Por Alejandro Bongiovanni
Los mercantilistas de los siglos XVI y XVII suponían que la riqueza de una nación estaba dada por su acumulación de oro y plata. ¿Cómo obtenían oro y plata –la única riqueza para el mercantilismo– los países que no tenían minas de oro y plata? Pues vendiendo más bienes al exterior (por los que recibían oro y plata) que los que compraban en el exterior (por los que pagaban oro y plata). El país se enriquecía si y sólo si vendía más de lo que compraba, si las exportaciones superaban a las importaciones. Este es el origen del mito de la “balanza comercial favorable”. Sostenían –y sostienen– este mito intereses empresarios sectoriales que, desde hace varios siglos, han sido curiosamente elevados a la categoría de “política comercial” gracias a la aquiescencia de diferentes gobiernos. En realidad se trata de un engaño colectivo, formado fundamentalmente por dos falacias:
El comercio como juego de suma cero y el dinero como fin.
Los mercantilistas de ayer y de hoy aseguran que la parte “ganadora” en un intercambio comercial es el que se queda con el dinero. Si usted compra una entrada al cine, por ejemplo, pierde valor y el dueño de la sala gana. Esto es bastante ridículo por dos motivos: en primer lugar, siempre que haya intercambio libre y voluntario, la transacción comercial es un juego ganar-ganar. Es porque justamente valoramos distinto las cosas que existe el comercio. Juan valora menos los $200 que la remera que compra y el vendedor valora más los $200 que la remera que vende. Los dos ganan. Seguramente Juan preferiría comprar a $100 y el vendedor vender a $300, pero si hay comercio es porque ambos consideran que se benefician con la operación. De otro modo no habría transacción. Lo visto adelanta el segundo punto: el dinero es un medio y no un fin en sí mismo. Salvo para un fetichista, el dinero son papeles coloridos solamente. Su valor está en lo que podemos obtener con él. Como el fin último de la producción es el consumo, el fin de las exportaciones es importar. Exportamos para importar, tanto como producimos para consumir. Condenar la importación como si fuera algo malo resulta un absurdo mayúsculo, solo entendible cuando se percibe que lo que se busca es que en lugar de dejarnos importar barato y bueno nos obliguen a comprar caro y malo.
Exportaciones buenas, importaciones malas.
Todos nosotros, seamos individuos o empresas, somos “importadores” y “exportadores” respecto al resto. Exportamos cuando vendemos a otros lo que producimos y no consumimos e importamos cuando compramos a otros lo que ellos producen y no consumen. Como se ve, casi nada de lo que producimos es para consumo propio y casi todo lo que consumimos proviene de producción ajena (trate el lector de cosechar su propia comida, levantar su propia casa o curar sus enfermedades). ¿Alguien puede pensar que esto es malo? ¿Alguien cree que se aumenta la calidad de vida si vendemos todo nuestro producto al resto y guardamos el dinero sin usarlo nunca para consumo? Nadie sostiene semejante absurdo. El gasto (la importación) es lo agradable, mientras que el esfuerzo (la exportación) es lo trabajoso. Claro que hay que producir y claro que hay que exportar, pero no lo hacemos como un fin en sí mismo, sino como un medio para consumir e importar. Cuanto más podamos consumir e importar con menor esfuerzo de producción y exportación tanto mejor estamos. En nuestra vida a veces tenemos “balanzas favorables” y a veces “balanzas desfavorables” pero ninguna es mala o buena per se.
Los 4 puntos del populismo industrial santafesino.
El Gobierno de la provincia de Santa Fe ha impulsado, junto a lobistas industriales, el desarrollo de un “Observatorio de las importaciones” que emitirá informes que permitán actuar como una “herramienta que actúe con dinamismo ante los problemas que surjan por importaciones”. Hoy existen existen observatorios frente a flagelos sociales: la pobreza, del delito, de la violencia contra la mujer. Nos sorprende que se haya desarrollado un observatorio contra las importaciones.
El proyecto impone una agenda que equipara el desarrollo del comercio internacional y la apertura económica, tan necesaria para el desarrollo nacional, a una fuente de “problemas”. Nuevamente el mix de intereses corporativos, escondidos bajo una pátina de bien común. Analicemos los cuatro puntos principales de la medida:
1. Se plantea que “si el comercio fuera libre, la industria nacional se encontraría en una situación desventajosa ante la ‘competencia desleal’ de otros países”. Detrás de este argumento se impone que las medidas restrictivas a las importaciones buscan proteger industrias que por su nivel de eficiencia no podrían subsistir en un ambiente de libre competencia. Esto soslaya el hecho de que el costo de sostener estas industrias incapaces de competir por su ineficiencia recae sobre el resto de la población que se ve obligada a consumir productos de calidad inferior pero costos superiores. Digámoslo así: acá se producen bienes y servicios competitivos y bienes y servicios no competitivos. Nosotros debemos consumir de los primeros –de mayor precio y menor calidad– como forma de favorecer a la industria local. No suena muy justo.
