A final de 2016, casi 200 países se reunieron en la cumbre contra el cambio climático celebrada en Marrakech, Marruecos (Cop 22), para planificar las acciones que permitirían concretar el acuerdo realizado el año anterior en París. Daniel Tomasini, profesor de la Facultad de la Agronomía de la UBA (FAUBA), formó de parte la misión argentina que viajó al continente africano para asistir al encuentro. A su regreso, contó los avances registrados en este aspecto, así como el efecto de la desestimación del presidente de EE.UU. en cuanto al cambio climático, las repercusiones alimentarias y las más de 100 millones de toneladas de emisiones que propuso reducir la Argentina.
“Estamos comprometidos y apurados para mitigar el cambio climático pero hace más de 20 años venimos discutiendo sobre cómo hacerlo. El problema es que sigue aumentando la variabilidad climática de forma significativa: los picos de frío y calor, o de lluvia e inundaciones y sequías son más comunes e intensos. Esto afecta de forma directa a las personas, a los ecosistemas y a las condiciones productivas para muchos cultivos y alimentos”, afirmó Tomasini, docente de la cátedra de Economía General de la FAUBA y especialista en Análisis Económico y Política Ambiental.
El Acuerdo de París, producto de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2016, se destacó por establecer medidas para la reducción de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) a partir de propuestas y objetivos planteados por las propias naciones: las llamadascontribuciones nacionales. Gran parte de la reunión de Marrakech fue planificar la instrumentación de esas contribuciones. Los 109 estados que ratificaron el acuerdo (responsables del 75% de las emisiones) validaron con su firma la implementación en 2020.
La conferencia de Marrakech tuvo, sin embargo, muchas miradas puestas en EE.UU. a raíz de la elección de Donald Trump y su desestimación del cambio climático. Según Tomasini “las decisiones de Estados Unidos y China, que compiten de forma constante, resultan fundamentales porque son responsables de casi el 50% de las emisiones. Pero el resto de los países tenemos la otra mitad y nuestras acciones también pueden hacer la diferencia”.
Para el caso de la Argentina, responsable del 0,7% de GEIs, “el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación (MAyDS) ajustó el cálculo de la contribución nacional, es decir la expectativa de reducción de emisiones en el país para los próximos 15 años con la participación de las provincias, sociedad civil y empresas. En muchos casos la metodología de cuantificación de estos aportes requiere de ajustes para tener resultados representativos y confiables, siendo este un tema sensible en la Convención que se expresa mediante los términos: registro, medición y verificación (RMV) de las emisiones de cada país”.
Tomasini informó que en base al cálculo del MAyDS, el país puede reducir entre 18 y 37% de sus emisiones. Estas metas se lograrían como resultado de medidas condicionadas e incondicionales. En números, significa una base de 109 millones de toneladas de CO2 (medidas incondicionales) mas un agregado de 114 millones (medidas condicionadas) mitigadas para el 2030. Un detalle de estas contribuciones puede verse en http://ambiente.gob.ar/wp-content/uploads/NDC-Revisada-2016.pdf.
Esta reducción se alcanzaría a través del aumento de la eficiencia en la relación PBI/emisiones, pero al mismo tiempo, no son reducciones netas sobre un año base, sino en comparación con un futuro sin acciones de mitigación: escenario denominado “bussines as usual” (BAU). Sin embargo, esta acción no es suficiente ya que debe profundizarse el “desacople” de la ecuación, es decir, la reducción en valores absolutos de las emisiones, mientras el producto económico aumenta: este es un desafío que enfrentan todos los países.
Alimentos y recursos naturales
Respecto de los sectores nacionales que más emiten y las posibles reducciones, Tomasini resaltó que la mayor parte proviene de la actividad agropecuaria y del uso de los recursos naturales (44%), y de la generación energética (27%). Completan la lista el transporte, la industria y los residuos con el 13%, el 12% y el 4% respectivamente. Según el experto, los esfuerzos más significativos se estarían produciendo en el aumento de eficiencia en el consumo energético y en la promoción de inversiones en energías renovables. Se trata de un proceso complejo que implica fuertes cambios en la matriz energética, ya que en la actualidad 70% de la electricidad que consumimos proviene de la energía fósil.
