Por Mag. Alicia Pintus – Filósofa y educadora – @AliciaPintus
Después de dos años la pandemia fue evolucionando como algunos estudiosos anticiparon que sucedería, tal cual había acontecido de manera similar en otras épocas. No parece que hayan quedado los aprendizajes esperados después de tanta adversidad que debimos atravesar globalmente. Al contrario, en el afán de dejar atrás los tiempos de aislamiento y distanciamiento físico que perturbaron la vida social que conocíamos, todos parecen querer olvidar lo que sucedió.
En Educación se ha vuelto a una presencialidad plena que no parece contemplar formatos mixtos o híbridos, combinando la distancia y la virtualidad para optimizar los procesos de aprendizaje de los estudiantes o acompañar sus trayectorias académicas, que se han visto seriamente afectadas por la Enseñanza Remota de Emergencia que se aplicó muy disímilmente por casi dos años para compensar la imposibilidad de asistir a los edificios escolares como resultado de medidas sanitarias como las cuarentenas obligatorias.
De los diagnósticos con datos cuantitativos y cualitativos de la situación educativa, las autoridades parecen elegir hablar poco o deslindar responsabilidades en otras gestiones anteriores.
Un colega relataba siempre una anécdota muy potente respecto de asumir o no la realidad: hay dos modos en que uno pueda deshacerse de un tigre que amenaza con comernos a dentelladas. Una forma es tratar de huir del tigre, subiéndonos a un árbol, por ejemplo, donde quizás no pueda alcanzarnos. También podemos deshacernos del tigre cerrando los ojos. Será momentáneo, pero por el tiempo que dure, la fiera amenazante habrá desaparecido de nuestra mirada. Tal vez termine comiéndonos, pero con los ojos bien cerrados. Con los diagnósticos ocurre lo mismo. Se pueden negar o distorsionar los datos de la realidad para que resulten más beneficiosos. Podemos convencernos de que no estamos tan mal, como suelen hacer algunas personas cuando van al médico y le mienten sobre sus síntomas. Pero esto no mejorará su salud.
Hoy en la provincia de Santa Fe, aún sin datos transparentes, públicos y fiables, podemos saber que en Educación las cosas no están bien. Hay observatorios e investigaciones de universidades de prestigio que nos colocan entre los últimos de la lista: menor grado de universalización del nivel inicial y menos egresados del nivel secundario. Esto es: menos niños, niñas y adolescentes están en la escuela. Ni siquiera estamos profundizando en lo sustantivo, es decir: en qué se puede indagar sobre la calidad de sus aprendizajes.
Tenemos problemas graves, aunque no se analizan los índices de desvinculación y revinculación de estudiantes durante la suspensión de la presencialidad y el retorno a una presencialidad administrada, y tampoco se escuchan reportes confiables sobre el contenido de lo aprendido o lo no alcanzado.
Se puede suponer esto por los anuncios que se están brindando: en 2023 se pretende modificar el sistema de promoción para que ningún estudiante de la educación secundaria deba repetir el año, sin importar la cantidad de asignaturas que adeude. Pasará año tras año, con las asignaturas aprobadas o no, hasta llegar al quinto y último año, donde se dice que para finalizar deberá tener todos los espacios curriculares aprobados.
Una forma para que los estudiantes no repitan ningún año podría ser que aprueben todo lo que tengan que aprobar para promover al siguiente. Otra forma, la que parece estar pergeñándose, es que, por cambio de normativa, nadie repita sin importar qué espacios tiene aprobados o no. Una reducción al absurdo nos podría colocar en la hipotética pero no improbable situación de que un estudiante no aprobara ningún espacio curricular durante los cinco años de permanencia en la escuela secundaria y aun así llegara a cursar el 5to. año sin repetir ni, tampoco acreditar los saberes necesarios.
No hace falta ser experto en Educación para darse cuenta de que la lógica disciplinar de algunas áreas del conocimiento se organiza sobre procesos constructivos que van concatenando saberes previos como pilar para aprender los nuevos. Desatender esos condicionamientos epistemológicos es un camino seguro para obstaculizar un aprendizaje comprensivo y reflexivo de esos contenidos académicos. Entonces: ¿Cuál sería el sentido y el valor de esa trayectoria escolar?
