Por Ernesto Edwards – Periodista y filósofo
Con la elección de Omar Perotti para suceder a Miguel Lifschitz en la gobernación de Santa Fe luego de tres períodos consecutivos del Socialismo, quedaba más que claro que el electorado santafesino había elegido a un político serio y experimentado que con su gestión podría superar el desastre que en materia de inseguridad fue máxima responsable la cúpula de dicho partido, en las sucesivas figuras de Binner, Bonfatti y el citado Lifschitz. No fue, precisamente, por un repentino renacimiento del peronismo en general. De haber sido así, la intendencia para Rosario hubiera recaído en Roberto Sukerman (encuadrado con el kirchnerismo nacional) y no, como sucedió, en Pablo Javkin.
Dicho sea de paso, Perotti sí se vio beneficiado por la brusca caída en la imagen del oficialismo nacional. Si todo hubiera seguido como en las elecciones de medio término de 2017, José Corral hubiera ganado con la marca Cambiemos. Pero dos años después esa misma marca no valía ni dos pesos en el mercado político. No obstante ello, ya en octubre, el PJ santafesino vuelve a ser superado electoralmente por Juntos por el Cambio, quedándose con un legislador menos que el oficialismo y con dos menos que lo que esperaban. Que esperaban ellos solos, que no pudieron interpretar, ni aceptar, que ni en Rafaela, ciudad natal de Perotti, pudieron triunfar esta vez. Suponiendo que es culpa de los chacareros de la zona o porque son todos gorilas. Lo más grave es que hipotetizan increíbles conspiraciones nacionales que habrían derivado en un improbable acuerdo de cúpulas para propiciar una supuesta gobernabilidad de aquí al 10 de diciembre, en la creencia de que de tal modo ambas partes quedarían satisfechas con los guarismos finales, y un Macri fortalecido como líder opositor.
La realidad es que fue 48 a 40, con un Alberto Fernández triunfador en primera vuelta y un Mauricio Macri que aunque se convierte en el primer mandatario en perder una reelección, también es el primero no peronista en finalizar y completar un mandato. Más una inesperada remontada entre las PASO y las elecciones. No es poco, considerando la debacle en la que estamos como país. Y ambos hechos deben ser respetados y celebrados. Que ganó Fernández, y que habrá una oposición sólida cimentada en los respectivos números de legisladores para el Congreso Nacional. Entonces, reflexionen. No es pensable un “pacto de gobernabilidad” que decidiera cerrar números en 40 % para unos y 48 para otros, y que todos quedasen contentos. Es absurdo. Es ridículo. A nadie medianamente inteligente le hubiera parecido buen negocio político quedarse con varios legisladores menos y sin quórum propio en Diputados.
Ampliamente conocida es la anécdota de campaña de Bill Clinton, cuando respondiendo a una consulta periodística, mirando uno de los carteles fijados en su búnker, contestó “Es la economía, estúpido”. Todo se define por ahí. Tan cierto era que, en ocasión de estar en Boston en 1998, justo cuando recrudecía el escándalo por las pasantes abusadas por el mandatario de entonces, cuando consultaba a los ciudadanos de a pie, todos me contestaban más o menos lo mismo: “No nos importa. Para nosotros es un buen administrador”. Todo dicho. Que el tipo arrinconara chicas en el Salón Oval no era un tema. La Economía era (sigue siendo) el termómetro de todo. Y en Argentina no es muy diferente.
El cristinismo es, objetivamente, el período gubernamental más corrupto de la historia. Con exfuncionarios del calibre de Boudou, De Vido, Jaime, López, Lázaro, y siguen las firmas, algunos ya condenados, no resiste discusión. Y con numerosas causas que la tienen como imputada a Cristina Fernández, sin embargo son cuestiones de las que prácticamente no se hablan. La corrupción no parece importarle a nadie. Es la doctrina Mengolini, esa que decía “roban pero hacen”. Y, en el mejor de los casos, dirán que son causas armadas. Por la “oligarquía”, claro.
“Billetera mata galán”. “7 de espadas mata 7 de oro”. Fórmulas que no requieren aclaración. Tampoco que “Economía mata Ética”. En cuanto a la situación judicial que atraviesan actualmente estas figuras principales del kirchnerismo, empezando por la propia viuda de Kirchner, por las dudas e independientemente de cómo haya sido realmente, nadie quiere terminar como el exfiscal Alberto Nisman. Dicho esto, próximamente veremos un desfile de excarcelaciones y demás figuras jurídicas que arriben al mismo resultado. Así es el poder.