“La cuestión principal sigue siendo cuánto y cuándo está dispuesto a contribuir cada país, ya que a pesar de que los objetivos de París fueron propuestos por las mismas partes, no se logran cumplir las expectativas de corto plazo. Otro punto clave es la permanente contradicción respecto del financiamiento entre países en desarrollo y desarrollados: los primeros reclaman fondos para proyectos de mitigación y adaptación y los segundos argumentan que faltan proyectos confiables”, remarcó Tomasini.
En este sentido, la reducción de GEIs en la producción de alimentos es una cuestión más atrasada en la Argentina, donde va a ser difícil que se condicione esta actividad dada su importancia económica, no sólo fronteras adentro sino como fuente de provisión de divisas a través de las exportaciones. Pero, la buena noticia es que aprovechar las oportunidades de reducir emisiones a través de una mayor eficiencia productiva es redituable en términos económicos, en lo que denominamos “cobeneficios”, destacó el docente de la FAUBA.
Durante la reunión de Marrakech, se refirió a la discusión que surgió a partir del uso del suelo y el monocultivo: “Es un tema de la decisión política sobre sostenibilidad ambiental y económica. En definitiva, el monocultivo afecta y deteriora el ambiente, por lo que se debe instrumentar una estrategia productiva, que se base en buenas prácticas, gestión de los agroecosistemas y balance en precios relativos para evitarlo”.
Una pequeña larga historia
Tomasini, quien integra junto a otros docentes de la FAUBA el Grupo de Estudio y Trabajo de Cambio Climático, hizo un breve repaso sobre la modificación de la noción del cambio climático durante las últimas décadas, hasta llegar a la cumbre de Marrakech: “Nos fuimos dando cuenta que arrojar la basura en algún lugar despoblado, donde nadie se quejara, no podía durar para siempre, y reaccionamos cuando vimos el impacto de la cantidad de basura que acumulamos. Desde mi época de estudiante, en los años 70, se conocía el impacto que tendrían los incrementos del CO2 y la importancia del efecto invernadero, pero la discusión no parecía tan crítica y urgente como la planteamos hoy día. En términos económicos y legales, la atmósfera era `cosa de nadie´”.
En la década del 80 salieron a la luz los efectos nocivos sobre la vida humana y los ecosistemas terrestres a nivel global, pero no fue hasta la cumbre de Río 92 que se tomaron cartas en el asunto a través de marcos internacionales para la acción contra el cambio climático. “El problema es que la contaminación por el CO2 es acumulativa y la alimentamos con una increíble creciente actividad económica basada en energías fósiles”, explicó.
El problema adicional reside en la cercanía del umbral límite para la acumulación de CO2, las 450 partes por millón (ppm) que garantizan no incrementar la temperatura media del planeta en más de 2°C. En la época pre-industrial era de 280 ppm. Parece poco pero significa un impacto fuerte en el efecto invernadero.
El mayor esfuerzo de la Convención de Cambio Climático fue el Protocolo de Kyoto, mecanismo por el cual los países se comprometieron a reducir emisiones: “La diferencia con el Acuerdo de París es que los llamados países desarrollados impusieron condiciones a propios y terceros, y por ello se registraron resultados heterogéneos hasta su vencimiento en 2012”, explicó.
Aún bajo el Acuerdo de París, el concepto histórico de responsabilidades comunes, pero diferenciadas, está siempre presente en el foro: “Si los países desarrollados emitieron el mayor porcentaje actual de GEIs en sus proceso de industrialización, ¿por qué se deben aceptar restricciones en los países en desarrollo que están mejorando su nivel de vida, creciendo económicamente, aumentando sus consumos de energía y por lo tanto, sus emisiones?”
“Esta realidad, nos obliga a plantearnos nuevos modelos de desarrollo, que aseguren niveles adecuados de crecimiento económico, promuevan la inclusión social y garanticen la sostenibilidad ambiental”, concluyó. Fuente: Prensa FAUBA