¿Estamos entrando en una nueva era de violencia política?

La historia de Estados Unidos muestra que el derramamiento de sangre puede ser el shock que devuelva a la moderación al primer plano.

PETER SPIEGEL

Estados Unidos no es ajeno a la violencia política, que ha mostrado su fea cabeza con una regularidad casi aterradora en momentos de extrema polarización a lo largo de la historia del país.

Sin embargo, en la mayoría de los casos, los asesinatos o los intentos de asesinato provocan tal conmoción en todo el espectro político que todos los bandos se alejan del precipicio y prevalece la calma. ¿Será este el caso en 2024?

El clima en ambos lados del pasillo político no es propicio para mantener la cabeza fría o calmar los nervios. Tanto los demócratas como los republicanos han utilizado el miedo para motivar a sus bases a lo largo de la campaña de 2024, y ambos han advertido de que una victoria del candidato presidencial rival en noviembre significará el fin de Estados Unidos tal y como lo conocemos. No es un ambiente propicio para volver a la normalidad electoral.

Pero hay un precedente, en la vida de muchos que de los que todavía participan en la política estadounidense, en el que una sorprendente ola de derramamiento de sangre política en un momento igualmente polarizado fue cauterizada, y no por un liderazgo fuerte de los funcionarios del Gobierno, sino más bien por la reafirmación de las fuerzas moderadas en la sociedad estadounidense, que recuperaron la conversación nacional desde los extremos.

Sigue siendo chocante enumerar la serie de tiroteos y asesinatos que ocurrieron en la escena política estadounidense durante los cuatro años que comenzaron en 1968. No solo Martin Luther King fue asesinado en el Motel Lorraine de Memphis y Robert Kennedy fue asesinado tras las primarias demócratas de California, sino que cuatro manifestantes estudiantiles fueron asesinados a tiros por la Guardia Nacional de Ohio sólo dos años después y el gobernador segregacionista de Alabama, George Wallace, fue herido por un hombre armado durante la campaña electoral demócrata de 1972.

En retrospectiva, es asombroso que el país no se desgarrara. Los radicales de izquierdas organizaron grandes y furiosas protestas contra la Guerra de Vietnam, y grupos pacifistas extremistas como los Weathermen llevaron a cabo atentados con bombas intentando provocar una revolución. En cuanto a la derecha, el asesinato de Luther King fue sólo el más significativo de una orgía de violencia que duró una década contra los afroamericanos y los defensores de los derechos civiles.

Pero en 1976, la política nacional se había vuelto aburrida. Un exhéroe del fútbol americano, Gerald Ford, decente aunque poco inspirador, se presentó a la reelección contra Jimmy Carter, un cristiano renacido que dirigía una granja de cacahuetes. Un pistolero trastornado intentó disparar a Ronald Reagan en 1981, pero no por motivos políticos.

La lección es que la democracia estadounidense ha demostrado ser resiliente. En la época hiperbólica en que vivimos, es fácil olvidar que Estados Unidos sufrió una sangrienta guerra civil en su propio territorio, seguida de un impactante asesinato presidencial, pero en una sola generación emergió a una edad dorada, convirtiéndose en la potencia económica más importante del mundo.

Si el pasado es un prólogo, el aparente intento de asesinato del sábado contra Donald Trump producirá un shock para el sistema político estadounidense, permitiendo que las voces de la razón se reafirmen.

Pero mucho de lo que ha ocurrido en Estados Unidos desde que Trump apareció en la escena política ha sido tan inédito que ni siquiera las lecciones de la historia estadounidense pueden ser una guía fiable. Esperemos que las voces moderadas de los Estados Unidos, que se han visto intimidadas por los extremos a ambos lados del espectro político, aprovechen este momento para volver a la palestra. El futuro del país puede depender de ello.

 

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