Roberto González del Río aún vive en Monte Buey, ciudad de la que fue intendente y presidente del Consejo de Administración de Servicios Públicos. Nació en Tucumán, tiene hoy 86 años y su historia está íntimamente vinculada a la Fundación de Fediap, que en un principio fue la Federación de Institutos Agrotécnicos Privados de la República Argentina y que, a partir del 2009 se transformó en una Asociación Civil sin fines de lucro y voluntaria que agrupa a Escuelas, Bachilleres e Institutos Agrotécnicos, Centros de Formación Rural, Escuelas de la Familia Agrícola, Institutos Terciarios y Centros de Formación Profesional con carreras afines a la Producción Agrobioindustrial.
“Yo soy de Tucumán, estudié en una escuela técnica nacional que dependía de la Universidad Nacional de Tucumán. Cuando terminé la secundaria me surgió la idea de fundar una escuela agrotécnica en un pueblito tucumano llamado Monteagudo y llegué a hablar con un tío, que en ese entonces era Gobernador de Tucumán quien consideró que aquella idea era una verdadera quimera. Así fue que en el año 1957, viajé a estudiar veterinaria en Buenos Aires donde conocí a muchos agrónomos y profesionales vinculados al sector agropecuario. Un año después tuve que cumplir con el servicio militar y las vueltas de la vida hicieron que siguiera vinculado a la veterinaria rural. Fue en esos años que conocí a gente buscaba crear una escuela técnica en lo que entonces era una pequeña localidad llamada Monta Buey. Esa chispa prendió en mí, me sumé al proyecto rápidamente y con poco más de 20 años vine a vivir a Monte Buey con la firme intención de fundar una escuela agrotécnica de gestión privada”.
Según relata Roberto todo comenzó con la donación de dos hectáreas que el describe como “peladas, no había nada de nada”. Y en ese lugar comenzaron a trabajar hasta que en 1963 lograron fundar una escuela junto al padre Enrique González; hoy es conocida como el Instituto Técnico Agrario Industrial (I.T.A.I.).
Aquellas primeras escuelas solventadas con rifas:
En aquellos primeros años los alumnos de la escuelita eran chicos y chicas (porque le escuela era mixta) hijos de agricultores y ganaderos de la zona en su mayoría colonia de italianos. Ya el primer año eran entre unos 15 estudiantes tímidos pero curiosos hijos de las primeras familias de la zona quienes recibieron a la escuela con una mezcla de reserva y esperanza. Había quienes eran un poco escépticos con el compromiso que representaba ese proyecto a mediano y largo plazo. Y no se equivocaron porque desde el primer día, demandó esfuerzo, recursos y mucho tiempo y dedicación. Los primeros docentes fueron el mismo Roberto y un muchacho entrerriano llamado Héctor Quinodós.
“Fue problemático porque aquellos tiempos no había docentes titulados para dar algunas materias. Había abogados, médicos, dentistas, maestras directoras, pero pocos capaces de dar contenidos agrotécnicos. En los comienzos se dictaban las materias clásicas de cultura general y se sumaron materias propias de la especialidad como agricultura, ganadería, agricultura, cunicultura y todo lo relacionado con la producción que pudimos transmitir”, cuenta Roberto.
Paralelamente a aquella escuela de Monte Buey, durante la década del 60, comenzó a surgir en el país un auge de las escuelas de gestión privada en el medio rural y se fundaron proyectos similares en casi todas las provincias argentinas. “Muchas eran escuelas nacidas a la sombra de las parroquias, como las que ya estaban funcionando de la mano de los Salesianos. Esta congregación fue un pilar muy grande en el desarrollo de escuelas humildes agrotécnicas que arrancaron con bancos prestados por las escuelas primarias, en un pedacito de campo, con un cerdo y una gallina. Fueron creadas lejos de cualquier color político y fruto del esfuerzo propio de cada comunidad que organizaba rifas, bailes, quermeses para solventar los gastos. En esas épocas estaba la Dirección Nacional de Enseñanza Agropecuaria que agrupaba a las escuelas agrotécnicas de gestión estatal y la Superintendencia Nacional de Enseñanza Privada, que empezó a aglutinar a estas escuelas agrotécnicas de gestión privada (que dependían de grupos de productores, de alguna congregación religiosa, de fundaciones o de pequeños grupos de docentes) que más tarde fueron financiadas con aportes de la Nación, y fiscalizadas por la Dirección Nacional de Enseñanza Agrícola” señala Roberto.
