A finales de 2016 la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) concluirá una investigación sobre el impacto en el ambiente y en la población rural de los agroquímicos utilizados en cultivos transgénicos en la Región Pampeana de la Argentina. Mientras se esperan los resultados finales, Eduardo Pagano, director del proyecto y profesor de la cátedra de Bioquímica de la FAUBA, adelantó algunos datos preliminares.
“Llegamos a analizar la sangre de más de 200 personas. No hay estudios previos que hayan involucrado a tantas personas”, dijo Pagano.
Los estudios fueron financiados mediante un Proyecto de Investigación y Desarrollo (PID) del Fondo para la Investigación Científica y Tecnológica (FONCyT), para el cual la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica y el Ministerio de Agroindustria de la Nación aportaron 1,8 millones de pesos cada uno. Además, el proyecto fue reconocido como de Desarrollo Tecnológico y Social por la Universidad de Buenos Aires.
Algunos de los resultados del proyecto, que incluyó a investigadores de las facultades de Agronomía, Farmacia y Bioquímica y Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, se presentaron recientemente en el ciclo de conferencias sobre agroquímicos que organiza la FAUBA. Al finalizar su disertación, Pagano ofreció una entrevista al sitio de divulgación científica Sobre la Tierra.
– ¿En qué consistieron los estudios y cuáles fueron los principales resultados?
– Este proyecto hizo principal hincapié en glifosato y ahora empezamos a medir atrazina en muestras ambientales. Por otro lado se midió el perfil de agroquímicos en la sangre de una población. Estas investigaciones comenzaron a fines de 2012 y se extenderán hasta noviembre de este año.
Con respecto a las muestras ambientales, encontramos la presencia de glifosato en la gran mayoría de las muestras que analizamos a lo largo de todo el año, independientemente de que sea agua superficial, subterránea o suelo. La pregunta que nos hacemos es si son niveles elevados o no.
La verdad es que no hay un acuerdo a nivel global sobre cuál es el nivel aceptable de glifosato en agua o en suelo. Para Estados Unidos es 700 partes por millón (ppm), mientras que para Europa es 0,1 ppm, o sea: 7000 veces menos. La Argentina fijó el valor en 300 ppm, algo similar al de Canadá, donde es 280 ppm.
La gran mayoría de las muestras donde encontramos glifosato superan los valores aceptables para Europa, pero están muy por debajo de los límites máximos establecidos tanto en la Argentina como en Estados Unidos. Es muy difícil que las muestras superen 100 ppm.
En realidad, no debería haber glifosato en los sistemas agrícolas durante todo el año, porque es uno de los herbicidas con menor permanencia en el suelo. Nosotros hemos visto cómo el herbicida desaparece en 30 días y se transforma en el metabolito AMPA (ácido aminometilfosfónico), que no dura más de otros 30 días en el campo. O sea que el glifosato prácticamente desaparece en dos meses. Entonces, hay momentos en el año en los cuales no tendría que ser encontrado glifosato en el sistema.
– ¿Por qué hay presencia todo el año si sólo dura 60 días?
– Porque se aplica reiteradamente en los sistemas agrícolas. Se realizan hasta cuatro y seis aplicaciones escalonadas por año. De ese modo, con una persistencia de dos meses por aplicaciones, podemos encontrar glifosato en el sistema todo el año.
– ¿Si hay un monocultivo de soja muy extendido en el país, y una enorme superficie agrícola que no se siembra durante la mitad del año, por qué se aplica glifosato en todos esos meses?
– Porque se usa el barbecho químico para preparar el terreno. Por eso es deseable que las estrategias de aplicación de agroquímicos vayan mejorando cada año, aplicando, por ejemplo, el herbicida localmente en el terreno donde hay una maleza y no de manera generalizada. Estas estrategias disminuirían el impacto.
– ¿Qué resultados arrojaron los análisis en sangre?
– Con respecto a la presencia de agroquímicos en la sangre de la personas no encontramos diferencias significativas evidentes entre población rural expuesta, población expuesta circunstancialmente o población no expuesta. Además, entre los pesticidas que aparecen en sangre, encontramos algunos que se dejaron de usar hace años pero que todavía persisten en el ambiente o en la cadena alimenticia porque se degradan muy lentamente. Hay valores de referencia comparados con personas no expuestas, pero tampoco se sabe a ciencia cierta cuáles son los valores máximos tolerables. No están tan establecidos.
– ¿Quién establece esos valores?
– Las organizaciones gubernamentales, pero no hay acuerdo generalizado sobre límites tolerables para cada pesticida. Los ministerios de Ambiente y de Salud de la Nación deberían participar en el establecimiento de los límites.
– ¿En qué zonas se realizaron los estudios?
– Empezamos a trabajar en la cuenca del Arroyo Pergamino, cercano a esa ciudad de la provincia de Buenos Aires. Después extendimos las muestras a una zona más amplia que llegó hasta el sur de Santa Fe y prácticamente a la ciudad de 9 de Julio. También trabajamos en la zona de Bragado y Chivilcoy, con muestras ambientales y de sangre. Llegamos a analizar la sangre de más de 200 personas (140 en Pergamino y más de 60 en la zona de Bragado y Chivilcoy). Es un número enorme porque no hay estudios previos que hayan involucrado a tantas personas.
