Luciano Benetton se convirtió en emprendedor por necesidad. El italiano es uno de los casos de estudio preferidos por entidades académicas globales; el ejemplo de éxito notable que muchos usan para evidenciar cómo una idea puede convertirse en un imperio.
Marcelo Cámara (43), emprendedor argentino nacido en El Bolsón y criado en Comodoro Rivadavia, conoce lo que significa pasar necesidades. Lo suficiente como para haber aprendido a transformar sus carencias en energía suficiente como para generar ingresos millonarios. Cámara no es Benetton, ni siquiera se le parece, pero tiene algo en común con el magnate europeo: las ganas de hacer de su cadena de heladerías una compañía grande, que trascienda las fronteras nacionales.
La historia de este emprendedor nato, que terminó el colegio secundario con mucho esfuerzo aunque no consiguió el diploma, es sacrificada. Cuando tenía ocho años sus padres se separaron y él se convirtió en el sostén familiar para su madre y sus hermanos. Hizo de todo, desde repartir diarios a la madrugada y vender “quinie la” hasta abrir una tintorería a pulmón con ahorros propios y ayuda de algún que otro amigo y comercializar mermeladas y dulces caseros de frutas de la Patagonia.
Cuando las cosas se ponían difíciles en la fría Comodoro Rivadavia, Cámara viajaba a Buenos Aires sólo para vender dulces que compraba en locales del sur del país.
“Lo único que me importaba era la calidad del producto, porque era yo el que ponía la cara cuando los vendía”, recuerda este empresario que vivió más de 20 años en una casilla de 20 m² con un baño diminuto en el exterior.
Cámara integra la nómina de emprendedores que probó de todo y que no solo por intentarlo siempre tuvo suerte. Hasta los 19 años lo obsesionaba conseguir dinero suficiente para construirle una casa a su madre. “Era mi única preocupación”, recuerda. Y fue en 1990 cuando finalmente compró la mitad de un terreno en Comodoro Rivadavia con US$ 2.000 que reunió de la venta de dulces. El resto lo financió. Pagó intereses siderales con ingresos de “trabajos extra” y algunos pesos prestados. El esfuerzo valió la pena: le edificó la vivienda a su familia.
Tiempo después, Cámara dejó su tintorería e intentó vender helados artesanales elaborados de pasta base. Lo hizo durante una temporada en el local de un fabricante de chocolates de Comodoro Rivadavia que le subalquilaba un espacio. Le fue bien, sus ventas fueron un éxito. Tanto, que tuvo que mudarse. Y así comenzó.
En 2003 compró otro terreno en la zona. Allí levantó el edificio en el que funciona la planta de Del Viento, marca patagónica de helados, café y chocolates, desde 2009. La empresa comenzó facturando $ 400.000 en plena crisis económica, en 2000, y cerró 2014 con ventas por $ 20 millones.
En diciembre, Cámara abrió su primer local en Buenos Aires antes de las Fiestas. Es el único de siete que no está situado en el sur del país. Los restantes seis están en Trelew (1), Comodoro Rivadavia (4) y Rada Tilly (1).
“Después de que pude terminar la casa comencé con la construcción de la planta que hoy produce 150.000 kilos de helado al año y tiene capacidad instalada para elaborar un millón de kilos por año”, cuenta este emprendedor que innovó no sólo en el proceso de elaboración de las cremas heladas, sino también en las recetas de algunos de los sabores que comercializa Del Viento. El “limón avergonzado” es una combinación de ese cítrico con frambuesa (nació por un error en la producción, había quedado frambuesa en el tanque en el que se preparó limón); la “murra enamorada” es un blend de esa fruta silvestre con moras y su nombre surge del juego de palabras entre esas dos frutas. El de pistacho y el la nuez son de colores pálidos, de la combinación ideal de leche, crema, azúcar y esos frutos naturales que se pican y se procesan para convertirlos en una pasta homogénea.
“No usamos químicos ni colorantes. Nada de pasta base. No debe existir ninguna heladería en el país que elabore sus productos desde la base”, explica Cámara. Según el emprendedor, hasta la ultrapremium marca Arkakao fabrica sus helados con pasta base que trae del exterior.
En la “cocina” de la fábrica de 650 m² que la compañía tiene en Comodoro Rivadavia se puede observar el trabajoso proceso de producción que nadie más en este mercado de alta rentabilidad está dispuesto a hacer. Allí procesan las frutas frescas y secas, utilizan lácteos de primera calidad y se cuida cada paso dentro de la elaboración de manera quirúrgica. Ese es el valor agregado de la marca patagónica, que cobra $ 160 por kilo de helado; pero que además comercializa café en grano, molido; trufas; chocolates y bombones; y algunos panificados.
Cámara y su mujer, Silvia De los Santos, son los socios mayoritarios. La pareja controla el 80% de la empresa. El 20% restante está en manos de un matrimonio amigo que vive en el Sur. Hasta el año pasado, el crecimiento de la compañía se concretó con inversiones propias, de forma orgánica; pero los accionistas saben que para que el negocio despegue tienen que inyectarle capital. “Estoy negociando con algunos inversores que están dispuestos a invertir en serio para abrir nuevas sucursales en Buenos Aires”, dice. Un empresario rosarino le ofreció hasta US$ 1,2 millones para sumarse al negocio. Cámara aún lo está pensando.
Admite que está ansioso por ver a su empresa crecer, aunque reconoce que no tiene un plan de negocios muy establecido. Tiene claro que quiere hacerlo de a poco.
Cada local demanda alrededor de $ 3 ó 4 millones, según su locación. Del Viento necesita al menos $ 1,7 millones de inversión en “fierros” por local. En la sucursal porteña, la heladería tiene una máquina capaz de rellenar cada cucurucho de chocolate líquido antes de que el maestro heladero sirva la crema.
Ese es uno de los detalles que esta marca de helados artesanales ofrece a sus consumidores. Su creador quiere que cada vez que alguien tome un helado pase por una experiencia única en la Patagonia.
Fuente: revista Forbes