“La sociedad de la nieve”: Filosofía y contexto

La tragedia de los Andes nuevamente al cine: situación límite propiciando numerosas reflexiones filosóficas.

Por Ernesto Edwards – Filósofo y periodista / @FILOROCKER

De reciente paso por salas cinematográficas, el 14 de diciembre pasado, y ahora desde el 4 del corriente mes una novedad en el streaming a través de la plataforma virtual Netflix, ya se puede ver “La sociedad de la nieve”. Que para algunos puede ser una remake de “Viven”, la película de 1993 que protagonizara Ethan Hawke, entre otros. Pero en realidad, “La Sociedad de la Nieve” es un filme con participación de créditos españoles, basado en el libro homónimo de Pablo Vierci, que a su vez se apoya en el documental de Gonzalo Arijón, que cuenta, con riguroso detalle y realismo, lo que se conoció como la “Tragedia de los Andes”, y que algunos, con un manto de misticismo, calificaron como el “Milagro de los Andes”, tal el tenor de “Viven”, que estuviera impregnada de una religiosidad que en la actual versión está aminorada y tal vez puesta en su lugar.

Como contemporáneo a lo que sucedió aquellos días, para una mejor comprensión de esta nota, lo contaré en primera persona. Corrían finales de 1972 y el mundo ya se había enterado de que el 13 de octubre de ese año una delegación de uruguayos compuesta por 40 pasajeros y 5 tripulantes que habían viajado en un vuelo chárter de la Fuerza Aérea de Uruguay rumbo a Chile con la finalidad de disputar un encuentro de rugby juvenil representando al Old Christians Club, y que mientras atravesaban la Cordillera habían sufrido un accidente que no podía ser determinado, que tras un breve búsqueda se había abandonado toda posibilidad de encontrar sobrevivientes.

Nos habíamos familiarizado, también, con algunos nombres tales como Roberto Canessa y Fernando Parrado, dos de quienes más se destacarían en esa historia. Pero el tiempo pasó, la búsqueda se abandonó tempranamente y todos empezamos gradualmente a olvidarnos, como sucede con toda información periodística que no nos cambie directamente la vida.

72 días después el mundo se conmovería con la noticia de que un humilde arriero chileno había encontrado a unos pocos de los sobrevivientes que darían aviso a las autoridades para el inmediato pero complicado rescate en el medio de las montañas. Y tras el rápido regreso a su país y la conmovedora bienvenida de sus familiares sumado a la desesperación de quienes habían perdido a los suyos, recuerdo muy bien que una de las primeras cosas que me pregunté fue ¿de qué se habrán alimentado todo ese tiempo? Juro que pensé que podría haber sido que de carne humana. Pero me pareció tan horroroso que rápidamente lo descarté como posibilidad, y hasta me sentí culpable por tener tan malos pensamientos. No cabía la idea de canibalismo entre seres humanos bien educados.

Y así fue que por primera vez en mi vida escuché hablar de “antropofagia”. Y de que tenían un protocolo para seccionar los pedazos de carne humana de los compañeros de viaje muertos que consumirían.

La tragedia en el medio de los Andes está cinematográficamente muy bien contada, pero carente de contexto histórico al soslayarse qué pasaba en Uruguay justo en 1972 cuando el presidente constitucional era Juan María Bordaberry (que había sucedido a Jorge Pacheco Areco), y que un año después, tras un golpe de estado cívico – militar, el dictador de Uruguay, iniciando un período totalitario que duró 12 años sería… ¡Juan María Bordaberry!, quien había pactado su continuidad en el cargo con los insurrectos golpistas, disolviendo el Congreso, creando una ficción de legislatura e implementando un régimen de censura ideológica. Todo lo cual fue inicialmente resistido por la central obrera de entonces, que inició una prolongada huelga general que duró 15 días. Y que todo se fue dando en el marco de una disputa urbana contra la guerrilla del grupo armado marxista Tupamaros, que contaba con el apoyo internacional de dictaduras de izquierda, que fue difundido fílmicamente por Costa-Gavras con su cinta “Estado de sitio”, y que tenía entre sus filas a Eleuterio Fernández Huidobro como uno de sus líderes, y como figura que ya se destacaba a Pepe Mujica, a quien hoy y luego de haber sido elegido como el 40mo. presidente de Uruguay se lo valora con un viejecito bueno y sabio, que junto a personajes destacados de la cultura, como el poeta Mario Benedetti, conformaron una expresión política denominada “Frente Amplio”, con la intención de competir electoralmente.

Todo eso pasaba por aquellos días en la Banda Oriental, sin contar que procesos similares se estaban dando o gestando en gran parte del resto de América Latina, presuntamente apoyados por los Estados Unidos, tal como se afirmaba por entonces.

Volvamos a la película. Como cualquier Objeto Cultural, que es toda producción intelectual con resonancia social y de naturaleza simbólica, permite y propicia reflexiones que involucran lo filosófico y, como sabemos, las Situaciones Límites como guerras y finitud son uno de los orígenes principales de la Filosofía, aquellos que nos disparan pensar acerca del sentido de la vida. Y que es el planteo de “La Sociedad de la nieve”.

Que por otra parte su mismo comienzo, de gran factura, nos hará recordar a cómo empieza la mítica serie “Lost”, con un avión estrellándose en un isla perdida del Pacífico. Y no será casual ni equívoco, porque el musicalizador de una hizo lo propio en la otra, es decir Michael Giacchino, ganador además de un Oscar por “Up” (2009) y autor de bandas sonoras como “Misión Imposible”, “Ratatouille”, “Star Trek”, “Jurassic World”, “Spider-Man”, “Coco”, “Jojo Rabbit”, y “The Batman”. Nada menos.

El filme se inicia con una escena que está musicalizada por una canción que fue uno de los máximos hits del rock uruguayo grabado por Los Shakers, una banda legendaria que cantaba en inglés, entre temas propios y covers de The Beatles. El título era la muy pegadiza “Break It All” (Rompan Todo), y el problema para la ambientación de “La Sociedad de la nieve” es que todo transcurre en 1972 y la canción se grabó en 1965. Son esos anacronismos que tanto deploramos en la ambientación de cualquier filme, que le hacen perder verosimilitud y contundencia a cualquier historia.

La película dirigida por J. A. Bayona, que es la tercera sobre el tema, tras la mediocre realización mejicana “Supervivientes de los Andes” (1976), es técnicamente muy buena, bastante bien actuada con intérpretes poco conocidos como Enzo Vogrincic en el papel de Numa Turcatti, el inesperado narrador en off, toda vez que es alguien que fallece antes de ser rescatado. Un miembro más del grupo de pasajeros, que sin ser ni jugador del equipo ni pariente de alguno de sus miembros sin embargo fue clave a la hora de sostener física y anímicamente a los sobrevivientes. Y a quien se le atribuye una frase de raigambre bíblica, inspirada en el evangelio de Juan: “No hay un amor más grande que el dar la vida por los amigos”.

El filme también tiene importantes logros en cuanto a su realización y edición, maneja adecuadamente los climas a partir de la musicalización de Giacchino, y una impresionante y bella fotografía en Sierra Nevada, España, como fondo de las escenas más relevantes. Pero es innecesariamente larga y adolece de la falta de contexto ya señalado.

No obstante merece verse, conmueve, despierta empatía y provoca que todos reflexionemos algo acerca del sentido de la vida y de la importancia de la resiliencia. Que no es poco. Y que además es la seleccionada para representar a España en los Premios Oscar 2024 en la categoría Mejor Película Internacional. Ahora bien: una historia sin contexto es como un cuentito sin fondo.

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