El triunfo de Gabriel Boric debe ser analizado en un contexto mayor al que nos condena la visión agrietada típica argentina, que ve en él una expansión del kirchnerismo o simplifica adosándolo al chavismo y poco más que eso. Las miradas muy interesadas huelgan cuando no pueden ver que todo el proceso que viene viviendo Chile en los últimos años es un producto completo en sí mismo y en el que la ciudadanía chilena ha protagonizado un cambio generacional de su dirigencia política.
Boric es un emergente de ello y se verá si es tan rupturista y revolucionario como le festejan ante su triunfo los que aquí fueron derrotados por los votantes que tal vez también estén buscando jubilar a la dirigencia que nunca se fue cuando un día como hoy le pidieron “que se vayan todos” y empezar con otra gente.
Que en Argentina se cuelguen del triunfo de Boric los derrotados se ve como una actitud desesperada por permanecer en la superficie, siempre, más allá del mandato popular. Pero Chile eligió otro camino: primero, cambiando una Constitución ilegítima, nacida de una dictadura. Luego, avanzando con la elección de constituyentes.
Y la evidencia del cambio rotundo se vio en las elecciones primarias, cuando los popes tradicionales de la política quedaron afuera, tanto los que fueron parte de la Concertación de Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet como los más cercanos a Sebastián Piñera. En los dos ejes políticos trasandinos, la izquierda y la derecha, ganaron las primarias quienes no corrían con “el caballo del comisario”.
Boric venció a Daniel Jadue, el orgánico del Partido Comunista y más duro representante de la herencia de Alfredo Allende, al menos en la imagen pública.
A la vez, José Antonio Kast, el derrotado ayer, pero que llenó el Parlamento en la primera vuelta, dejó a una larga lista de herederos de Piñera sin destino.
Sergio Bitar, intelectual chileno y exinistro del presidente Ricardo Lagos, entrevistado por el programa “Tormenta de Ideas” definió el espectro político chileno, es decir, a los contenedores de los candidatos que han pasado al frente, como muy polarizados, sin puntos medios.
“No tenemos una izquierda al estilo de lo que uno podría denominar una democracia social. Es decir, que cumpla dos criterios. Que afiance los valores democráticos, y eso supone instituciones, pero cultura democrática de diálogo y de consensos. Eficacia en el gobierno, que es fundamental, porque uno muchas veces le echa la culpa a la democracia de algo que no resulta y es el mal gobierno lo que no funciona, y eso corre para derecha e izquierda. Entonces un punto absolutamente fundamental es que sea una democracia fuerte. Y en Idea, que usted mencionaba, hemos estado viendo cómo fortalecer nuestros sistemas electorales, cómo haces un pacto social nuevo que permita la inclusión, reducir la pobreza y como tarea clave disminuir la desigualdad. Como logras la autonomía del Poder Judicial, para evitar el control que El Salvador, Venezuela o Nicaragua van teniendo. Son elegidos como democracia, pero van destruyéndola”, analizó.
Agregó que en Chile “hay una izquierda muy extrema que cree que puede hacer una revolución en cinco minutos o atraída por frases populistas que no se pueden satisfacer. Y hay una derecha que cree en el status quo que cree que hay que congelar las cosas y que basta con que el estado opere”.
Otro relevante analista chileno, José Joaquín Brunner, exministro del presidente Eduardo Frei, negó cualquier alarma en torno a que Chile pudiera sumarse al alicaído espíritu, pero no por ello menos eficaz en sus términos, del “Socialismo del Siglo XXI”, el mismo que su creador -Heinz Dieterich- dio por tergiversado y cancelado.
Brunner dijo a “Tormenta de Ideas”: “Creo que es muy difícil en un sistema democrático que se produzcan cambios revolucionarios, por decirlo de alguna. Esa es la ilusión, la utopía que de alguna manera está tendiendo a primar en Chile. Pero la democracia es un sistema que está diseñado, justamente, para evitar rupturas dentro de las sociedades y para dar lugar a negociaciones, a acuerdo, a construcciones y a reformas graduales. Ahora, si usted me pregunta de reforma importante, por cierto que ese va a ser el resultado fundamental de lo que estamos viviendo, pero no va a haber una ruptura democrática, como algunos sectores efectivamente aspiran. Es decir, no veo que Chile esté a las puertas de un cambio brusco que rompa con la institucionalidad e instaure un régimen de este tipo que hay en América Latina, los llamado socialismos del siglo XXI”.
Por ello asistimos el día después de la histórica elección chilena a un extenso cotillón en torno a ganadores y vencedores, con análisis endulzados o amargados al extremo, siguiendo el orden de las cosas que se están viviendo con la polarización total.
Pero el dato relevante no es quién ganó, ya que el perdedor posee la fuerza del Congreso y el ganador el Poder Ejecutivo y la legitimidad de los votos, sino el cambio generacional que Chile sí le dio a su dirigencia política y que aquí está pendiente.
Fuente: Memo