En una apoteosis de la caradurez, CAME -que ya ni se molesta en disfrazar que lo que buscan es cobrar más al consumidor cautivo- nos dice en un imperdible comunicado (“Una medida que afectaría a comercios e industrias”. Buscar en redcame.org.ar) que aún con un impuesto del 50% es más barato importar con el puerta a puerta y nos muestra los precios pornográficos del compre nacional. Veamos el cuadro de CAME:
2. Se plantea que “si no se protege a las industrias, a pesar de sus ineficiencias, se destruirían puestos de trabajo”. La experiencia indica que los países con mayor apertura comercial tienen a su vez menores niveles de desempleo. Los países que lideran el ranking de apertura comercial, presentan a su vez los menores niveles de desempleo. A modo de ejemplo podemos mencionar a Hong Kong (tasa desempleo del 3,2%), Singapur (2%) y Suiza (3,4%) como los líderes de la apertura comercial. En todos los casos, países que detentan estándares de vida superiores a los países proteccionistas.
3. Se plantea que “si no se protege a la industria para que pueda desarrollarse no se puede lograr el desarrollo de la economía nacional”. Esta falacia abusa de la inducción del desarrollo nacional a partir del desarrollo industria, sumando el falso argumento del proteccionismo como medio para el desarrollo. Tal vez el ejemplo más claro que la historia económica nos brinda es el de China. Tras un esquema de ausencia absoluta de libertad y hermetismos comercial que fue abandonado en pos de apertura al mercado, el PBI per cápita chino creció desde menos de 150 dólares a unos 10.000 hacia el año 2013 (hoy cerca de 12.000).
4. Se plantea el proteccionismo como una “medida transitoria”, un “costo que se debe asumir en pos de un beneficio posterior”. Este falaz argumento olvida que los mecanismos proteccionistas ensayados han demostrado un persistente fracaso en el desarrollo de industrias competitivas que puedan sostenerse sin una defensa artificial a partir de barreras a la competencia. El proteccionismo aplicado – con escasas interrupciones – en la Argentina desde 1930 arroja pobres resultados. Antes de la década de 1930, nuestro país ostentaba un PBI per cápita 4 veces superior al brasileño y hoy es sólo 50% superior. Era 2 veces el de Chile y ahora es 25% inferior. Contra Venezuela era 3,5 veces más grande y ahora lo supera por poco. Tras una década del siglo XXI, Argentina marcó récord de déficit comercial en términos nominales. A todas luces, el proteccionismo falló. ¿Por qué hacer lo mismo daría resultados diferentes?
Conclusión
En otras palabras, el proteccionismo que plantea este “Observatorio de Importaciones”, por buenas intenciones que tenga, se desvirtúa y se traduce en una pesada carga para todos los ciudadanos. Sólo se benefician los “empresarios” beneficiados por la posibilidad de ofrecer sus productos sin necesidad de competir con estándares superiores, bendecidos como cazadores autorizados a disparar en el zoológico.
Como comentario final, si bien el libre comercio incentiva la migración de fuentes de trabajo desde las industrias menos competitivas a las mejor posicionadas, libera recursos para asignar a industrias eficientes. Esto redunda en mejores salarios y mejor calidad de vida. El proteccionismo, por el contrario, impide la innovación y el progreso, va en desmedro de los sectores competitivos y carga el bolsillo del consumidor con sobreprecios y privaciones absurdas.
Tres datos finales:
. Durante el kirchnerismo fuimos –para solaz del populismo industrial de todo el país- la nación más proteccionista del mundo, como reveló el Global Trade Alert desarrollado por el Center Economic Policy Research (CEPR).
. Hoy sale más barato viajar a New York y volver con una laptop que comprarla acá, gracias a las trabas al comercio impuestas por gobiernos y propuestas por lobistas industriales.
. En Santa Fe no hay aún un Observatorio del Delito. Para saber el número de víctimas hay que contar los muertos que salen en el diario. Pero vamos a tener un Observatorio para llevar la cuenta de cuántos pares de zapatos compramos afuera.