El gobierno argentino se ubica siempre un paso atrás, pero cerca, de los atropellos que comete el régimen de Nicolás Maduro.
En los últimos días hemos visto al presidente, Alberto Fernández, burlarse de periodistas a través de las redes sociales y también a la defensora del público, Miriam Lewin, quien cargó contra Baby Etchecopar asegurando que su “caso es anacrónico, y apuntamos a que no sea escuchado en la sociedad”.
Vale recordar también cuando el presidente mostró su intolerancia hacia Silvia Mercado frente a la pregunta sobre la “angustia” que podía estar sintiendo parte de la población a raíz de la cuarentena.
O recordar lo sucedido en Facultad de Derecho de la UBA, en donde se había organizado una charla con el ex juez brasileño, Sergio Moro, encargado de llevar adelante la causa conocida como Lava Jato, que llevó a prisión a políticos de todas las ideologías y a vastos empresarios. Luego de que el kirchnerismo pida censura, los organizadores de la facultad, en un hecho que enaltece su estupidez y cobardía, cancelaron la charla de Moro.
Estos hechos dan cuenta de que no volvieron mejores. Son acciones injustificables que esconden la intolerancia hacia la diversidad de opiniones. Para terminar con los odiadores seriales, el presidente primero debería mirar para adentro. En el kirchnerismo nunca se sabe a quién creerle, porque los hechos desmienten las palabras.
Argentina es un lugar en donde hay una facilidad extraordinaria para instalar discursos únicos. Se pone un nombre que estigmatice al que quiera pensar por fuera de los dictados del gobierno. Y se le carga con avances autoritarios. Se trata siempre de la misma estrategia. Y con el kirchnerismo en el poder ese camino se consolida.
La proliferación de este tipo de pensamientos es, entre muchas calamidades, una de las más llamativas que instaló el kirchnerismo en sus anteriores 12 años de gobierno: el que piensa distinto a sus alocadas ideas es un enemigo y no merece ni la posibilidad de expresarse.
Todas estas cuestiones conducen a un solo lugar: el miedo. La muerte, la censura, el escrache al que piensa distinto.
Publicar o decir cualquier cosa en la Argentina de hoy no conlleva riesgos. Pero ir contra la libertad de expresión sí, es atacar directamente a la democracia. Eso como sociedad no lo vamos a permitir.
Estamos en un contexto delicado para el país, con más de 100 días de cuarentena, una pandemia latente y con una crisis económica que se acrecienta.
¿Es necesario continuar con la vieja batalla contra los que piensan distinto?
José Núñez – Diputado nacional por Juntos por el Cambio