Por Mag. Alicia Pintus – Filósofa y educadora – @AliciaPintus
En Argentina y en materia de educación estamos preocupados intentando recuperar lo que se perdió durante la pandemia. Esto es: recuperar a los estudiantes que quedaron fuera del sistema educativo, que no retornaron y que quizás no lo harán nunca, y los aprendizajes de los que estuvieron vinculados y que debieron lograr y no se alcanzaron. Algunas jurisdicciones como Santa Fe buscan eludir esta zona de desastre educativo proponiendo que se modifiquen las normativas de promoción, evaluación y acreditación para que los estudiantes del nivel secundario puedan promover a los años siguientes hasta el último curso sin límite de asignaturas pendientes de aprobación. Sin dudas que hay formas diversas de lidiar con los problemas globales, las fallas estructurales y las deficiencias en la gestión política educativa. Algunas son decididamente nocivas.
Mientras tanto nos vamos quedando fuera del mundo y del futuro, cuando supimos ser una nación que era el referente para los demás países latinoamericanos y una provincia de avanzada en innovación educativa. Gran parte del resto del planeta se hace planteos que parecen de ciencia ficción, pero son la realidad que se va imponiendo.
Recientemente en el mundo occidental, un tema que ha generado controversias es el uso de la Inteligencia Artificial en Educación. Lo que ha puesto el foco es la utilización de ChatGPT, un generador de textos que puede hacer, por ahora, las tareas más o menos sencillas que los docentes solicitan a los estudiantes cuando les piden resúmenes o síntesis de conocimientos específicos.
Es cierto que hace más de dos décadas que Google viene permitiendo en un progreso indefinido que los estudiantes copien y peguen información para ensayos, monografías, etc. A la par de este clásico “copypasteo” de los alumnos es que los profesores han procurado valerse de webs anti-plagio que detectan las fuentes utilizadas si están disponibles en Internet y ahorrarse la búsqueda manual para sorprender infraganti esas trasgresiones de sus educandos.
Pero el ChatGPT va más allá. Es Inteligencia Artificial que usa todas las preguntas y planteos del consultante para aprender. De este modo es como si conectaran con un maestro o tutor particular que responde las consultas ad hoc y que las reescribe si se le solicita otra versión o una ampliación de las mismas.
La Inteligencia Artificial (IA) es una rama de la Informática que investiga el desarrollo de sistemas informáticos que sean capaces de realizar tareas que habitualmente requieren de inteligencia humana. Estos sistemas usan algoritmos para aprender y tomar decisiones imitando el comportamiento humano. Tiene diversos campos de aplicación, y entre ellos, la educación.
John McCarthy (USA, 1927-2011), uno de los científicos más representativos en el campo de la Inteligencia Artificial, la define como “la ciencia y el arte de hacer que las máquinas realicen actividades que, de otro modo, requerirían inteligencia humana.” (2007). En similar sentido, Alan Turing (UK, 1912-1954), polifacético filósofo, científico, criptógrafo británico y uno de los pioneros en estas investigaciones dice que “IA es el estudio de cómo hacer que las máquinas realicen cosas que actualmente sólo puede hacer el ser humano.” (1950)
La literatura y el cine se han adelantado a mostrarnos esas posibilidades. El cine como Objeto Cultural es una verdadera metáfora epistemológica de su época. Para señalar algunos filmes solamente podemos mencionar a “2001 – Odisea del espacio” (1968), “Blade Runner” (1982), “Terminator” (1984), “Matrix” (1999), “A.I. Inteligencia Artificial” (2001), “I, Robot” (2004), “Ex Machina” (2014), “Her” (2013), y “Blade Runner 2049” (2017).
Los hitos en el desarrollo de la IA pueden datarse de mediados del Siglo XX e incluyen proyectos de programación, lenguajes de programación, algoritmos de aprendizaje automático, utilización de redes neuronales artificiales, teoría de los juegos, y su uso para detección de fraudes, entre otros.
Pensamiento, razonamiento, toma de decisiones, aprendizaje: son todas habilidades cognitivas específicamente humanas. O lo eran hasta que los desarrollos de la IA parecen querer imitarlos o emularlos. Esto genera temores y controversias vinculadas con la pérdida de empleos, los riesgos en la seguridad y privacidad informática si las tecnologías se vuelven suficientemente autónomas, y un extremo de una rebelión de la IA en contra de los seres humanos.
¿Podrán las “máquinas” sustituir o esclavizar a los seres humanos, como hemos observado en tantas distopías de ciencia-ficción?
