Para salir del atolladero en el que se encuentra Argentina se necesita un giro de 180 grados en la organización económica y un gran compromiso con la ética y la justicia. Sólo un gobierno que tenga esto en claro y que convenza primero a sus partidarios y elabore una propuesta sincera y generosa, puede liderar este giro.
No puede esperarse que la propuesta surja de una o de varias reuniones de las fuerzas políticas y de las representaciones corporativas donde cada uno lleve sus ideas e intereses sin que antes el propio gobierno haya unificado su visión.
A partir del 15 de noviembre, más que una convocatoria a las demás fuerzas políticas y a los sectores sociales, el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner tiene que unificar personería y lograr que todos sus integrantes demuestren pertenecer a un equipo que ha saldado sus diferencias internas y que están dispuestos a trabajar durante los dos años que le quedan de mandato sin peleas ni contradicciones. Si esto no se logra, lejos de avanzar hacia un futuro mejor, se seguirá profundizando la decadencia y agravando la inflación.
La experiencia de la crisis de 1974-1975 (post Plan Gelbard) mucho más que la de la crisis 2001-2002 (post Plan de Convertibilidad), es la que puede aportar elementos de juicio para entender los peligros que Argentina enfrentará en el período 2022-2023.
El anuncio de la ¨iniciativa¨ que hoy reporta La Nación en su primera página, recuerda la descripción de la ¨mesa del diálogo argentino¨ que, en el relato oficial, permitió, supuestamente, salir de la crisis del 2001 y 2002.
Iniciativa. El Gobierno reflota la idea de un «gran acuerdo» para después de las elecciones. La Casa Rosada convocará a empresarios, sindicalistas y legisladores de la oposición para encarar los últimos dos años de la gestión de Alberto Fernández; “Es el momento”, dijo el Presidente; coinciden Cristina Kirchner, Massa y Manzur
Amén de que la mesa del diálogo argentino del 2002, lejos de aportar soluciones, permitió producir la transferencia de riqueza (desde ahorristas a endeudados en dólares) y de ingresos (desde trabajadores y jubilados a la industria sustitutiva de importaciones) más injusta de toda la historia argentina, la situación actual es totalmente diferente a la que existía en 2001.
Una comparación mucho más relevante es entre la situación que se vive hoy con la que se vivió entre el segundo semestre de 1974 y el primer semestre de 1975. El peligro para 2022 y 2023 es que se repita la experiencia de 1975-1976.
La crisis actual es completamente diferente a la del 2001
Es muy frecuente escuchar a economistas argumentar que antes de que el actual gobierno pueda avanzar hacia una estabilización exitosa, se necesita que algún ¨Remes Lenicov¨ haga la ¨tarea sucia¨ de devaluar fuertemente el Peso. Y es aquí donde se filtra el argumento de que fue la ¨mesa del diálogo argentino¨ la que permitió sentar las bases de la recuperación económica y el crecimiento que se logró durante el gobierno de Néstor Kirchner. Se sostiene que la clave fue generar los famosos superávits gemelos.
Lo que no se dice, y más bien se esconde, es que no fue el aumento del precio del dólar de 1 a 1,40 que dispuso Remes Lenicov la que generó los superávits gemelos, sino la pesificación compulsiva de todos los contratos pactados en dólares que pregonó y consiguió el entonces ministro de la producción, Ignacio de Mendiguren, el lobista de los industriales que siempre vivieron de la protección arancelaria y del encerramiento de la economía. Fue la decisión de ¨des-dolarizar¨ compulsivamente la economía, la que llevó que el precio del dólar saltara a casi 4 pesos, provocando una brutal reducción de los salarios y de las jubilaciones en términos de poder adquisitivo y un aumento inédito en la historia argentina de los índices de pobreza y de desocupación.
La crisis del 2001 fue una crisis bancaria y de deuda pública provocada fundamentalmente por el endeudamiento de las provincias con el sistema financiero y por las dificultades de los deudores privados para cumplir con sus obligaciones debido a la recesión, al aumento de las tasas reales de interés y al deterioro de los términos del intercambio externo.