¿Está mal pensar en un recorrido que no haga pasar a los estudiantes por las asignaturas que ya tiene aprobadas porque no cumplió con un requisito administrativo que indica que se pueden tener hasta dos asignaturas “previas”? Tal vez no esté mal. Otros países tienen sistemas similares, pero también tienen un examen de salida de la Educación Secundaria o un examen de ingreso al Nivel Superior, que da otro sentido a lo que corresponde como valoración legal al trayecto de la escuela media. Tienen estructuras curriculares organizadas con otros criterios y fundamentos, que permiten recorridos personalizados y no homogéneos. También, otras inversiones presupuestarias que denotan el lugar de importancia de la educación formal para esas sociedades.
¿Podemos pensar la evaluación en términos de acreditación formal sin revisar toda la estructura de la escuela secundaria, incluyendo sus diseños curriculares? Se puede, pero no corresponde. No es coherente pensar solamente un aspecto del sistema formal sin someter a juicio crítico, a revisión y reconstrucción la totalidad del nivel secundario. Probablemente sea necesario y urgente diseñar nueva propuesta que venga a satisfacer las necesidades formativas del nivel. Pero los parches no evitan que la Educación Secundaria siga fracturándose hasta perder todo su significado.
¿Se quiere oficializar que la escuela sea un continente sin contenidos, donde el conjunto de los adolescentes debe permanecer sin que importe lo esencial, que es el aprendizaje? La tarea sustantiva de la escuela es socializar a través de la enseñanza de conocimientos públicamente legitimados, como señala Carlos Cullen en “La crítica de las razones de educar” (1997). Así como la calidad educativa no debe significar exclusión y que únicamente unos pocos privilegiados alcancen los parámetros mínimos; tampoco incluir y retener debe interpretarse como un desvirtuar la tarea sustantiva de la escuela: enseñar y aprender.
¿Se evaluó el actual Diseño Curricular Jurisdiccional de Educación Secundaria? De existir esa evaluación, ¿quiénes y cómo participaron y con qué criterios se elaboraron los protocolos y se efectuaron las consultas? Un cambio de régimen de promoción, evaluación y acreditación es una dimensión del curriculum y no un apéndice que se modifica arbitrariamente para que las estadísticas muestren que no hay repitencia.
¿Se puede hacer cualquier cosa con el currículum escolar? Evidentemente se puede, porque quienes forman parte del gobierno de un sistema educativo tienen la potestad de armar y modificar las reglas de juego como mejor les convenga a sus intereses. ¿Esto es correcto? ¿Esto significa una revisión, reforma y transformación de un nivel educativo que demanda hace décadas que se lo atienda? Sin dudas que son preguntas casi retóricas. Anular la opción de repetir parecería más una maniobra demagógica que el resultado de una investigación pedagógica.
Qué y para qué son interrogantes básicos para poner en debate real el sentido y finalidad de la escuela secundaria. Podemos comenzar la casa por el tejado, o emparchar problemas que queremos ocultar, eso no va a traer los cambios que se necesitan. Va a formar parte de una simulación más del “como si” estuviéramos abordando la cuestión prioritaria cuando solamente nos quedamos en maquillajes, apariencias, superficialidades y simulaciones.
Sigue resonando un grafiti que hace unos años leí en las calles de Montevideo: “Ahorran en Educación. Invierten en Ignorancia”. Sí, ahorran no sólo en la inversión material sino, también, ahorran en la inversión simbólica de discutir una reforma de la Educación Secundaria con la seriedad y sensatez que amerita. Mientras tanto, nuestros adolescentes seguirán coincidiendo con los ibéricos de Fito y Fitipaldis: “El colegio poco me enseñó. / Si es por esos libros, nunca aprendo”. Y será, lamentable e inexorablemente cierto: no repetirán, pero tampoco aprenderán.