Por Alejandro Bongiovanni
“Ocurren cosas terribles en mis ilustraciones. Cada una es como un cuento. Si usted las mira atentamente unos pocos minutos, le contarán una historia”, decía el misterioso hombre tatuado a Ray Bradbury en El hombre ilustrado.
La foto más emblemática de la marcha de la CGT fue la de un torso anónimo, con su monumental panza, tatuado con todo el repertorio de la atávica mitología argenta. La fotografía (cuyo autor es Fernando de la Orden) muestra la piel de un simpático y bien alimentado manifestante, en la que encontramos tatuados: a Perón, Evita y los escudos de PJ y CGT; a la bandera argentina y estrofas del himno nacional; y a un Jesucristo, dos vírgenes, un rosario y una madre Teresa de Calcuta. Eso sólo de frente. Vaya uno a saber qué liturgias depara aquella espalda.
¿Qué historias nos cuenta, entonces, la piel de nuestro gordo ilustrado? ¿Qué cuentos podemos encontrar en esa panza que, en buena medida, también es la panza de la Argentina de los últimos tiempos?
Ciertamente, se trata de un muchachón que milita desde su cuero por los tres mitos más importantes y representativos de la política argentina del último siglo: el mito nacionalista, el mito peronista y el mito de la nación católica. La panza de este camionero es también la panza del país, una suerte de aleph en el que confluyen las ideas que más atraso económico, social y cultural trajeron a Argentina, además de, por supuesto, exponernos a sus violencias características.
En primer lugar, vemos la historia del nacionalismo patriotero, del convencimiento de que este país es el mejor sólo porque nacimos acá. Ese chauvinismo narcisista que nos impide mejorar (porque para mejorar hay que creer que es necesario mejorar) y nos pone en el estúpido papel de víctimas (si nos va mal tiene que ser porque el mundo es malo). Las consecuencias políticas, económicas y sociales del mito nacionalista fueron la tontería de “vivir con lo nuestro”, el proteccionismo inútil, los vítores a los militares y su guerra inútil, el miedo a la globalización y, en alguna medida, también cierta xenofobia aún presente.
Pero los tatuajes de nuestro gordo ilustrado también nos cuentan la historia de uno de los sistemas populistas más antiguos de América Latina, serial provocador de pobreza, dependencia social y culto personalista. Con la mitología peronista de la dama buena –que regalaba lo ajeno– y el Teniente General, Padre de la Patria –que combatía el capital y era el primer trabajador– la Argentina pujante se convirtió en un rebaño de personas dadas a esperar que el Líder las provea de recursos, de doctrina y, sobre todo, de sentido. El revival de esta mitología fue, claro está, el matrimonio Kirchner y su desastrosa década de gobierno. El mito de la patria sindical (bien presente en la piel de nuestro amigo) se desprende de la genealogía fascista del peronismo. El sindicalismo es fascio operaio, fuerza organizada para imponer un interés sectorial. Basta verlos pelearse entre ellos para comprender que no se trata de instituciones democráticas ni pacíficas. El civilizar a la corporación sindical es aún una tarea pendiente en la democracia contemporánea.
Por último, el cuero ilustrado del manifestante, refleja con firmeza una creencia muy cercana a las anteriores: el mito de la nación católica; la creencia de que la nación argentina es una entidad espiritual antes que una comunidad política. Entendida la política como una dialéctica de ideas y una competencia por consenso, el mito de la nación católica –así como el mito peronista, su heredero secular– trató de impedir la política y de usar la fuerza del Estado para que la sociedad no se alejara del pretendido ideal católico argentino. El mito de la nación católica permeó en todas las ideas que imperaron durante el siglo pasado. “La subversión socava la identidad católica del país, decían los militares. Católica es la nación donde reina la justicia social, rebatían los trabajadores. La revolución creará un orden basado en el evangelio, sostenían los guerrilleros y sacerdotes revolucionarios. El peronismo es un movimiento humanista y cristiano, advertían sus dirigentes” escribe Loris Zanatta en su imperdible La larga agonía de la nación católica. A pesar de las diferencias entre los distintos grupos, todos hablaron en nombre de Dios y del Pueblo (con mayúsculas) y tuvieron un enemigo en común: la democracia liberal, con sus derechos y libertades civiles. Tanto el mito de la nación católica como el mito peronista se fortalecieron con la existencia de grandes masas de ciudadanos pobres. La nueva situación social generada por el capitalismo y la globalización ha golpeado duro el corazón de estos mitos, que hoy intentan traducir la realidad actual con naftalínicos conceptos del pasado.
Nuestro amigo ilustrado nos ha servido para repasar la mitología que explica en parte nuestro atraso relativo, nuestra vergüenza de haber sido y dolor de ya no ser, nuestras crisis de ayer y nuestros pobres hoy. La buena noticia es que toda esta parafernalia mitológica va siendo lavada por la modernidad y la globalización. Cada vez hay menos estampitas en las puertas de las casas. Son pocos los que hoy ponen fotos de tenientes generales en las paredes de su oficina. Ya a nadie se le ocurre obligar a los alumnos a leer la obra apócrifa de la mujer de un presidente. A medida que la gente empieza a percibir que el mundo es más grande, comprueba que hay países que ya superaron los temas que acá nos empantanan. Afortunadamente, las cosas están cambiando.
Quizás tengamos suerte y los tatuajes de nuestro amigo ilustrado duren más que la vigencia de las ideas que los motivaron.
Nota final: la foto también muestra un tatuaje del escudo de Boca, cuya grandeza no es un mito sino una verdad científicamente comprobada, motivo por el cual no fue mencionado.