Una víctima más. Un muchacho de 23 años que acudió a ayudar a su padre, cuando era reducido por dos delincuentes armados que pretendían robarle, quienes, cuando lo vieron, le dispararon un tiro en la frente. Así de simple y de horrendo.
En este caso, la víctima era el hijo de un empresario reconocido de la región, Rubén Enrique Bertini, que desde hace años se dedica a la fabricación de maquinaria agrícola. Para él y su familia un dolor inenarrable recién comienza. Un calvario innecesario del que no se hará cargo absolutamente nadie. Otra familia destrozada. Inocentes que ven sus vidas arruinadas por forajidos que se pasean impunemente por la ciudad, burlándose de las leyes de la sociedad. Toman lo que quieren de nosotros y, si así lo desean, oprimen el gatillo. Sin culpa ni moderación. Porque sí. Porque pueden.
Mariano Bertini se suma a los centenares de muertos que costea esta ciudad anualmente. Muertes anónimas o conocidas, de chicos, adultos y ancianos, hombres y mujeres, de cualquier barrio y clase social. La cuota de sangre que Rosario paga por haber permitido que los delincuentes se reproduzcan, se fortalezcan y se animen a más. Hoy mandan los malos, los pérfidos y los violentos. Aunque intenten decirnos lo contrario. Aunque veamos helicópteros ruidosos y suntuosos operativos. Los delincuentes se ríen de nosotros, ciudadanos de a pie, que trabajamos y pagamos impuestos cada vez más altos para un Estado que no puede brindar eficientemente los dos servicios públicos más básicos y primordiales: seguridad y justicia. ¿Qué otra prioridad puede tener el Estado si no puede asegurar que no seamos cazados como conejos? ¿Hacia qué otros destinos más importantes van los recursos físicos y económicos sino son usados para evitar que nos fusilen en la puerta de nuestros hogares?
La política hará lo que hace en estos casos. Mostrará rostros compungidos. Hará declaraciones y se encargará de armar algún allanamiento para poner en la tapa de los próximos diarios. Es sabido que combatir en serio la inseguridad –como combatir el déficit fiscal, por ejemplo– no es algo que rinda frutos políticos. Ningún candidato se vende diciendo que hay menos delito o menos déficit, sino mostrando “obras” y “subsidios” más o menos útiles. Quizás esto debiera hacernos reflexionar como votantes.
Los medios harán lo que hacen en estos casos. Llevarán el tema a un plano tan general que implica que jamás haya solución alguna. Movidos por el prurito de la pseudoprogresía, nos dirán que la culpa no es del delincuente sino del contexto social, como si cualquier tipo pobre saliera a asesinar gente. Como si no existiera el bien y el mal. Como si las víctimas tuvieran cierta culpa por poseer bienes que los delincuentes desean. Como si el hecho de disparar en la frente a un chico o golpear ferozmente a una anciana fuesen acciones que cualquiera pudiera cometer. El germen nocivo del falso garantismo que protege al lobo en desmedro de las ovejas.
Los ciudadanos harán lo que hacen en estos casos. Se lamentarán y se preocuparán por sus familiares. Rezarán para que nada les suceda. Dormirán intranquilos esperando que vuelvan los chicos del boliche. Armarán protocolos complejos para entrar el auto. Se alertarán ante cualquier rostro extraño. Pero seguirán trabajando y viviendo dentro de los márgenes de la ley, mientras a su alrededor se forma una jungla cada vez más espesa.