho menos. Es un político de interesante bagaje cultural. Pero tiene llamativos atisbos de desconocimientos varios. Y va de suyo que le gusta opinar de lo que no conoce. Y como actor aficcionado ponerse en personaje de profesor. Que lo es, en la U.B.A., pero con un estilo que lo muestra como alguien sin formación pedagógica ni herramientas didácticas, y con vagos recursos como esa muletilla de “yo siempre digo” (como si fuera de gran relevancia lo que él siempre diga) y revoleando su dedito índice con intenciones acusadoras. O elevando innecesariamente su tono de voz, para terminar, casi siempre, sus discursos a los gritos. Recordemos que, aunque Fernández se muestre como un comprensivo y sonriente tío bueno, en realidad es un hombre impulsivo y violento. Y si no les parece así, revisemos el video que lo mostraba empujando y tirando al suelo a un anciano en un restaurant.
Pero no nos quedemos en las formas. Vayamos a los contenidos, que allí está lo preocupante. Tal vez no sea de fondo, y sólo sea una anécdota simpática, que Fernández se haya referido, con el comic como objeto cultural para usarlo de excusa, al Coyote y al Correcaminos, y también a Bugs Bunny, como personajes del capitalismo dominante en un rol de control social, con un marco teórico de un marxismo que ya atrasaba en la década del ´70. Más vale le hubiera pegado una leída al Umberto Eco de esos tiempos, o a Theodor Adorno, que seguro hubiera aprendido más. Y podría agregar a su bibliografía a Stuart Hall o Ariel Dorfman. Porque, que quede claro, la Warner Bros no fue el Minuto Cero de la Posmodernidad ni el origen mismo del individualismo, ni la causa de la ausencia creciente de la solidaridad mundial. Ni su famoso conejo el paradigma del estafador contemporáneo. Pero supongamos que todo ello es cuestión de opinión y enfoques, y concedámosle la razón a Alberto. En modo alguno la Posmodernidad propone ninguna actitud de ningún tipo. No es una escuela filosófica. Es la descripción de un período y sus caracterizadores. Y nada más. Autores abundan, de todo tipo e ideología, si así lo necesitara Fernández. Pero ello tampoco es de fondo. Ni siquiera la risueña recomendación para paliar o evitar el coronavirus de “tomar bebidas calientes”.
El problema con Fernández, en su pose de catedrático, es que en sus esperados mensajes, miente, y cuando un docente miente a sabiendas con los datos que aporta, su ética profesional es deplorable y su moralidad deficiente. Y si la pretensión, además, es adoctrinar, la ciénaga moral lo inunda todo. La introducción completa de Fernández el pasado viernes 10 de abril por la noche fue una falacia en base a números falsos. Una enorme mentira recibida con gran algarabía por parte de seguidores ávidos de buenas noticias, angustiados por una percepción, débil por ahora, de la debacle que vendrá, entre recesión, desempleo e inflación.
Del modo que sea, la idea era justificar algo que es incuestionablemente necesario: estirar la cuarentena al máximo, considerando lo indisciplinado y poco solidario que es un sector de la población. Hoy por hoy no hay mejor forma de achicar los riesgos que el aislamiento social y la cuarentena obligatoria. Y en eso hay que darle la razón, pero no por ello justificar que nuestro Maestro Ciruela nos tome por tontos o ignorantes.
Seguramente Alberto Fernández con la actual cuarentena obligatoria no evitará cien mil muertes de argentinos ni será el épico héroe de ninguna guerra. Para que Argentina tuviera esa cantidad de víctimas tendría que suceder una catástrofe que casi igualara la cantidad de muertos de todo el mundo. También es cierto que este parate productivo desembocará en un fenomenal desastre económico en el corto plazo, y que ello debilitará su figura. No por nada está desesperadamente y contra reloj tratando de incrementar y consolidar su poder, aún sin haber expuesto ningún plan económico, y eligiendo cuidadosamente sus enemigos, que públicamente ya lo son los “empresarios miserables” y su frase “Bueno, muchachos. Les tocó la hora de ganar menos”. Y también todo aquel opositor librepensante. No está mal como estrategia, aunque muchos de esos empresarios sean esforzados titulares de PyMEs que han dado trabajo a numerosas familias, y hoy no les entra un mango. De allí que cualquier recurso para quedarse con el poder sea bueno, y propio de la escuela de Maquiavelo. Que estaba adelantado a su tiempo, y que no hubiera negado la fórmula “Política mata Ética”.
Un detalle más de actualidad, y vaya como muestra: el escandalete tuitero y mediático con el periodista Jonatan Viale, retuiteando, de madrugada, y después eliminando, un tuit descalificador y discriminatorio, al límite del racismo, para después emitir una difusa disculpa montado en la justificación de un supuesto “error involuntario”. ¿Error involuntario? Para hacer RT al tuit de otro la acción requiere cliquear dos veces. ¿Tuvo dos errores involuntarios seguidos, entonces? ¿A Fernández le tiemblan los dedos? ¿Recorre su timeline semidormido? ¿Era otra mentira que se ocupaba personalmente de sus redes sociales?
Si nuestro Maestro Ciruela a la madrugada está aburrido, y tiene ganas de hacer algo en redes, y quiere seguir con la onda que propone, de tomar todo con alegría, mejor que se haga un videíto en TikTok, antes que ponerse a jugar en Twitter con Mirko, o contestar pavadas, y tener que salir un rato después, ya más despierto, a pedir disculpas. Tampoco es demasiado serio hacer un vivo con René de Calle 13, y demás. Mejor hubiera sido que explicara el sobreprecio en las compras de alimentos por parte de su gobierno y por qué tuvimos que ver tantos jubilados amontonados en las colas de los bancos, en vez de tanto relato triunfalista.
No debería asombrar que Alberto Fernández cuente, en este momento, con importante porcentaje de imagen positiva. Y que se lo vea a gusto liderando la coyuntura. Es que va llevando la gestión, en esta crisis pandémica, con varios aciertos, aunque con algunos desaciertos, en lo económico, que traerán consecuencias. Con el agregado de que la viuda de Kirchner se viene manteniendo silenciosa, y ello lo favorece aún más en su lucha por el poder, posibilitándole disponer de precios máximos, compras directas sin licitación, prohibición de despidos, suspensión de desalojos, y, lo que es grave, aunque entendible en su lógica, el ciberpatrullaje a cargo de la ministra de Seguridad. Controlando así libertades tales como de empresa, reunión, circulación. Quizás esos sean los motivos de la alegría que manifiesta y propone Alberto. Nuestro Maestro Ciruela.