Por Ernesto Edwards
Filósofo y periodista
Desde los originarios bluseros negros el rock le ha cantado a aquellos privados de la libertad. Por los motivos que estuviesen. Pero especialmente a perseguidos y presos políticos. Aunque en la Argentina actual los que vienen desfilando proceden todos del gobierno más corrupto de la historia: el kirchnerismo.
Acerca de la naturaleza humana, Jean–Jacques Rousseau en el siglo XVIII afirmaba, quizás ingenuamente, que el hombre es naturalmente bueno, y que se arruina y corrompe al tomar contacto con la sociedad. Thomas Hobbes, en cambio, tal vez con más acierto, un siglo antes sostenía enfáticamente en “Leviathán” que “El hombre es el lobo del hombre”, y que para garantizar la convivencia se requiere de un pacto, de un contrato social, cuya violación necesariamente conlleva un castigo. Esa penalización significará, para el infractor o delincuente, fundamentalmente, condicionar la situación y dominio de su propia libertad.
En la génesis de la filosofía occidental, en el siglo de Pericles, el legendario Sócrates (470 – 399 A. C.) terminó sus días en una prisión, tras ser sometido a juicio por el recién establecido gobierno democrático ateniense, acusado de corromper jóvenes y de instar a no creer en los dioses. Tales cargos eran infundados pero Sócrates encarnaba la oposición manifiesta a la clase política, a la que atacaba y ridiculizaba, y en cuanto a lo religioso insistía con que era más importante ejercitar las virtudes que idolatrar dioses. Era demasiado como para que se lo dejaran pasar por alto, por lo que fue finalmente condenado a beber veneno. A la espera de su ejecución, transitó sus últimos días en una rústica y cavernaria prisión a la vera del ágora ateniense, donde era visitado asiduamente por discípulos y amigos, recibiendo la propuesta de una fuga segura, que rechazó por ser coherente con su filosofía de riguroso respeto por las leyes. Allí se inicia un inacabado período de encarcelamientos injustos a lo largo de la historia. De aquellos que fueron recluidos por pensar distinto, por pretender cambios revolucionarios, por encabezar luchas libertarias. Son aquellos verdaderos presos políticos de un listado de grandes líderes mundiales de la resistencia. Como el emblemático caso del sudafricano Nelson Mandela, encarcelado durante 27 años por su activismo contra el apartheid, siendo luego elegido presidente de su país, como primer mandatario de raza negra de su historia.
“La balada de la cárcel de Reading” fue un extenso poema escrito por Oscar Wilde a finales del siglo XIX, en el que narra su propio encarcelamiento al ser sentenciado a realizar trabajos forzados por su condición de homosexual. “Jamás vi a un hombre que mirara con ojos tan llenos de anhelo esa pequeña carpa azul que los prisioneros llaman el cielo, y cada nube que pasaba a la deriva con velas de plata. Yo caminaba, junto a otras almas en pena, por el interior de otro patio…”
Con “Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión” (1975), Michel Foucault realiza un lúcido y minucioso ensayo sobre la historia del sistema carcelario moderno y su relación con el concepto de poder, y cómo instrumentarlo a través del panóptico. Que era un edificio diseñado para que el preso pudiese ser observado siempre por su vigilador. O que por lo menos el condenado tuviese siempre esa sensación, sin necesidad de monitorearlo de modo permanente, ya que éste nunca sabría en qué momento se lo vigila y en cuál no. Con el sistema carcelario, a la par de castigar, se esperaba que mediante el aislamiento, el trabajo forzado y la duración de las penas se pudiera corregir y reeducar al prisionero, aspirando a reinsertarlo en sociedad, y regulando así la inevitable tensión entre la libertad resignada y el cautiverio impuesto.
Como siempre en cuestiones existenciales, el rock no fue ajeno. Sobre todo porque algunos autores relevantes atravesaron su propia experiencia carcelaria. Tal el caso de Chuck Berry, el padre del rock and roll, encarcelado un par de años con la excusa de un improbable vínculo con una adolescente blanca. Claro, Berry era negro, en plena década del ’50. También Johnny Cash, aunque sólo pasaba ocasionales noches en algún calabozo por sus adicciones. Y componiendo su propia canción, “Folson Prison Blues”. Infaltable para un catálogo específico “Rock de la Cárcel”, popularizada por Elvis Presley y versionada por Miguel Ríos. Con “Prison Song”, Graham Nash grababa “Creo que lo hice mal, y aunque hice lo mejor que pude, voy a tener que dejarte…” De antología el “Hurricane” de Bob Dylan y la injusta prisión del famoso boxeador de color.
