José Núñez- Diputado Nacional de Santa Fe por Juntos por el Cambio
En menos de dos meses de clases, ya hubo tres balaceras frente a escuelas rosarinas. Estos hechos de violencia extrema se suman a los robos cotidianos que sufren alumnos, docentes y otros trabajadores en las inmediaciones de las instituciones educativas e incluso, dentro de ellas.
En las últimas semanas, entre los numerosos actos criminales que suceden en Rosario cada día, una familia fue baleada frente al Instituto Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa en el horario de ingreso al colegio. El caso se simplificó diciendo que “un empresario fue atacado cuando dejaba a su hijo en la escuela”, pero lo cierto es que tanto ese niño como todos los demás chicos y adultos vinculados con esa casa de estudios son también víctimas. Es más, el accionar de los delincuentes y la inacción de las autoridades después del hecho sembraron terror en toda la comunidad educativa y en el barrio.
Nadie del Gobierno Nacional que tiene como slogan “Primero la gente” se preocupó por esta gente. Ni el Presidente Alberto Fernández, a pesar de que recientemente descubrió que los santafesinos también somos argentinos y, en consecuencia, deberíamos poder vivir en libertad en nuestro país. Ni el Ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, que cuando uno de los miles de hechos de violencia que suceden en la ciudad rozó a la familia de Lionel Messi, viajó a Rosario y prometió, una vez más, un despliegue de hombres y recursos del que aún no tuvimos novedades.
El hecho tampoco pareció importarle al Gobernador que llegó hace más de tres años a traer “la paz y el orden”. Siempre se supo que Omar Perotti sentía una particular distancia con Rosario, pero su falta de compromiso frente a la situación de inseguridad que sufre la ciudad y su falta de respeto y compasión con los ciudadanos que padecen el delito, no dejan de sorprender.
Nunca tuvo un plan, no formó equipos de trabajo idóneos y jamás dialogó, ni con la ciudadanía ni con otras fuerzas políticas. Las balaceras frente a colegios exponen abiertamente la falta de gestión provincial tanto en seguridad como en educación, áreas de gobierno absolutamente abandonadas y desfinanciadas.
Y desde el municipio, se comentó el caso como si hubiera sucedido en otro lugar. Siguen buscando poner “arriba Rosario” con buenas intenciones, pero sin asumir las responsabilidades que implica la conducción de nuestra ciudad, en la que la desidia y el abandono son evidentes en cada rincón.
Resulta incomprensible que personas que lucharon por llegar a los cargos que hoy ocupan y que durante décadas dijeron estar preparándose para gobernarnos, hoy se crucen de brazos y sólo piensen en su próxima movida electoral, mientras algunos rosarinos se escapan de la ciudad y el resto ve cómo su calidad de vida se deteriora día a día.
Como hombre de la política, esta coyuntura me duele y me preocupa, pero también me impulsa a buscar alternativas para transformar esta realidad tan agobiante. Soy consciente de que no es simple combatir la criminalidad compleja y creciente a la que nos enfrentamos, pero también entiendo que es momento de disponer de todos los esfuerzos y recursos necesarios para intentarlo. Ya no hay tiempo para especulaciones, vivimos una situación límite, y si el gobierno no es capaz de cuidar a sus ciudadanos, nada de lo que haga tiene sentido.
Como Diputado Nacional, he intentado acercar a las autoridades diversas propuestas para la seguridad ciudadana, pero no se ha generado ningún espacio de trabajo concreto para desarrollarlas. He planteado, por ejemplo, la necesidad de que Rosario cuente con un centro de monitoreo que permita visualizar y controlar lo que sucede en el territorio en tiempo real y en detalle. Una ciudad tan extensa, populosa y diversa como la nuestra requiere de toda la tecnología disponible para generar información tendiente a disuadir, prevenir y combatir el delito.
Los desafíos son enormes, pero igual de grande debe ser el compromiso de quienes fueron honrados por el voto de la ciudadanía. La situación actual es angustiante, pero si no se trabaja seriamente, el futuro puede ser peor. Y alcanza con preguntarles a los jóvenes rosarinos cómo imaginan el futuro, a los chicos que son testigos de balaceras, a los que quedan huérfanos por hechos criminales y a los que sufren el delito en primera persona. ¿Cómo pueden construir un proyecto de vida personal o comunitario quienes en cualquier conversación familiar escuchan hablar de “muerte”, “narcos” o “sicarios” y quienes ven sus aulas están diezmadas por el delito?
Si no se asume la gravedad ni la urgencia de la situación, el delito seguirá en alza y la realidad será cada vez más difícil, porque con cada vida perdida o quebrada, se rompe un poco más la red que nos debe unir en sociedad.