El tiempo dirá, y esperemos que sea pronto, si estos cuatro años de macrismo tuvieron hechos de corrupción. Si ello fuera así, y se comprobara, va mi especial deseo de que tengan la peor de las condenas judiciales. Quede dicho.
Se confirmó este domingo, entonces, la hipótesis que anticipaba en junio de este mismo año, tras la elección que consagró como gobernador de Santa Fe a Omar Perotti. No fue mayoritariamente el peronismo recuperado, fue un sufrido y hastiado electorado santafesino el que buscó expulsar de la Casa Gris al Socialismo. Recordemos una vez más la deslucida elección del peronismo rosarino en 2019: para intendente fue superado por Pablo Javkin. Y en Santa Fe, en octubre, fue superado por el maltrecho frente oficialista, quedando con un legislador menos que los de la lista de Federico Angelini. Allí la importancia de la fiscalización. Una ingenuidad casi infantil por parte del Pro. Así fue que muchos creen que le escamotearon dos elecciones para gobernador, en 2011 y 2015. Cuando ahora se pusieron las pilas, las diferencias se estrecharon. No es casual.
Pero los votantes que eligieron ganador al Alberto no pueden entender que haya gente que piense diferente. Y que exista un 40 % más otro 12 que no quiere saber nada con lo que se viene. Que ojalá sea para mejor, obviamente. Pero consideremos algunos detalles: Alberto Fernández no tiene territorio y no tiene estructura propios, y los gobernadores pueden ponérselo difícil. Pero ha demostrado ser un hábil político, con formación y experiencia, que estará obligado a construir poder, aunque le impongan algunos ministros. De no ser así, el cristinismo se lo llevará puesto. Y no parece estar dispuesto a ello.
Hasta el 10 de diciembre el presidente seguirá siendo Mauricio Macri. Que aún con una digna elección queda herido y debilitado. Por ahora, sus adláteres muestran devoción y respeto. Pero es alguien que dilapidó capital político, no sólo el personal sino también el de un número importante de los de su entorno. Es un contrafáctico, pero si María Eugenia Vidal no hubiera sido presionada para ir en la misma elección, quizás el resultado hubiera sido otro. La arrastró la ola de las PASO. Lo mismo otros de sus principales dirigentes, que deberán buscarse trabajo para los próximos dos años. Caso especial el de Horacio Rodríguez Larreta, del que todos, o casi, esperaban una cómoda reelección a la luz de su trabajo y dedicación en CABA. Y, ¿por qué no?, disputarle al mismísimo Macri el lugar de privilegio como inminente opositor.
Lo anticipaba Luis Sánchez en 1995 y mucho después Jaime Durán Barba: cada domingo que se vota en la Argentina es “Un día de emoción”. No le den más vueltas. Vayamos entonces por partes. Mauricio Macri tuvo una gestión de gobierno que en lo económico y social fue desastrosa. Peor, imposible. Y no daba la impresión de que mereciera una segunda oportunidad por parte del electorado. Mucho menos cuando los meses más cercanos venían mostrando lo peor de su administración. Devaluaciones, inflación, endeudamiento, cepo cambiario, aumento del desempleo y la pobreza y una notoria incapacidad para ponerle freno a ese descontrol. Y la situación regional contribuyó notoriamente al triunfo de los Fernández. Pero el triunfo fue allí nomas. Nada que ver con los desopilantes resultados de las PASO.
Un solo agregado: varios tendrán que agarrar los libros para conceptualizar con más precisión la categoría “Neoliberalismo”. Nada. Eso. Porque da la impresión de que repiten como loros lo que escuchan por ahí.
Volvieron. No sabemos si mejores. Volverá también, quizás, la infame doctrina Zaffaroni, la Patria Grande Bolivariana, y fundamentalmente, ella. Que, recordemos, ya denuncié como la gran bloqueadora serial de las redes sociales. Toda una demócrata… También lo tendremos a Axel Kicillof, que nos preocupa menos porque lo tendrán que aguantar los bonaerenses. Pero es un emergente, con su discurso del odio y la reiteración del clásico esquema dialéctico de amigos – enemigos. Para que muchos crean que realmente se viene el ministerio de la Venganza.
Economía mata Ética. No hay vueltas. Clinton tenía razón.