Algo está podrido en Santa Fe

Por Ernesto Edwards (desde Dinamarca) / Filósofo y periodista / @FILOROCKER

Llegar a Helsingør, en Dinamarca, hace recordar a “Hamlet”, la tragedia shakespereana siempre asociada a situaciones de decadencia moral y corrupción política.

Helsingør es una pequeña, amable y pintoresca ciudad al norte de Copenhague, a no más de 45 minutos en tren. Su principal atractivo es Kronborg, un imponente y misterioso castillo, un palacio real muy bien conservado, datado a finales del siglo XVI, de estratégica ubicación junto al estrecho de Øresund, en el que el dramaturgo William Shakespeare, sin haberlo conocido nunca más que por referencias, se inspiró y lo convirtió, posiblemente en 1601, en un personaje principal más de la celebérrima tragedia que nosotros conocimos como “Hamlet”.

Todavía puede verse la explanada en la que el príncipe Hamlet, pasada la medianoche y acompañado de Horacio, escucha de parte del centinela Marcelo una de las frases más famosas de la literatura universal: “Something is rotten in the state of Denmark” (“Algo está podrido en Dinamarca”), previo a la irrupción del fantasma de su padre, el rey danés, apareciéndosele para decirle que había sido asesinado por envenenamiento por Claudio, su propio hermano, no sólo para casarse con su viuda sino también para usurparle trono y corona. Consternación, dolor y tristeza para Hamlet, pero también el odio que sería plataforma de la venganza a pedido que se vendría, disfrazada de locura, en esta obra que compendia magistralmente la traición, la corrupción, la melancolía y la ira, lo que diera pie a diversas lecturas, interpretaciones y transpolaciones a la praxis política. Y de cómo asesinar a su propio tío se transforma en una necesidad. Y en un poderoso símbolo que se mueve en el plano de lo filosófico, ante tanta expresión existencialista de marcados tonos pesimistas y escépticos.

Con el tiempo, la potente metáfora “algo está podrido en Dinamarca”, en el contexto de la política, vino a designar sesgos visibles de la decadencia moral de un Estado que se hunde en el pantano de la corrupción y el mal gobierno. Y de todo lo que se cree viene sucediendo, entre dudas y sospechas, entre oscuridades y desastres, aún sin pruebas contundentes como para denunciarlas. Pero con la sensación de que todo va mal, y puede terminar peor. Esa misma sensación que se tiene viviendo en la provincia argentina de Santa Fe, mientras revisamos lo que hicieron (y no hicieron) Hermes Binner y Antonio Bonfatti, y ahora el más que deshilachado Miguel Lifschitz, todos ejerciendo la gobernación, en torno a la creciente y descontrolada violencia, en un marco de inseguridad vinculado con el narcotráfico. Y con su inevitable consecuencia: vivir permanentemente con miedo. Con el miedo recurrente a salir a la calle.

Ya se ha dicho que lo que en Santa Fe resignamos en dinero pagando impuestos, y en libertad aceptando leyes, se espera sea retribuido, mínimamente, por parte del Estado que recauda y limita, con seguridad para nosotros. Si así no lo realiza, ese incumplimiento se constituye en que lo cobrado se convierte en una exacción ilegítima, en una confiscación. Como asimismo la existencia de estructuras oficiales que no justifican tal gasto. Por caso, el Ministerio de Seguridad, que tanto en la gestión de Antonio Bonfatti y en la actual de Miguel Lifschitz lo que menos se hizo, considerando la cantidad de asesinados en los que va de los últimos años, fue garantizar la seguridad y tranquilidad de sus gobernados. Y no sólo eso.

Además de preocupante, ya es indignante la actitud general de Maximiliano Pullaro, quien ha exhibido ineptitud extrema para estar al frente del Ministerio de Seguridad. Algo en lo que no es muy diferente de su predecesor Raúl Lamberto.

Los asesinatos se suceden. Los atentados y amedrentamientos hacia el Poder Judicial santafesino van in crescendo. Nada cambió en Rosario este 2018. Por el contrario, todo va empeorando. Y el récord anual de asesinatos sigue aumentando. Ya pasó agosto, y nada cambió. Todo va peor. Con un gobernador que además abandonó todo buscando su egoísta cláusula reeleccionaria.

Tampoco ha cambiado que los más altos funcionarios santafesinos apuntaron permanentemente a señalar, durante largo tiempo, como ridículo e indigerible motivo principal de esos homicidios a “conflictos interpersonales” y de vecindad, que fueron moviendo todo el tablero de la opinión pública. Y haciendo que la denominación porteña de “Narcópolis” a Rosario se aceptara sin grandes discusiones, y que pensar a Santa Fe como una gran “zona liberada” no pareciese exagerado.

Ha quedado expresado que, con los tres gobernadores del socialismo, con Hermes Binner como gobernador el narcotráfico hizo pie en la provincia, sin saber qué hacer para evitarlo. Con Antonio Bonfatti se consolidó su presencia. Y con Miguel Lifschitz, aunque todo parecía, para cierto sector, engañosamente ir mejorando, la inseguridad y la violencia se descontrolaron hasta límites extremos. Y Lifschitz, un gobernador que hasta el pasado 29 de agosto, lo dijimos, ha vivido lastimosamente desesperado por una reforma constitucional que parece en algunos puntos necesaria a nivel de debate, pero que siempre fue un anhelo infantil por conseguir la posibilidad de ser reelecto, y que exhibió la contradicción de quien juró por una Constitución que le impedía una reelección inmediata.

Volviendo a Hamlet y Helsingør, otro famoso monólogo, en este caso del protagonista excluyente, sigue dando vueltas: “Ser o no ser, ésa es la cuestión”, con la que el príncipe se ubica en el plano de lo existencialista, reflexionando acerca de la vida y de la muerte, en una confrontación interna que le hace preguntarse qué será más digno y noble: si aceptar su sino, o terminar con sus días, y con ello el padecimiento que lo acompaña. Y aunque insistirá con que morirse es como dormir concluirá que tantos devaneos nos sumen en la inacción, decidirá que es menester terminar con tanto análisis para comenzar a actuar. En el caso de Hamlet, vengar la muerte de su padre. Y de tal modo, restablecer el orden perdido. En el caso de los ciudadanos santafesinos, usar la opción del voto en pocos meses más, para ver si se termina tanta podredumbre.

Mientras nos distraemos por las corridas del dólar, y la economía en general, algo que intentan aprovechar sectores políticamente postergados buscando desestabilizar, la reflexión parte de que lo económico es clave para la subsistencia, pero sin vida, si a alguien lo asesinan como sucede a menudo en Santa Fe, ¿de qué sirve el dinero? Claro, primero la vida, que es lo que no cuida el gobierno socialista.

Sí, el castillo de Kronborg hace pensar en la Casa Gris de Santa Fe, con toda su sospechosa inacción. Algo está podrido por aquí.

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