Los precios de las commodities, cuyo comportamiento de largo plazo sigue una dinámica de ciclo, han profundizado su debilitamiento en los últimos meses. El petróleo tipo WTI cayó recientemente por debajo de u$s 40, mientras que materias primas industriales como el cobre y el carbón se mantienen en sus niveles más bajos desde la crisis financiera global. Por si fuera poco, el impacto también se ha hecho sentir en los mercados agrícolas, con bajas para el maíz y el complejo soja en el marco de previsiones de sobreabastecimiento para los próximos meses y perspectivas de un mayor debilitamiento de la demanda. En lo que va del año los únicos productos que logran eludir la presión negativa en mercados norteamericanos son algunas commodities soft como el cacao y el algodón, y los contratos de jugo de naranja.
Los desafíos que impone el nuevo contexto para nuestro país no son menores. Los márgenes de producción en la agricultura se han contraído y hay zonas donde los precios ya se ubican por debajo de los costos de producción, motivando la salida de superficie de la actividad o la puesta en marcha de arriesgadas estrategias de comercialización y financiamiento que aspiren a compensar las pérdidas sufridas en el plano productivo. La situación se agrava por desequilibrios estrictamente internos: la evolución reciente del tipo de cambio no amortiguó el deterioro de los precios internacionales y la elevada inflación golpea sobre las principales categorías de costos.
Pensando en que la nueva realidad de los mercados mundiales podría durar varios años (¿décadas?), el desafío pasa por empujar la función de costos hacia abajo, logrando que toda producción que hoy no es rentable lo empiece a ser con reformas estructurales que fortalezcan la competitividad. Los principales aspectos a incluir en un plan integral para el sector son el marco regulatorio, el sistema comercial y logístico, el uso de tecnología y cuidado del medioambiente, el acceso al financiamiento y la puesta en marcha de mecanismos anticíclicos, entre otros.
Una política de comercialización transparente, estable y predecible es el punto de partida para promover las inversiones necesarias con el objeto de seguir expandiendo la producción, generar divisas, crear empleo y agregar valor a lo largo de toda la cadena. Esto requiere por un lado la existencia de un sistema impositivo más justo y equitativo, pero también la actuación de mercados libres, que formen precios representativos de la puja entre oferta y demanda, enviando señales para la toma de decisiones a los sectores de la producción y el consumo. La finalidad es reforzar el papel que cumple la Argentina como proveedor de alimentos para un mundo en donde el consumo de carnes y aceites vegetales continuará en aumento.
En el campo el principal reto es aumentar la productividad, es decir, producir más con los mismos recursos (tierra, capital e insumos). Esto permite que el proceso productivo se torne más eficiente en la medida en que buena parte de la ecuación de costos está dominada por componentes fijos por hectárea. Para ello es crucial la generación y adopción de tecnología y la preparación de recursos humanos, que con motivación e inteligencia reconozcan la importancia estratégica de la innovación. Afortunadamente, el productor argentino tiene una elevada propensión a incorporar avances en materia de biotecnología e insumos.
No deben descuidarse tampoco los aspectos vinculados a la genética, especialmente en la producción de semillas oleaginosas. Como es sabido, la calidad industrial del grano de soja argentino ha sufrido un declive en los últimos años, principalmente en lo referido al contenido de proteína. Por ello, resulta indispensable impulsar proyectos biotecnológicos que apunten a mejorar la calidad del poroto sin afectar el rendimiento.
Las prácticas de conservación y cuidado del suelo juegan un rol crucial para asegurar la capacidad productiva en el largo plazo. La siembra directa, el manejo integrado de plagas y la reposición de nutrientes forman parte ineludible de la agenda del mañana. Por el contrario, la gran amenaza es la escasez de tierras para seguir incorporando, para lo que resulta crucial la reafirmación del doble cultivo. Asimismo, es necesario lograr en la comunidad un convencimiento del aporte beneficioso que hace la agricultura, erradicando a través de una mejor estrategia de comunicación los temores que todavía persisten respecto de temas sensibles como el impacto ambiental de la actividad o la inocuidad de los alimentos genéticamente modificados.
Con mercados desarrollados y tecnología de producción buena parte del problema estará resuelto, quedando en manos de la cadena comercial el esfuerzo por reducir su incidencia dentro del encadenamiento de precios. La brecha entre valores FOB y el ingreso de los productores depende de una amplia gama de factores, entre los que se destacan el costo del flete interno, la carga impositiva, la disponibilidad de capacidad de almacenaje y la eficiencia de la logística portuaria.
Sobre la importancia de los fletes se ha hecho hincapié en innumerables ocasiones en este Infor-mativo Semanal. La matriz de transporte de granos en Argentina presenta una altísima dependencia del camión, incluso para traslados de distancias medias y largas, en los cuales otros medios de transporte son más convenientes. Bajar estos costos resultará en un mayor ingreso en tranquera para la explotación agrícola, logrando que la actividad pueda soportar el deterioro de los precios internacionales.
La disponibilidad de capacidad de almacenaje en etapa primaria permite una mejor defensa de los precios, evitando que un ingreso agresivo de la oferta al sistema comercial en períodos de cosecha tenga un efecto depresivo de magnitud en los mercados. Asimismo, juega también un rol importante para la segregación de calidad, especialmente en productos con alto nivel de diferenciación como el trigo y la cebada. Generalmente, se considera prudente contar con un potencial de almacenaje equivalente al 120% de la producción, aunque admitiéndose disparidad regional en función de la localización de los puertos y los centros de consumo.
Todo lo que necesita el sector para producir e invertir son reglas de juego que den certidumbre. No hay mayor estímulo que un potencial productivo de gran magnitud con ambiente de negocios amigable. De generarse los incentivos, la industria y los exportadores deberán prepararse desde el punto de vista operativo para manejar volúmenes crecientes durante los próximos años. El sector aceitero tiene el desafío adicional de adaptar sus procesos en base a las tendencias de calidad de la materia prima.
Las condiciones para seguir creciendo están dadas y el potencial es gigantesco. Proyecciones del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) avizoran que América del Sur reunirá el 51% del mercado mundial de exportación de granos gruesos y complejo soja hacia el 2024, con un rol significativo de la Argentina. Concretar esa participación, hoy del 45%, no será posible sin producción rentable ni competitividad exportadora. El nuevo contexto nos obliga a revalidar el papel de la agricultura en las agendas nacionales, fortaleciendo las inversiones en todas las áreas relacionadas a ella y repensando las políticas que desestimulan la producción.