Compartimos la columna del periodista Hugo Alconada Mon, para el diario The New York Times, poniendo al descubierto las miserias que afloran en tiempos de pandemia en la República Argentina.
BUENOS AIRES — Fue una linda imagen mientras duró. Pero duró poco. La “grieta” política que suele dividir a la Argentina pareció desaparecer ante el avance del coronavirus. Pero fue cuestión de que se presentara una oportunidad para que resurgiera con fuerza. Y acaso eso sea lo mejor para el país: ante la falta de instituciones de vigilancia, el encono de los ciudadanos podría ser lo necesario para oponer resistencia a los excesos del poder.
El término de “la grieta” se acuñó hace unos años para explicar la distancia que separaba a millones de argentinos. Comenzó para distinguir a quienes estaban a favor o en contra del kirchnerismo, pero con el correr del tiempo se expandió a algo más profundo, más ideológico, más inasible, pero presente: se traduce en disenso.
Ahora, ante el letargo de los otros poderes del Estado argentino y las instituciones de control y vigilancia, acaso deban ser los ciudadanos “agrietados” quienes presionen y exijan transparencia a los funcionarios públicos de todos los partidos políticos. La polarización, tan nociva y poco constructiva en la historia argentina, acaso sea ahora un mal necesario.
En tiempos excepcionales, los espacios para la corrupción se deben cerrar, y a falta de organismos que lo hagan, los ciudadanos debemos ser ese filtro al poder: aunque unidos ante la crisis, permanecer con un enfado crítico.
En muchos países se ha advertido de los peligros de emergencias como la que vivimos hoy: gobiernos que ensanchan sus poderes, ciudadanos atemorizados que admitimos más restricciones a nuestras garantías individuales (ya sea por afinidad al gobierno de turno o por temor a la COVID-19) y contrapesos escasos. “A medida que la gente se pone más temerosa y desesperada”, dice el pensador israelí Yuval Noah Harari, “puede sentirse tentada a confiar en líderes autocráticos”.
Ese es un peligro también en la Argentina, donde crisis anteriores sirvieron de escenario propicio para corruptelas y erosión democrática. Eso no puede suceder de nuevo.
La tregua temporal comenzó de la mano del presidente. Alberto Fernández tomó decisiones correctas en consenso con gobernadores e intendentes de su partido y opositores, y a partir de las opiniones de infectólogos y epidemiólogos antes de fijar su posición. Todo parecía marchar bien. O, al menos, de manera armoniosa. El expresidente Mauricio Macri llamó a su sucesor para expresarle su respaldo, mientras que la figura polarizante de la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, ha permanecido fuera de escena.
Pero por debajo de esa aparente paz política, se han fraguado casos preocupantes que, afortunadamente, no han pasado inadvertidos por los ciudadanos, en parte gracias a la grieta.
Como advierten expertos del Banco Interamericano de Desarrollo, la pandemia ofrecerá en América Latina nuevas oportunidades para la corrupción. En circunstancias normales, entre el 10 al 25 por ciento de los fondos públicos terminan en los bolsillos de funcionarios estatales. Y durante las emergencias ese porcentaje, consideran, podría aumentar: los controles disminuyen ante la necesidad de los gobiernos de actuar rápido y se puede crear un estado general de confusión. Ahora hay indicios de que esto está sucediendo en Argentina.
Hace unos días se conoció que el Ministerio de Desarrollo Social compró alimentos al por mayor por precios mucho más elevados de los que el propio gobierno había fijado como “precio máximo” para abastecer comedores sociales. También salió a la luz que el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires había comprado barbijos con sobreprecios.
Mientras que salieron a la luz estos traspiés, la economía argentina va de mal en peor y para millones de personas la cuarentena agravó un panorama que ya pintaba grave. Así que muchos argentinos comenzaron a perder la paciencia. Algunos golpean cacerolas por las noches, a modo de protesta. Otros reclaman que los políticos se bajen sus salarios, mientras que en las redes sociales resurgieron los ataques cruzados. La indignación social dio resultados: en el primer escándalo, quince funcionarios renunciaron (y se abrió una denuncia penal) y en el segundo, el de Ciudad de Buenos Aires, dos funcionarios fueron desplazados.
Los argentinos llevan más de un mes en cuarentena, pero no ha parado la rabia que los ha llevado durante años a las calles a exigir. Esa es acaso la única consecuencia positiva de “la grieta”: no hay lugar para la apatía en nuestra política, todo se observa y todo se reclama. Pero tendríamos que pasar de esa infructífera brecha ideológica —que parte de la animadversión absoluta o la fe ciega— a una de vigilancia proactiva: una grieta pos-COVID-19.
Esa vigilancia ciudadana, republicana y democrática es necesaria ahora más que nunca a falta de otros filtros. El Poder Judicial cerró sus puertas salvo para temas puntuales y urgentes —uno de ellos, al parecer, fue excarcelar a un vicepresidente condenado por corrupción— y el Congreso ha demostrado que no es, de momento, un contrapeso a un Poder Ejecutivo vigorizado que avanza con decisiones políticas y compras directas por cientos de millones de pesos, con controles administrativos reducidos al mínimo y aupado a la “emergencia sanitaria”.
Mientras en el gobierno define si se levanta la cuarentena en mayo, conviene recordar que la unidad de sus ciudadanos para enfrentar un mal no debe ser una carta blanca para los gobiernos de todos los niveles: nacional, provinciales y municipales. Ni tampoco debe conllevar el silencio forzoso de quienes piensan distinto. “Unir” no es sinónimo de “callar”, ni mucho menos de “acallar”. Ahora, en momento de emergencia, es cuando la unidad, con disensos, será decisiva.
Ahora es cuando los ciudadanos deben estar más atentos para denunciar atropellos a la ley y controlar a sus representantes.
Hugo Alconada Mon (@halconada) es abogado, prosecretario de redacción del diario La Nación y miembro del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ). Es autor de La raíz (de todos los males).