Para los sistemas científicos tecnológicos un tractor, por ejemplo, es un artefacto de larga trayectoria social y técnica, ya explorado, una tecnología madura. Pero existen otros enfoques en el diseño, que apelan a la construcción de procesos de innovación en los territorios, con soluciones distribuidas.
Bajo esta perspectiva y, para que funcione el sistema y el producto, hay que incorporar una multiplicidad de actores y armar un ecosistema que lo haga viable. En esta línea se inscribe el desarrollo del microtractor para la familia agropecuaria. Una unidad motriz que admite muchas funciones y la torna muy eficiente en una escala acorde a las explotaciones agropecuarias previamente relevadas. El 28 de octubre se presentará, en una jornada a campo, la preserie que incorpora los requerimientos industriales. El encuentro se realizará en la sede del IPAF Región Pampeana, calle 66 y 167, campo experimental Julio Hirschhorn, Los Hornos, La Plata -Buenos Aires-.
Diego Ramilo, director del Centro de Investigación y Desarrollo Tecnológico para la Agricultura Familiar (Cipaf) del INTA, explicó que este diseño viene a resolver una problemática clave de la agricultura familiar. “Entre las demandas más sentidas que han planteado las organizaciones de la agricultura familiar al Estado, figura el acceso a la tierra, el acceso al agua, a la comercialización y por supuesto el acceso a la mecanización agrícola, fundamental para organizar los procesos productivos y humanizar el trabajo de mujeres y hombres de este sector tan trascendente en la producción de alimentos”.
El microtractor es una unidad de potencia multipropósito, diseñada para el trabajo, la producción y la mejora de la vida rural. Una solución versátil que, por su diseño, admite motorizar una variedad muy grande de implementos agrícolas.
“Lo que desarrollamos no existe en el mercado e INTA posee una solicitud de patente, lo que permite resguardar la propiedad industrial de la tecnología con potencial de ser explotada comercialmente tanto a nivel nacional como regional”, destacó Ramilo quien recordó que en América Latina existen más de 17 millones de agricultores familiares y que la alimentación de la región, según la FAO, está sustentada por este sector.
Debido a que desde el ámbito privado no aparecen tecnologías como las que requiere la agricultura familiar, Ramilo planteó que “desde el Estado, a través de sus instituciones de ciencia y tecnología, el INTA es el actor con capacidad para dinamizar innovaciones que hasta el momento no han sido cubiertas por el mercado”.
Eficaz, resistente y atractivo
“Lo que hicimos a partir de ahí fue un diseño industrialmente fabricable, estructuralmente resistente y estéticamente atractivo”, subrayó Martín Olavarría, diseñador industrial, experto en maquinaria agrícola y director de la carrera de Diseño Industrial de la Universidad Nacional de Rosario -Santa Fe-, quien explicó que, por lo general, “cuando se construye equipamiento para la agricultura familiar se lo hace desde pequeños talleres con posibilidades tecnológicas y con aportes de diseño e ingeniería escasos”.
En este sentido, Olavarría planteó que más allá de las cualidades de diseño, lo más importante para la materialización del Chango fue haber podido contar con empresas y personas que resolvieran cada uno de los procesos con calidad y mejor nivel industrial. “No es lo mismo mecanizar con CNC, cortar chapas con láser, curvar tubos con máquinas automáticas o hacer engranajes con creadoras, que trabajar con máquinas rudimentarias. Esta es una diferencia y una premisa que adoptamos y se ven en el Chango los resultados finales”, destacó y agregó: “A estas empresas, no las consideramos meros proveedores, sino colaboradores. Son los colaboradores que todo proyecto necesita. Sin la buena predisposición y sin toda esa capacidad técnica no se pueden resolver estos desafíos”.
“El chango es un tractor, con todos los atributos de un tractor, pero que sale de la tipología clásica, y sobre todo, está destinado a un usuario diferente”, puntualizó Olavarría quien puso el foco en el desafío que les significó su construcción: “A cada colaborador que sumábamos como partícipe en el armado del Chango teníamos que imbuirlo de esta idea: pensar un tractor desde los usuarios, debido a que las aplicaciones iban a ser diversas, que esta tecnología iba a tener un alcance nacional, que iba a estar en economías regionales”.
Luego de la puesta a punto, solo queda pendiente la etapa de fabricación comercial. En este sentido Marcos Hall -director del Instituto de Investigación para la Agricultura Familiar región Pampeana del INTA- coincide con Olavarría en la necesidad de replicar esta misma metodología para adaptar y desarrollar las máquinas y herramientas que van a acompañar a esta unidad de potencia multipropósito en la labranza.
“El rol del equipo de investigación del IPAF, del Instituto de Ingeniería Rural del INTA Castelar y de la EEA Ascasubi en el proyecto, fue desde organizar la definición del problema junto a familias usuarias, desarrollar la hipótesis de trabajo y el concepto de diseño, pasando por cálculos y su verificación en un prototipo funcional, que sumado a la serie de ensayos, buscan achicar la incertidumbre de futuros fabricantes, que ya no tendrán que hacer reingeniería para ponerlo en su línea de producción”, expresó Hall.
Normas IRAM
Se desarrolló la norma 8076-3, en el marco de la Comisión de Tractores del Instituto Argentino de Normalización y Certificación IRAM, que fue publicada en octubre de 2021. Se originó con el propósito de disponer de un documento que defina los requisitos de seguridad para los microtractores de mancera, dada la demanda potencial de este tipo de tecnología identificada en el ámbito nacional y en la región.
“La iniciativa busca asegurar la calidad de los equipos operados por las familias productoras y, a su vez, contribuir al desarrollo y producción de la tecnología a nivel nacional”, explicó Juan Pablo D’Amico, investigador del INTA Hilario Ascasubi -Buenos Aires- y quien participó en el desarrollo.
Lo que hace la Norma IRAM 8076-3 es establecer los requisitos generales de seguridad y su verificación, para el diseño y la fabricación de microtractores de mancera, con ruedas u orugas de un eje que son operados y controlados por una única persona a pie, caminando por detrás., explica el: “Esta norma establece el tipo de información para la operación segura, incluyendo los riesgos asociados, a ser previstos por el fabricante”, añadio
D´Amico.
Ensayos de roturas y desgaste
Con la premisa de no dejar nada librado al azar, un equipo de investigadores -integrado por especialistas del IPAF Pampeano, Ingeniería Rural y del INTA Hilario Ascasubi- realizaron ensayos en condición de laboratorio sobre roturas y desgaste prematuro de componentes y conjuntos funcionales; capacidad de tracción; prestaciones dinámicas y estacionarias; consumo y usabilidad.
En el caso de los ensayos de roturas y desgaste prematuro de los componentes y conjuntos funcionales, se realizaron ensayos para trabajos dinámicos y estacionarios. Luego se dispusieron dos ensayos más sobre capacidad de tracción y consumo.
“Los ensayos de usabilidad se realizan tanto en predios experimentales propios como en diferentes campos de familias productoras a partir de una preserie de 10 unidades. Es la etapa actual. Son evaluaciones técnicas que tienen como objetivo la optimización del diseño comercial”, indicó Edurne Battista, diseñadora industrial del equipo del IPAF, quien junto con Fernando Ocampo -ingeniero mecánica del IPAF Pampeano- participaron de los ensayos para determinar la medida en que esta unidad de potencia puede ser utilizada por determinados usuarios para conseguir efectividad, eficiencia y satisfacción en un contexto de uso específico.
Fuente: INTA