La solución menos traumática para aquella crisis hubiera sido la conclusión de la reestructuración ordenada de la deuda pública, que, préstamo garantizado mediante, ya había alcanzado a más del 50% del stock en circulación y disponer la libre flotación del peso manteniendo inalterados todos los contratos en dólares, es decir, dejando que el dólar siguiera siendo la moneda principal de la economía hasta tanto el peso adquiriera confianza como moneda fiduciaria. Pero la tragedia fue que en la ¨mesa del diálogo argentino¨ resonara como solución atractiva la ¨desdolarización¨ que pregonaba De Mendiguren y los industriales que añoraban el proteccionismo del pasado y la evaporación de sus deudas a través de la inflación.
Era cantado que la ¨desdolarización¨ compulsiva de la economía abriría la puerta a la estanflación, el estado típico de la economía argentina en todos los períodos durante los cuales el Banco Central utilizó la emisión monetaria para financiar déficits fiscales o crear artificialmente crédito para el sector privado. Si la estanflación demoró varios años en hacerse evidente fue por el fenomenal ¨boom de las commodities¨ que se produjo entre 2003 y 2010 y por la utilización hasta su agotamiento, por parte del gobierno y de los sectores protegidos de la economía, de los ahorros del sector privado que se habían depositado en el sistema bancario y en los fondos de pensiones, además de las reservas del Banco Central.
También ayudaron a demorar la aparición de la estanflación varias características de la economía de aquellos años, que son muy diferentes a las de hoy.
En 2001 veníamos de 10 años de estabilidad y dos años de deflación. No había atraso tarifario ni controles de precios. Hoy el principal problema a resolver es el de la inflación. La inflación no sólo es elevada (50% anual), sino que está reprimida por congelamiento de tarifas y controles de precios.
En 2001, la economía estaba totalmente des-indexada y no existía inercia inflacionaria. Hoy, la inercia inflacionaria, potenciada por más de 10 años de inflación alta y creciente, se refleja en la indexación generalizada de los contratos pactados libremente y las altas tasas de interés nominales
En 2001, la base monetaria, el único pasivo monetario del Banco Central, era igual a las reservas de libre disponibilidad. Hoy los pasivos monetarios del Banco Central son 2 veces y media más altos que las reservas externas de libre disponibilidad.
En el 2001. los ahorros de los argentinos estaban depositados en el sistema bancario, fundamentalmente en dólares y en los fondos de pensiones. En total representaban el 60% del PBI. Hoy los ahorros están invertidos en dólares, pero muy pocos en el sistema bancario. Están en cajas de seguridad, en los domicilios o en el exterior. Los depósitos en dólares en el sistema bancario representan sólo el 4% del PBI y los depósitos totales menos del 30%.
En los años anteriores al 2001, los precios de exportación habían sido muy bajos, mientras que, en la actualidad, los precios de exportación son cinco veces más altos. Por consiguiente, ya hace varios años que existe un superávit comercial importante. El problema es que pese a un impresionante aumento de la presión tributaria, el déficit fiscal es más alto que el que existía en 2001.
En la actualidad los bancos están muy líquidos y el endeudamiento del sector privado con los bancos es muy reducido (menos del 10% del PBI). No hay crisis bancaria en puerta, pero el peligro de que se reedite un fenómeno parecido al del 2002 existe a causa de que es muy frecuente escuchar en los círculos del gobierno decir que el problema de la economía es el bi-monetarismo y que la solución va a pasar por otra des-dolarización compulsiva. Volveré sobre este tema, luego de comparar la situación actual de la economía con la de 1974-1975.
Semejanzas con la crisis post Plan Gelbard
La situación actual de la economía argentina tiene rasgos comunes con la que precedió al fenómeno que la historia económica denominó ¨el Rodrigazo¨.
El plan Gelbard que se elaboró en base a una negociación entre la CGT de entonces y la Confederación General Económica que era el ámbito empresarial donde siempre había militado José Ber Gelbard, generó fuertes desequilibrios macro-económicos y de precios relativos que recién se pusieron de manifiesto luego de la muerte de Perón. Esos desequilibrios eran muy parecidos a los que se observan hoy en la economía argentina.
