Decir que siguen apareciendo nuevas malezas resistentes año tras año ya no es ninguna novedad, entre 2010 y la actualidad se han confirmado más de 30 biotipos nuevos. Que estas malezas se dispersan infestando nuevas zonas, también es más que conocido, con yuyo colorado resistente hasta el 2017 había más de 13 millones de hectáreas. Pero estos datos tan generales tienen un impacto real sobre cada lote de producción, siendo un costo a afrontar en cada campaña para poder seguir produciendo.
La Red de manejo de plagas (REM) de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid) relevó los costos en herbicidas que tuvieron sus productores en la última campaña. Como promedio tuvieron un costo de 43 dólares por hectárea en el trigo, 46 USD en la soja de segunda, casi 90 USD en la soja de primera y alrededor de 80 USD en el maíz. Valores más que significativos dentro de la estructura de costos de estos cultivos. Por supuesto que estos números presentan importantes variaciones entre zonas (barras de desvío en el gráfico), por ejemplo, para el cultivo de trigo en el sur del país son considerablemente mayores a las demás zonas, por la presencia de raigrás y crucíferas resistentes. Lo inverso sucede para la soja, donde el costo en el sur es marcadamente inferior a las zonas ubicadas más al norte, con mayor presencia de malezas resistentes de verano, que compiten fuertemente con el cultivo.
Un reciente trabajo del INTA 9 de Julio revela que los costos actuales para el control de malezas en soja, para esa zona, se asemejan a los de principios de los años 90, previo al lanzamiento de la tecnología RR, con predominio de labranza reducida y uso de varios principios activos en preemergencia y postemergencia del cultivo.
Ante esto, la pregunta sería: ¿Se pueden bajar estos costos, simplemente usando menos herbicidas y tolerando mayor nivel de malezas en los campos? La respuesta correcta sería: No, hay situaciones donde se puede planificar una disminución en el uso de herbicidas y situaciones donde inexorablemente deben usarse para no perder rendimiento y evitar un mayor enmalezamiento.
Vayamos a un ejemplo. Volviendo al relevamiento de los costos de la pasada campaña, para soja de primera y maíz tardío, aproximadamente el 50% del valor se debe a costos de los barbechos, sumando el de otoño y el de primavera, y el 50% restante a herbicidas de preemergencia y postemergencia. Este último 50% es más difícil de reducir porque corresponde al periodo crítico del cultivo, es decir que la competencia de las malezas puede generar importantes pérdidas de rendimiento.
Pero en el período de barbecho hay dos tecnologías en expansión que pueden generar ahorros significativos sin incrementar las poblaciones de malezas: los cultivos de servicio y las aplicaciones selectivas. A nivel nacional, según datos de la Red de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires (ReTAA), el número de productores que está adoptando cultivos de servicios es aún bajo, en torno al 10%, pero en incremento.
Entre los productores de Aapresid, este número asciende al 74%, también en incremento, con una superficie destinada a estos cultivos del 20%, lo que es más que considerable. Los momentos en los que más se están adoptando son previo al cultivo de soja de primera y de maíz tardío. Esta es la causa por la que en la encuesta se ve un menor costo en este cultivo respecto al maíz temprano, cuando el barbecho es más largo y requiere más aplicaciones, si no hace un cultivo de servicio previo.
Respecto al uso de aplicaciones selectivas, el nivel de adopción es más bajo que para los cultivos de servicios, por la importante inversión inicial en maquinaria. Hay zonas como el NEA donde la tecnología está muy presente dentro del manejo habitual de los barbechos y empieza a expandirse al resto de las zonas agrícolas. Dentro de sus ventajas hay dos a destacar, el importante ahorro en herbicidas y la posibilidad de manejar eficazmente las malezas resistentes y tolerantes cuando aún se encuentran en pequeña superficie dentro de los lotes, lo que en cobertura total resultaría inviable económicamente.
Incluir prácticas que reduzcan el uso de herbicidas, hará que estos sigan siendo efectivos en los momentos más necesarios, en los que no se pueden reemplazar fácilmente. En estos momentos, usarlos en dosis adecuadas, con una eficiente calidad de aplicación, rotando y mezclando los sitios de acción, será un seguro contra su rápida caducidad.