Ya en español, el maestro argentino de las letras rockeras, Charly García escribía para Sui Generis “Confesiones de Invierno”, señalando: “Y si bien yo nunca había bebido, en la cárcel tuve que acabar. La fianza la pagó un amigo. Las heridas son del oficial”. Moris Birabent, en “De nada sirve”, habla de otro cautiverio: “En mi prisión de carne y hueso. No puedo salir…”
Indio Solari, desde los Redondos, con “Preso en mi Ciudad” filosofa acerca de estar “atrapado en libertad”. Y con “Todo preso es político” se politiza y añade que “Si esta cárcel sigue así… Obligados a escapar, somos presos políticos”.
En “Presos de nuestra Libertad”, Andrés Calamaro declara “Formo parte de una sociedad secreta que todos conocen, de hombres fracasados…” Y en “La libertad” define: “La conocen los que la perdieron, los que la vieron de cerca, irse muy lejos. Y los que la volvieron a encontrar. La conocen los presos…”
El mejicano Alex Lora, desde su plataforma rockera El Tri, con “Santa Marta”, cuenta la historia real de la banda tocando en el penal mejicano de Santa Marta. En el clásico “Como el viento de poniente” de Marea, el texto de este himno anarquista empieza con un recitado que dice: “Cuando uno está en la cárcel, si no sale de la cárcel, por lo menos sale la voz. La voz no hay quien la pare. Ni rejas ni paredes”.
Cuestiones como garantismo y derechos humanos son elementos a dilucidar y seguir debatiendo. Sobre todo considerando la lamentable “doctrina Zaffaroni”. Pero el rock va más allá. La posibilidad de ser presos políticos, en la actualidad, nunca terminará en tanto existan gobiernos totalitarios en el mundo. Aunque algunos reclamen para sí ese rótulo siendo nada más que delincuentes comunes.
Pero el rockito carcelario que más se baila por estos días en la Argentina, aquel de mayor resonancia y repercusión mediática, pasa por el desfile de figurones y figuritas que han integrado el gabinete (o no), en diferentes períodos, del establishment kirchnerista. Un ciclo que, sin dudas, será recordado por la historia como el más corrupto de todo el desarrollo institucional del país. Desde Ricardo Jaime, Lázaro Báez y José López, hasta el súper ministro K Julio De Vido. Entre procesados y condenados de dicho signo político, la galería parece tender a ampliarse, toda vez que el poder judicial parece estar despertándose de una pesada somnolencia de casi doce años, cuando se transitaba esa triste década perdida, de la que algunos, recordando el slogan acuñado por la viuda de Kirchner, que decía “no fue magia”, se atreven a completarlo agregando: “No. Fue mafia”.
Todo lo dicho sin perjuicio de recordar que la provincia de Santa Fe, desde la asunción del Socialismo en el poder, no es ajena a estos menesteres tribunalicios y penales. No es casual el emblemático ejemplo del exjefe policial Hugo Tognoli, designado por Hermes Binner y luego sindicado como partícipe principal del narcotráfico santafesino en tiempos de Antonio Bonfatti.
Y aunque todo, como sucede desde el Imperio Romano, puede reducirse a montar un gran circo (en este caso mediático), y estas cuestiones no mueven demasiado el amperímetro de los que dominan las grandes ligas, muchos esperamos que de una vez por todas se termine lo que se supone ha sido el prolongado lapso de impunidad de Cristina Fernández. De ella sí que no podría cantarse “Todo preso es político”.
“No he visto la luz del sol desde no se sabe cuándo”, se cantaba en “Folson Prison Blues”, describiendo el tránsito de una prolongada (y merecida) condena. Ese parece el destino inmediato de un listado que no cesa. Y ese reiterado cántico tribunero “Acá tenés los pibes para la liberación”, dirigido a Cristina, quizás se haya anticipado a una situación que debería ser inevitable: que los que fueron los más poderosos, terminen entre rejas. Y que pasen una larga temporada. La que una Justicia, finalmente independiente, decida. Justicia para todos. Y todas.