En las últimas décadas, la industria de semillas registró una concentración inédita en el mundo. Este fenómeno trajo aparejado una pérdida en el diálogo con los productores, que actualmente sólo participan del desarrollo de los nuevos materiales como simples receptores de la tecnología. Ante esta situación, investigadores de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) plantean la necesidad de escuchar las demandas de los agricultores y avanzar en programas de mejoramiento participativos, que involucren el trabajo conjunto de ambas partes.
Así lo consideró Gustavo Schrauf, profesor titular de la cátedra de Genética de la FAUBA, quien destacó el trabajo que llevó a cabo el criadero de la Facultad desde mediados del siglo pasado, cuando sus investigadores desarrollaron uno de los primeros híbridos de maíz del país e inscribieron variedades de alfalfa, iniciando un programa de mejoramiento de especies forrajeras que se fortaleció con el tiempo. La FAUBA ya lleva inscriptos 12 cultivares de especies forrajeras, muchos de los cuales obtuvieron excelentes desempeños a escala nacional.
“Ahora estamos abordando nuevos cultivos. Próximamente vamos a inscribir el primer cultivar argentino de arándanos, que denominaremos Naike, generado por un programa de mejoramiento realizado íntegramente en el país y por la universidad pública junto a una empresa privada. Además, comenzamos a desarrollar un programa de mejoramiento participativo en tomate, que representa un enorme desafío porque, a diferencia del modo en que generalmente trabajamos los investigadores, alejados del productor, en esta oportunidad proponemos avanzar de manera conjunta, dialogando”, informó Schrauf.
Mejoramiento participativo
Según el docente de la FAUBA, “muchas veces los investigadores trabajamos en un laboratorio o en el campo experimental, alejados de la producción. El productor sólo puede participar de ese proceso adquiriendo el producto acabado. Pero esta distancia que hoy existe entre ambas partes no siembre fue así: Años atrás, el agricultor también podía tener un rol de mejorador, hasta que con la especialización de la industria semillera se perdió ese diálogo”.
Hoy, la industria semillera está tan concentrada que sólo tres grupos de empresas son las responsables del 60% de las semillas del mundo, que a la vez están en manos de fabricantes de agroquímicos (que controlan el 70% del mercado mundial de ese segmento). Bayer, como empresa europea, compró Monsanto de Estados Unidos, DuPont se fusionó con Dow Chemical Company —ambas de Estados Unidos—, y la empresa China National Chemical Corp (ChemChina) adquirió Syngenta y Nidera. “Para estas compañías su mercado es el mundo: no es ni la Argentina ni, mucho menos, un productor que tiene problemas de inundaciones, déficit hídrico o salinidad, en una región local relativamente pequeña para su escala de negocios”, advirtió Schrauf.
A diferencia de este proceso de concentración y distanciamiento entre el desarrollo de semillas y el sector de la producción, la cátedra de Genética de la FAUBA comenzó a trabajar con un conjunto de productores para conocer sus demandas específicas. “Desde la agricultura orgánica nos plantearon que les cuesta acceder a semillas desarrolladas para su producción porque los materiales disponibles comercialmente fueron seleccionados para un manejo con agroquímicos”, ejemplificó Schrauf como uno de los temas que surgió de ese intercambio.
La iniciativa ya permitió comenzar a trabajar en conjunto en un proyecto concreto que apunta a revalorizar el cultivo del tomate, devolviéndole el sabor que perdió hace años. “El objetivo es implementar la investigación en contacto directo con ellos, lo cual también representa un desafío para nosotros porque la Facultad tiene una trayectoria de mejoramiento tradicional, no con esta modalidad participativa”, dijo el docente.
Investigación pública
Schrauf también destacó que el mejoramiento participativo involucra el diálogo con otras instituciones: “De hecho, estamos trabajando en una línea de desarrollo de maíz en colaboración con el programa Pro Huerta, del INTA. Creemos que desde esta institución, las Universidades, y el Conicet, entre otros organismos públicos, se puede alentar el diálogo con los productores y con los consumidores, y que ese trabajo conjunto produzca un fuerte estímulo para generar nuevas líneas de investigación que respondan a las demandas de los productores”.
“En este momento, los programas de mejoramiento del INTA —que posee la mayor cantidad de cultivares inscriptos en la Argentina— están desfinanciados. No poseen recursos y, para investigar, sus técnicos tienen que salir a buscar recursos fuera de la institución. Tampoco existe presupuesto para conservar los materiales genéticos, lo cual es un problema grave”, alertó.
En relación con la modificación de la Ley de Semillas que prevé tratar el Congreso de la Nación, consideró que “lamentablemente, la Ley no está contemplando estos aspectos. Sólo hace énfasis en otorgarle más recursos a la industria semillera con la ilusión de que las empresas multinacionales respondan invirtiendo en la Argentina. Mientras tanto, le quita al productor el derecho al uso propio de las semillas”.
“Paradójicamente, el proyecto en debate algunos lo denominan ‘Ley INTA’ porque se plantea que esta institución será beneficiada si se le quita el derecho del uso propio a los agricultores. Sin embargo, el desfinanciamiento de todos los programas de mejoramiento en el INTA ha sido dramático. Algo primordial sería otorgarle un mayor presupuesto”.
El investigador de la FAUBA opinó que, para aumentar los recursos del INTA o cualquiera de las instituciones del Estado o privadas que realizan mejoramiento, la misma Ley podría establecer que un porcentaje de la venta de semillas se oriente a programas de mejoramiento.
“En Australia se implementó una normativa en este sentido: un muy bajo porcentaje de cada kilo de semilla, o de carne, leche o lana que se vende genera un fondo que se asigna a la solución de problemas productivos. Estos problemas se deciden en forma conjunta entre los productores, gestores del Estado y la comunidad científica, y constituye un fondo importante para el financiamiento de programas de mejoramiento”, dijo.
“De ese tipo de programas australianos surgieron iniciativas que nunca habrían sido impulsadas por la industria semillera”, dijo Schrauf, y ejemplificó: “Un mejorador argentino, Pedro Evans, desarrolló en Australia un trébol subterráneo en el que seleccionó el carácter dormición de sus semillas para que, cuando la semilla se entierre, no germine, y que sólo lo haga luego de un período en el cual los productores sembraron y cosecharon el trigo. Entonces, tienen la leguminosa que aporta nitrógeno para el trigo y les sirve como forrajera para las ovejas”.
“Comprando una vez, el trébol forrajero se autosiembra todos los años. Ese tipo de alternativa nunca hubiera surgido de una empresa semillera, pero sí partió de la posibilidad de los productores de decidir qué se investiga en función de sus necesidades. Esto no implica que en general las empresas semilleras aquí y en Australia no puedan generar cultivares muy valiosos, sino que la decisión de qué mejorar estas empresas las basan en su rentabilidad”, indicó.
“Si consideramos la enorme concentración de la industria semillera, podemos deducir que, como argentinos, estamos dejando en manos de esos tres grupos empresarios transnacionales la decisión de qué y cómo se realiza la producción agropecuaria”, concluyó.
Fuente: FAUBA