Los estudios se realizaron sobre: una población expuesta (que son fundamentalmente los trabajadores rurales, los fumigadores y los empleados de los negocios que venden los insumos), una población que podría llegar a estar expuesta (quienes viven o trabajan cerca del campo, como los ingenieros agrónomos o ensayistas) y una población de personas que no están expuestas (que viven en las ciudades).
Según los resultados de los muestreos, y contrariamente a lo esperado, no podemos asegurar que la gente que vive en el campo esté más contaminada.
– ¿No se sabe si quienes viven en el campo tienen más riesgo de intoxicación con agroquímicos que la población urbana?
– No es lo mismo estar expuesto que intoxicado. De acuerdo a los niveles que se encuentren, podríamos decir que esa persona estuvo más expuesta que otra, pero no podemos decir que esté intoxicada. La presencia de un pesticida puede indicar exposición o intoxicación pero para ello hay que analizar otro tipo de cosas, como la actividad de enzimas como la colinesterasa, que también medimos, y no encontramos evidencias de intoxicación en los más de 200 casos analizados.
– ¿Pudieron relacionar los resultados de sus estudios con la presencia de enfermedades en poblaciones expuestas?
– Este estudio no es conducente a establecer causales de enfermedades. Nosotros no podemos llegar a asegurar causales de enfermedades. Para ello se necesitan otros estudios. Por eso, en este sentido consideramos que el conocimiento que generamos servirá de base para avanzar en nuevas investigaciones en el área de la medicina.
– ¿Que aportó la Facultad de Farmacia y Bioquímica a los estudios?
La Facultad de Agronomía trabajó sobre las muestras ambientales de suelo y agua. En la Facultad de Farmacia y Bioquímica se hicieron estudios epidemiológicos, con encuestas a más de 500 personas, y los toxicológicos, con muestras a más de 200 personas. También se trabajó en el impacto sobre organismos animales, en un nematodo modelo, y sobre abejas. En este último aspecto participó un grupo de investigadores de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
Además, hay otros grupos que están trabajando en investigaciones similares. Sin embargo, no veo que haya una coordinación eficiente entre ellos. Podríamos complementarnos muy bien. Por ejemplo, hay grupos que estudian el daño genético, que nosotros no estudiamos, y que serviría para explicar algunas de esas cosas. Creo que haría falta una organización que coordine los estudios que se realizan a nivel nacional.
– ¿Qué conclusiones saca de su trabajo?
– Por ahora, me parece que son más preguntas que respuestas. La principal es cuáles son los límites tolerables. La segunda es qué pasa con los otros agroquímicos, qué pasa en el contexto de aparición de malezas resistentes y si el glifosato deja de ser usado para ser reemplazado por otros herbicidas, qué va a pasar con los transgénicos resistentes a agroquímicos viejos, como puede ser el 2,4-D o el Dicamba.
Por otro lado, está el manejo de la información. Muchas personas se pueden alertar por la presencia de pesticidas en la sangre. En realidad todos tenemos pesticidas en la sangre posiblemente desde el momento de la concepción. Sino, no se explicaría la presencia de pesticidas prohibidos desde hace muchos años.
– Cuando se refirió a ese tema pensé que se estaban usando pesticidas prohibidos. ¿Quiere decir que encontraron agroquímicos en sangre de personas que no estuvieron expuestos a esos productos?
– Son pesticidas que ya no se utilizan más. El más abundante y frecuente es el DDT, que no se usa hace décadas, y que es más perjudicial que el glifosato. La Argentina es uno de los países que se comprometió a su erradicación completa hace tiempo.
– ¿Significa que los herbicidas utilizados décadas atrás eran más tóxicos?
– Sí, actualmente se tiene más cuidado al liberar agroquímicos al sistema o al mercado. Por ejemplo, en nuestra Unidad de Nematología Aplicada estamos llevado adelante estudios de disrupción endocrina para conocer el efecto nocivo de un compuesto químico usando el nematodo Caenorhabditis elegans. Tiene que ver con que el compuesto pueda simular una hormona que regule nuestro funcionamiento y que pueda desencadenar, en algunos casos, enfermedades graves. Un compuesto químico que absorbemos del ambiente puede hacer la mímica de una hormona nuestra. Entonces, los estudios se hacen para estar seguros de que estos pesticidas no sean disruptores endócrinos.
Como conclusión, podríamos decir que estudios de este tipo son fundamentales para saber dónde estamos parados y poder planificar el futuro para que estemos cada vez mejor y propender a una agricultura que pueda satisfacer la demanda creciente de alimentos afectando lo menos posible el medio ambiente. Si bien hoy los sistemas de producción utilizan prácticas y productos menos nocivos que hace 30 o 40 años, todavía hay mucho trabajo por hacer. (Prensa Fauba)