El nacimiento de Fediap:
De las 15 escuelas agrotécnicas de gestión privada que funcionaban en los años 60 pasaron a ser más de 50 para la década del 70 y la financiación de los proyectos pasó a ser un problema serio ya que estaban categorizadas como escuelas de tercera categoría lo que implicaba un presupuesto mínimo que destinada el estado para ellas. “Allí fue cuando comienza la historia de Fediap, en el mes de noviembre del año 1971 a un cura, el padre Muñoz, salesiano y director de la Escuela Salesiana Agrotécnica de Río Grande en Tierra del Fuego (la escuela agrotécnica más austral del mundo), se le ocurrió que era necesario asociar a todas las escuelas agrotécnicas de gestión privada del país para tener fuerza y peticionar antes las autoridades que se reconocieran fondos y categorías para poder sobrevivir. En una reunión celebrada en esos años en Mar del Plata nació Anciap, la Asociación Nacional Coordinadora de Institutos Agrotécnicos Privados. Ese fue el puntapié inicial de la lucha y logramos muchas audiencias hasta el 14 de setiembre de 1974 cuando Anciap se transforma en Fediap”, relata.
“En aquel entonces no había teléfono, las cartas tardaban más de dos semanas en llegar, había miembros de casi todas las provincias y era difícil generar espacios de diálogo. Las primeras reuniones se celebraron en la sede de la Sociedad Rural Argentina (SRA) en la calle Florida en la ciudad de Buenos Aires, que también tenía una escuela agrotécnica en Realicó (La Pampa). El entonces Director de Educación en la SRA era el Doctor Ruso, quien fuera uno de los pioneros en la organización institucional de Fediap, luego nos reuníamos en el Ministerio de Educación nacional (el actual Palacio Pizzurno) donde habíamos conseguido un espacio para organizar los encuentros ya que no había sede fija. Cuanto Ministro de Educación hubo en el país, nosotros lo fuimos a ver, sin distinciones de ideales políticos. A fuerza de reuniones nos fueron conociendo y logramos más o menos apoyo, aunque para muchos funcionarios, la escuela agrotécnica privada era una modalidad “marginal”. Entre tantas reuniones un día conocimos a una Supervisora del Ministerio de Educación nacional quien rápidamente comprendió su importancia. Se llamaba Nélida Razzotti, ella fue la quien le dio el gran espaldarazo a las escuelas agrotécnicas privadas en Argentina y permitió, entre otras cosas, que pasarán a ser consideradas y clasificadas como escuelas de primera categoría”, recuerda.
Las escuelas agrotécnicas de gestión privada son hoy un polo de desarrollo de muchas localidades del interior. “Tengo 86 años cuando empecé tenía apenas más de 20. Viaje por el exterior conociendo escuelas agrotécnicas. Toda esta historia ha sido muy fructífera porque la obra sigue adelante hasta el punto que Fediap es hoy reconocida en muchos países y es un referente de la educación en y para el medio rural. Nuestro I.T.A.I. de Monte Buey es hoy una escuela floreciente que permitió un desarrollo urbano y social enorme. Una verdadera transformación de los pueblos que sigue vigente y en manos de exalumnos que mantienen vivo el espíritu de desarrollo genuino que las creó”, culmina.
En la actualidad se vinculan a FEDIAP, que cumple 50 años de ida, reúne a 163 Escuelas distribuidas en las siguientes provincias argentinas: Tierra del Fuego, Neuquén, Chubut, Río Negro, Mendoza, San Juan, La Rioja, Tucumán, Santiago del Estero, Chaco, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Córdoba, Santa Fe, Buenos Aires y La Pampa; estas instituciones albergan cada año unos 25.000 alumnos entre varones y mujeres y en ellas trabajan unas 5.000 personas, entre Técnicos, Profesionales, Docentes, Directivos, Personal Administrativo y de Apoyo.