Joe Biden ha hecho historia. El presidente de mayor edad de EEUU también se ha convertido en el primero en renunciar voluntariamente al poder desde Lyndon Johnson en 1968 y antes de ello, podría decirse, George Washington en 1796. Es probable que su decisión de renunciar como nominado tras semanas de atormentado debate en el Partido Demócrata sobre sus capacidades cognitivas en declive también depare más primeros casos históricos. Su apoyo a Kamala Harris, su vicepresidenta, probablemente garantice la primera nominación presidencial de una mujer no blanca. Si gana una disputada convención el mes que viene, Harris empezaría las elecciones generales oficiales con una probabilidad más o menos igualada de derrotar a Donald Trump.
Aunque Biden se tomó su tiempo para hacer caso al creciente coro de demócratas de alto rango, grandes donantes y medios de comunicación que clamaban por que tomase esta decisión, ha dejado tiempo suficiente para que los demócratas se unifiquen en torno a Harris, u otro candidato, antes de la convención del partido que se celebrará en Chicago el mes que viene. Sólo en los próximos días se sabrá si esa histórica reunión se convierte en una coronación de Harris, para lo Biden se ha comprometido a trabajar, o en una batalla más divisiva entre otros rivales por el puesto. Aspirantes potenciales como el gobernador de California, Gavin Newsom, la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, y el secretario de Transporte de Biden, Pete Buttigieg, tendrán que pensárselo mucho si quieren convertir el camino natural ahora libre de Harris hacia la nominación en una auténtica lucha.
El riesgo de que se considere que bloquean el ascenso de una mujer de color es muy alto. Si hieren a Harris pero no consiguen detenerla, se arriesgarían a ser culpados de su derrota en noviembre. Por otra parte, Harris no está considerada como una candidata fuerte. Su actuación en las primarias demócratas de 2020 fue tan floja que abandonó antes de que se celebrara el primer caucus.
Sus primeros 18 meses como vicepresidenta fueron una serie de desastres de relaciones públicas en los que se equivocó en sus frases y tuvo dificultades para convencer que estaba al tanto de su misión de solucionar la crisis fronteriza entre EEUU y México. El equipo de Biden no ocultó su mala opinión con respecto a sus capacidades.
Desde entonces, sin embargo, las relaciones entre el equipo de Harris y los que rodean a Biden han mejorado. Se convirtió en la portavoz más eficaz en todo el país del derecho de las mujeres al aborto tras la anulación del caso Roe contra Wade hace dos años. Y mostró más confianza en público, encabezando los ataques contra los antecedentes delictivos de Trump. En las últimas tres semanas, su dominio de los temas y su incuestionable lealtad pública hacia Biden mientras éste se enfrentaba a su decisión le han granjeado grandes elogios. Muchos creen que su talento ha sido infravalorado por los medios de comunicación y el público estadounidense, que le otorga prácticamente los mismos bajos índices de aprobación que a su jefe.
Predecir lo que ocurrirá a continuación en el drama político estadounidense al estilo de House of Cards sería temerario. No hay precedentes de un presidente que abandone tan tarde unas elecciones generales. Tampoco hay un ejemplo reciente de un partido que haya ganado la Casa Blanca tras una convención disputada. Los rivales potenciales de Harris tendrán que poner en una balanza estos hechos frente a sus ambiciones. Pero Harris también tendrá que valorar los inconvenientes de ser vista como la beneficiaria de una coronación poco democrática. Ninguno de los dos caminos es fácil ni tiene precedentes. Pase lo que pase, hará historia.