Hoy por hoy, es muy común analizar planteos productivos de soja donde los alquileres y las distancias a puerto ponen en jaque la rentabilidad del negocio. Y este parece ser un laberinto de difícil solución.
Zonas alejadas de los puertos se ven fuertemente afectadas por esta realidad, donde la reducción de los arrendamientos tiene un piso que no se puede romper, al igual que ocurre con los costos de logística, hasta tanto nuevas alternativas de fletes estén realmente disponibles para el productor. Pero como de los laberintos se sale por arriba, la salida estaría en aumentar la productividad por unidad de superficie sembrada.
Si el precio de venta y los costos nos lo pone el mercado, el único factor donde el productor puede influir realmente es sobre la tecnología que emplea para aumentar los rendimientos unitarios, ya que sobre el resto de los ítems que hacen a la rentabilidad, sólo puede aprovechar oportunidades como la fijación de precios de venta como de compra, pero nada más.
El camino para que un cultivo exprese un rendimiento potencial elevado pasa por elegir la mejor interacción genético/ambiental, para luego proteger ese rinde y estimular que las reservas logradas por la planta se transformen en kilos cosechados efectivos.
El rendimiento de un cultivo se forma a partir de dos puntos fundamentales:
- Granos formados por metro cuadrado
- Peso de los granos
Todas las medidas protectivas llevadas a cabo como control de malezas, plagas y enfermedades tienen fundamental incidencia sobre el primero de los dos factores, pero el segundo depende -fundamentalmente- de reacciones fisiológicas dentro de la planta, que optimicen el traslado de sustancias de reservas sintetizadas al grano, lo que en definitiva aumentará el rendimiento final. Y para lograr dichas reacciones fisiológicas, la fertilización foliar complementaria es la mejor tecnología por utilizar.