En el marco de las charlas técnicas online del programa “Agricultura Consciente” de Nidera, el ingeniero agrónomo Alejandro Perticari brinda conceptos sobre las ventajas de la inoculación del cultivo de soja, sus alcances y pautas de manejo para obtener el máximo beneficio.
La fijación biológica del nitrógeno es un proceso resultante de la interacción entre bacterias del suelo, los rizobios y las plantas leguminosas. Para reforzar este proceso aparece el inoculante, un insumo biológico con un desarrollo que permite contener a los rizobios, de acuerdo a su capacidad de fijar nitrógeno en soja, en condición fisiológica activa hasta el momento de uso. Por tratarse de organismos vivos, la inoculación es una práctica que debe realizarse a conciencia.
Los resultados de esta técnica son bien visibles. Perticari explicó que de acuerdo a ensayos conjuntos con el INTA llevados a cabo entre los años 1994 y 2006, se han podido visualizar dos situaciones al momento de incorporar la inoculación. Por una parte, en lotes sin historia de soja, la respuesta fue contundente y se registraron aumentos en el rinde de hasta un 50%. Como contrapartida, en ambientes con años de soja, el incremento promedio al momento de la cosecha se ubicó sobre el 8%, unos 240 kg/ha.
En los sistemas agrícolas argentinos, los aportes de fijación biológica de nitrógeno son variables de acuerdo a cada tipo de ambiente. En el caso de la soja, el profesional resumió que para producir 1.000 kilos de granos, son necesarios 80 kilos de nitrógeno, por eso es tan importante intensificar la fijación biológica de este nutriente. “Más que nitrógeno, lo que requerimos es aumentar los niveles de fijación, que en Argentina promedian el 60%”, subraya. Y para reforzar esta idea, Perticari dice que la soja presenta un elevado índice de cosecha de nutriente: de cada 100 kilos de nutriente que posee la planta, 75 kilos se van con el grano.
Perticari explica que la cepa de rizobio más usada para elaborar inoculantes (que se presentan en forma líquida y sólida) es la E 109, por su capacidad de formar nódulos y fijar nitrógeno. “Además de la cepa, se han seleccionado las condiciones de elaboración, que incluyen las técnicas de producción y condiciones de almacenamiento, tanto a nivel comercial como en los usuarios”, remarca.
Además de la mejora en el desarrollo del producto, el profesional destaca que han evolucionado las estrategias de inoculación, y para lograr una buena respuesta, el técnico remarcó que la semilla debe contener como mínimo 80.000 rizobios. “Esta cifra se logra con procesos eficientes de inoculación, y en la actualidad se cuentan con equipos que permiten una adecuada distribución del inoculante”, afirma el técnico.
Los tratamientos de inoculación se pueden efectuar en el momento de la siembra, o previo a esta instancia. Esta última opción es conocida como “pre inoculación”, que además del producto contiene aditivos, adhesivos y otros protectores que aumentan la sobrevida de la bacteria. En este rumbo, los productores cuentan con el Tratamiento Profesional de Semilla (TPS), que proporciona la dosis exacta de cada producto, y la semilla, además de estar protegida con fungicidas e insecticidas, cuenta con pre inoculado. “Hoy, en el esquema productivo argentino está incorporado el tratamiento profesional de semillas”, apunta.
Entonces, ¿qué deben tener en cuenta los productores al momento de usar inoculantes? En este punto, el técnico recomienda prácticas de manejo adecuadas para este producto: seleccionar productos de calidad, sembrar con buena humedad, y respetar las recomendaciones de los fabricantes.
De esta manera, los productores cuentan con un insumo clave para reforzar los niveles de fijación de nutrientes a nivel suelo, que en el caso de la soja se reflejan en más quintales de rendimiento al momento de la cosecha.