En el 2021 hubo siembra récord de maíz, la segunda siembra más importante de trigo y la menor implantación de la oleaginosa de los últimos 15 años de la región núcleo. Pero, ¿por qué el aumento de gramíneas es tan importante para hacer a la producción más sustentable? Hace algunos años, cuando dominaba la soja en el paisaje de la región, la falta de rotación incentivaba la aparición de malezas resistentes, pérdida de fertilidad de los suelos y de biodiversidad.
El quiebre de esta tendencia fue en la campaña 2016/17. A partir de allí, los incentivos comerciales acompañaron la adopción de lo que es la práctica más eficiente a mediano plazo para el control de malezas, plagas y cuidado del suelo: la rotación de cultivos. En los suelos aparte, en años lluviosos, disminuye la escorrentía, la erosión de los suelos y aumenta la infiltración, evitando inundaciones. Y en años secos, como en el verano que pasó, termina dando sorpresas muy favorables en los rindes cosechados como pasó con la soja, ya que suele ser un escudo invisible ante sequías, al limitar la evaporación, y al estructurar mejor los suelos, aumenta el agua útil disponible.
2022 hubiese sido el año del 1 a 1 de las gramíneas con la soja
La tendencia de los últimos siete años era clara y sostenida en la región núcleo. Y nadie dudaba hace un año que el tren de las gramíneas avanzaría más. El 2022 iba a ser el año de mayor rotación, el año en el que finalmente la soja quedara en total equilibrio: por cada hectárea de soja sembrada habría una de trigo o maíz. Pero la relación cambió de tendencia. La soja avanzaría este año sobre unas 400.000 ha en principio (+9%), el trigo retrocedería 250.000 (-10%) y el maíz temprano entre 90.000 y 180.000 (-5 a -10%) ha en la región, respecto a hectareaje del ciclo pasado. Para el cálculo del índice se ha tomado una baja de maíz de 135.000 ha.
Fuente: GEA