Educación no escapa a sus potenciales vinculaciones con la IA. También genera defensores y detractores a ultranza, como ha pasado con cuanta novedad se ha tropezado con los procesos educativos formales. La educación entre tradiciones e innovaciones suele verse tensionada entre una resistencia a los cambios y la imperiosa necesidad de incorporarlos. Es parte de la naturaleza de la educación que tiene dos sentidos contrapuestos: transmitir un legado cultural y preparar a los sujetos para el futuro. Esa ambivalencia esencial entre uno y otro mandato trae consecuencias para los sujetos que aprenden dentro de las instituciones educativas formales, que muchas veces dejan fuera aprendizajes invisibles extraescolares que podrían aportar a optimizar los procesos de enseñanza sistemáticos.
Quienes defienden la implementación de la IA en educación consideran que puede optimizar el aprendizaje a través de adaptaciones y retroalimentación de contenidos en tiempo real. Los argumentos apuntan a la eficacia y al rendimiento de los alumnos, como a la opción de producir materiales específicos y personalizados. Hay áreas de la gestión institucional en la que la aplicación de la IA podría dar lugar a procesos de automatización de tareas administrativas tales como la generación de informes con mucho más refinamiento y precisión y contribuir a la fluidez en los medios de comunicación de esa información entre los distintos actores de la comunidad educativa.
Por su parte, quienes la rechazan argumentan que una IA nunca podrá hacer la tarea pedagógica de un docente y que hay una carencia fundamental que es la importancia las relaciones interpersonales como la base de la personalización del aprendizaje y de las adecuaciones a las necesidades de los estudiantes. También cuestionan la creatividad y el fomento de una dependencia de los alumnos respecto de las tecnologías, como aquello que se decía ante la aparición masiva de las primeras calculadoras domésticas acerca de que si los alumnos las utilizaban ya no se sabrían sumar, restar, multiplicar y dividir, por ejemplo. Por supuesto, unas de las razones más sólidas en contrario se basan en que la IA no podría sustituir la educación de las habilidades socioemocionales en cuanto a la relación entre condiscípulos y con los docentes.
No faltan fundamentos economicistas como costos de la tecnología y capacitación de los usuarios, además de las consecuencias en cuanto a potenciales pérdidas de empleos administrativos.
Los cambios tecnológicos han repercutido en la vida social desde el invento de la rueda. No tenemos registros de los debates que podrían haber tenido lugar cuando a alguno de nuestros antepasados milenarios se le ocurrió inventarla, pero seguramente habrá tenido seguidores y detractores. Cada vez que algo nuevo emerge se repiten disputas entre posiciones opuestas, tal como lo describe Umberto Eco en Apocalípticos e Integrados (1964) donde muestra estas visiones contrapuestas de pesimistas y optimistas extremos frente a la cultura de masas.
La IA tiene el potencial de transformar la educación y la escuela, como tantos otros cambios que han afectado nuestras vidas cotidianas y profesionales en las últimas décadas. Puede aportar herramientas como tutores virtuales, análisis y diagnóstico del aprendizaje de los alumnos, generación de contenidos personalizados, chatbots educativos, plataformas de aprendizaje en línea y en tiempo real. Puede dar lugar a una educación mediada por una tecnología mucho más sofisticada que desafía nuestra calidad de enseñantes.
Muchos resistirán a que sus alumnos utilicen herramientas de IA alegando que sus producciones podrían ser realizadas por esa IA y no por ellos. La perspectiva es que escuelas y docentes tendrán que considerar con seriedad el modificar dispositivos de enseñanza y de evaluación que las integren y que hagan foco en lo que se requiere para que sean herramientas utilizadas por usuarios reflexivos. En definitiva: es imprescindible revisar nuestros supuestos pedagógicos y didácticos, porque la finalidad de todo lo que hacemos como educadores es que nuestros estudiantes aprendan más y mejor.
Esto nos vuelve a colocar en la insoslayable situación de examinar críticamente nuestra concepción sobre la educación, la enseñanza y el aprendizaje. Nos interpela a preguntarnos: ¿Qué y cómo debe enseñarse a los sujetos para que puedan insertarse en un futuro que posiblemente nosotros no habitemos? En suma, el interrogante perenne que debe guiar nuestras prácticas educativas es el mismo de siempre: ¿Para qué sirve la escuela? Lo que se transformarán serán las respuestas que tienen que estar a la altura de los cambios para que no nos quedemos en los márgenes de una sociedad que seguirá avanzando con o sin nosotros.