Por Alicia Pintus – Filósofa y educadora / @AliciaPintus
Usualmente el Sistema Educativo es financiado por el Estado, que asigna fondos en forma directa a las instituciones educativas para su funcionamiento.
Por su parte, los vouchers educativos son instrumentos que representan un modo de financiamiento alternativo por el cual esos fondos no llegan en forma directa a las instituciones educativas, sino que el Estado se los brinda a padres o tutores para que los entreguen en la escuela que eligen para que sus hijos concurran como alumnos. Esa escuela puede ser tanto de gestión estatal como de gestión privada.
Esta idea se atribuye originalmente a Milton Friedman, quien la delinea en un ensayo de 1955 “El rol del Gobierno en la Educación”. Allí proponía un sistema en el cual los padres recibirían de parte del Gobierno vales, bonos o cheques educativos que utilizarían para pagar la educación de sus hijos en la escuela de su elección, ya sea estatal o privada. Suponía que la libertad de optar de los padres fomentaría la competencia y la mejora de la calidad educativa dentro del sistema. Friedman ha influido en el debate sobre políticas educativas en varios países, tanto es así que se han dado experiencias concretas en algunos: Suecia, Países Bajos, Bélgica, Nueva Zelanda, Chile, Colombia, y en algunos estados de Estados Unidos, por ejemplo.
Los vouchers implican acciones de descentralización del Sistema Educativo y mayores grados de libertad para las escuelas en el diseño e implementación de sus proyectos educativos, además de la administración de su presupuesto.
Los opositores sostienen que los vouchers y esa descentralización podrían contribuir a la fragmentación del sistema educativo y profundizar las desigualdades. También señalan fuertes dudas sobre la rendición de las cuentas públicas y el drenaje de recursos de las escuelas de gestión estatal hacia la gestión privada. Parten del supuesto de que la competencia no es garantía de la mejora de la calidad y de que los padres no tendrían criterios adecuados para decidir.
Los argumentos a favor plantean que la libertad y la posibilidad de elegir de los padres los vuelve más activos en la educación de los hijos. La descentralización y mayor autonomía de las escuelas puede mejorar la calidad de la educación al incentivar a las escuelas a competir por estudiantes y fondos. También es un estímulo permanente para la innovación pedagógica y mayor flexibilidad para adaptarse a las necesidades locales. En cuanto a la gestión del presupuesto podría significar una mayor eficiencia en la racionalización de los recursos. Además, las familias estarían en posibilidad de acceder a la escuela elegida sin preocuparse por las limitaciones financieras, siendo esto más equitativo.
Los vouchers educativos traen a la mesa no sólo la discusión de cómo debe financiarse la educación, sino una cuestión más profunda acerca de los niveles de decisión y los procesos de descentralización de los organismos del Estado.
En Argentina, el Estado financia la oferta educativa. Esto es: financia en forma directa a las instituciones de gestión estatal (las que llamamos escuelas públicas) y también financia a las instituciones de gestión privada autorizadas para la enseñanza oficial (las que llamamos “privadas”) a través de brindarle un subsidio para sueldos docentes a las entidades propietarias particulares que las han creado para asimilarlas a la educación pública. La implementación de un sistema de vouchers educativos significaría financiar la demanda. Cada familia recibiría su voucher y podría decidir en qué escuela gastarlo.
Los vouchers educativos plantean una discusión acerca del monopolio del Estado en cuanto a la educación. Es un tema sensible, complejo y álgido. No se trata solamente de quién y cómo se financia la educación, sino en manos de quiénes está la decisión de cómo deben ser las grandes líneas de la política educativa y los micro procesos operativos dentro de las escuelas.
Del paso de las monarquías a los Estados Nacionales durante la Modernidad, la educación ha sido considerada una herramienta fundamental del progreso humano. “Educar al Soberano” ha sido el lema que inspiró la construcción de los Sistemas Educativos de esas nuevas democracias. Definía la necesidad y obligación de educar al nuevo soberano -el pueblo- que a partir de esta transformación política y social ha devenido de ser “súbdito” a ser “pueblo”: alguien con conciencia, libertad y responsabilidad para participar activamente en la vida pública y ejercer con plenitud sus derechos como ciudadanos de las democracias contemporáneas.
Las corrientes de las pedagogías sociocríticas, con Althusser y Bourdieu y Passeron a la cabeza, visibilizaron que el Estado ejerce una violencia simbólica, a través de sus aparatos ideológicos, además del monopolio de la fuerza a través de los clásicos aparatos de represión. Es que, a través de la educación impartida por los Sistemas Educativos se da un proceso de domesticación y disciplinamiento social, que muchas veces no coincide con el capital cultural básico de quienes asisten a las instituciones educativas. Hay una hegemonía de quienes ejercen el poder, que hace que la educación no contemple la diversidad que naturalmente se daría sin ese monopolio.
Ahora bien, el interrogante es si el Estado realmente tiene el monopolio de la Educación en una sociedad del conocimiento donde la mayoría de las cosas que vale la pena aprender, se tienen que aprender por fuera de la escuela para estar mejor preparados para el mundo del trabajo. Existen campos profesionales donde las credenciales educativas tienen un valor relativo frente a los saberes y experticias específicas. Pensemos en las familias que tienen que acudir a profesores particulares para que sus hijos aprendan lo que se les exige saber en la escuela y que la escuela no parece estar enseñándoles. O en el hecho de que estudiantes de la educación obligatoria realizan múltiples actividades formativas por fuera de la escuela para complementar aquello que las instituciones educativas no les brindan.
Los de Molotov nos lo advirtieron, ya sabemos lo que pasa “Si le das más poder al poder…”. Tal vez, en el fondo de toda esta crítica negativa a los vouchers educativos hay un Estado que no quiere ceder poder en favor de ampliar las libertades individuales.