“Pizarrones”: Educación y Metáforas

Veinte años atrás, una joven realizadora iraní, con “Pizarrones”, a la par de denunciar al régimen plantea el debate acerca de cómo debe pensarse la Educación en situaciones extremas.

Por Ernesto Edwards / Filósofo y periodista / @FILOROCKER

Una recomendación de manual para poder interpretar apropiadamente los simbolismos de una obra artística es intentar recuperar los mecanismos generativos de su creador. En Irán, uno de los países con más alto índice de analfabetismo del mundo, nace Samira Makhmalbaf (Teherán, 1980), de padres y hermana cineastas, y destacada representante de la Nueva Ola del cine iraní, presentándose a los 17 con su ópera prima “Manzanas”, siendo luego quien escribiría y dirigiría a los 19 años su obra maestra, “Pizarrones”, que le daría reconocimiento mundial a partir de obtener el Premio del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Cannes. A los 14 Samira abandonó la escuela para dedicarse a estudiar cine con su padre. A los 28 años dirigió su quinta y última película, “El caballo de dos piernas”, con el que obtuvo el Premio Especial del Jurado del Festival de San Sebastián. Tras un cruento atentado en su set de filmación, salvando su vida, decidió no volver a dirigir mientras no tuviera libertad creativa en Irán. Algo que cumple hasta el día de hoy. Igualmente, continúa siendo una gran activista por los derechos de las mujeres.

Recordemos que Irán es una República Teocrática, por ende retrógrada y con autoridades políticas de origen religioso y oligárquico, que saben que objetos culturales como el cine son una herramienta de difusión y liberación social. Por tanto, el control estatal sobre los límites creativos es máximo, y se traduce en censura de todo aquello que pueda considerarse desviado y peligroso para el régimen, sean imágenes, ideas y conductas que hablen de libertades de cualquier tipo, eliminándolo de cuajo de cualquier guión o edición sospechosa que proponga erotismo, costumbres occidentales o atente contra la moral islámica. Vaya como ejemplo que actores de diferente sexo tienen prohibido tocarse físicamente durante los rodajes, cuestión que siempre ha influido, no siempre positivamente, en la estética del cine iraní. Todo ello se potencia, claro, si además la creadora y difusora de tales extremos es una mujer.

El título del filme, “Pizarrones”, podría ser engañoso si lo que se espera es una típica película de educación, a tono con las concepciones más occidentales del tema y con las producciones del cine más comercial. Aquí no se habla de sistemas formales, de ética profesional, de política educacional, de espacios curriculares, de instituciones educativas, de vocación docente, de compromiso personal, de abordajes didácticos, ni de problemas de aprendizaje. Sí es un alegato a favor de la alfabetización infantil y general, donde se sugieren conceptos de índole filosófica, y se muestra qué pasa a la hora de iniciarse en el conocimiento en el marco de situaciones límites. Y cómo podemos interpretar símbolos y metáforas a partir de un cine que nos parece lejano y ajeno. Y, por supuesto, es una realización honesta y valiente que expone lo peor de vivir en las más extremas pobreza e ignorancia, soslayando la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989.

Conviene tener presente que, en general, se coincide en reconocer tres momentos o circunstancias como orígenes de la Filosofía: el asombro, la duda, y las situaciones límites. Karl Jaspers afirmaba que hay situaciones en la vida que son cambiantes, pero que hay otras, que son permanentes, aunque sus detalles varíen o se disfracen, que son morir, sufrir, luchar, estar entregados al azar y enredados en la culpa. Son situaciones insuperables e ineludibles, constitutivas de la existencia, que limitan al ser humano, haciéndole evidente su finitud. Una de esas situaciones límites es la guerra, donde se pelea, entre otros motivos, para sobrevivir. Tal el contexto de “Pizarrones”.

El filme, casi un documental de ficción -de tintes antropológico y sociológico-, narra la recorrida que se inicia con un grupo de diez maestros nómades que, tras un bombardeo en el Kurdistán iraní, próximo a la frontera con Iraq, vagan de poblado en poblado por las montañas con un pizarrón atado a las espaldas buscando interesados de diferentes edades con inclinación por estudiar y aprender, a cambio de una mínima retribución en especies. Al llegar a cierto punto del camino, tras un ataque militar deciden dispersarse y sólo se seguirán los sendos caminos que seguirán dos de ellos, Said y Reeboir, casualmente los únicos que son actores profesionales.

Said terminará con un grupo de vagabundos iraquíes intentando regresar a su país. Tras colaborar con el traslado de uno de ellos, se “casará” con una mujer hija de quien ayudó, que viaja con su pequeño niño, ofreciendo su pizarra como dote, la que perderá tras el ulterior “divorcio”. En tanto, Reeboir encontrará a un grupo de niños contrabandistas para quienes la educación parece no tener valor. Les contará que alfabetizados podrían leer los diarios que les dirían qué pasa realmente en el mundo, y que sabrían hacer aquellas cuentas que impedirían que sus empleadores los engañaran. Pero todo ello carece de interés cuando lo único que importa es salvar la vida en el día a día. Y todo, entre el tableteo constante de lejanas ametralladoras.

Esos pizarrones que arrastran cada día serán no sólo el tablero donde se anotarán palabras y cálculos simples, sino aquello que se usará como camilla para arrastrar a un pobre anciano en agonía, para fabricar muletas para un niño que se ha quebrado una pierna, para ocultarse de helicópteros asesinos, o para cubrirse de las balas de enemigos invisibles pero siempre presentes. La alegoría de para qué puede ayudarnos la educación está a pleno. Y también el símbolo de la posibilidad de un nuevo amanecer, peleando contra la deshumanización que provocan regímenes que se fortalecen mientras más ignorantes sean sus pueblos. De allí el por qué de no encontrar una sola escuela durante el penoso itinerario de “Pizarrones”.

En ese contexto, la pregunta debería ser: ¿qué es la educación? Para nosotros, es una herramienta de inserción y movilidad social, pero en el medio de la nada, ¿para qué sirve leer, escribir y calcular? La película habla de replantearnos qué debemos enseñar a las generaciones más jóvenes, cuando el otro no siente la necesidad de aprender, y sólo debe preocuparse por mantenerse con vida.

Una más: la docencia no debe entenderse como un sacerdocio. Ni se vive del reconocimiento popular o de la satisfacción personal por realizar la propia vocación. Ser maestro, enseñar, es un trabajo, una actividad especializada que requiere condiciones diferenciadas, seriedad, responsabilidad y capacidad, que implican una actualización y un perfeccionamiento permanentes, a lo que le corresponde una remuneración acorde, el reconocimiento social y el respeto de todos, que no siempre se mensuran en cuanto a sus merecimientos ni por el estado ni por la gente en general.

FICHA TÉCNICA

“Pizarrones” (Irán, 2000, de Samira Makhmalbaf)

Con Saeid Mohammadi, Bahman Ghobadi, Behnaz Jaffari

Premio del Jurado del Festival de Cannes, 2000

Género: drama – Duración: 84´- Calificación: muy buena

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