Con un gobierno débil, desgastado además por fuertes diferencias ideológicas y políticas internas, un sector del gobierno liderado por López Rega compró la idea de que era necesario pegar un giro de 180 grados en el rumbo de la economía reemplazando al Pacto Social de Gelbard por un programa “ortodoxo”. Este incluía un tope del 30% a los aumentos salariales a acordarse en las convenciones colectivas de trabajo, con un 150 % de aumento en las tarifas de servicios públicos y una devaluación que significó la duplicación del precio del dólar en el mercado oficial.
Los sindicatos no aceptaron el tope salarial y consiguieron igualar el ajuste salarial a la devaluación. En un clima infernal de conflictividad social y descomposición política del gobierno, la inflación saltó del 50 al 800% anual y se produjo una fuerte recesión.
Una pregunta frecuente de quienes quieren saber qué es lo que puede ocurrir en los dos próximos años, se refiere a la posibilidad de que se dé algo parecido al Rodrigazo.
A pesar de que la imagen del gobierno de Alberto Fernández tiene ciertos parecidos al de Isabel Perón, especialmente en materia de diferencias ideológicas y de posicionamiento político de sus principales integrantes, no es imaginable que pueda intentar un viraje hacia la ¨ortodoxia¨ como el que quiso implementar Celestino Rodrigo. El gobierno se niega a presentar un plan que permita negociar con el FMI porque sospecha que el mismo exigiría incluir medidas como las que provocaron el Rodrigazo.
Mi impresión es que la iniciativa de la que ha comenzado a hablar el gobierno para después de las elecciones, apunta más bien a un Pacto Social como el que logró Gelbard bajo el liderazgo de Perón. El problema es que ni Cristina Fernández de Kirchner y mucho menos Alberto Fernández tienen hoy un liderazgo indiscutible y esperanzador como el de Perón en su regreso al País en 1973. Amén de que cuando se negoció el Pacto Social la economía no estaba aún plagada de desequilibrios.
La cuestión que cabe preguntarse es qué tipo de acuerdos puede buscar el gobierno en la nueva mesa del diálogo argentino.
La estrategia probable en materia cambiaria
Así como es seguro que el gobierno no admitirá avanzar hacia la eliminación de los controles de cambio, tampoco aceptará pegar un salto devaluatorio significativo en el mercado cambiario oficial porque temerá que la devaluación precipite un Rodrigazo. En realidad, las tarifas de los servicios públicos, especialmente energía y transporte, están más rezagados que el precio oficial del dólar. Una devaluación significativa, sin un aumento al menos equivalente en las tarifas de los servicios públicos significa un agravamiento del déficit fiscal por el aumento de los subsidios que se pagan a los prestadores para asegurar su provisión.
Este dilema se transará aumentando el ritmo de devaluación mensual del 1% al 3% o a lo sumo al 4% mensual. Probablemente se pacte también que el aumento de los salarios y el de las tarifas de servicios públicos sea igual al ritmo de devaluación. Si al mismo tiempo el gobierno logra mantener el aumento del gasto público y la emisión monetaria alrededor de esos porcentajes, puede ocurrir que la inflación anual se mantenga dentro del rango del 50% al 60% anual.
Si con esta tasa de inflación, que no va a permitir ni el aumento del empleo formal ni la disminución de la pobreza, el gobierno logra mantener la paz social, es posible que se evite una hiperinflación antes de las elecciones presidenciales de 2003.
La cuestión clave para discernir si será posible evitar la hiperinflación en la transición del gobierno actual al que lo suceda en diciembre de 2023, como no se la pudo evitar en la transición del gobierno de Alfonsín a Menem en 1989, pasa por las ideas que predominen en la discusión entre partidarios de la dolarización voluntaria y de la desdolarización compulsiva.
Si predomina la idea de que es conveniente permitir la dolarización voluntaria y se habilita el funcionamiento de un mercado cambiario totalmente libre para todo tipo de transacciones financieras y pagos y cobros de servicios, se podrá evitar la hiperinflación, porque la brecha cambiaria podrá mantenerse acotada con un manejo realista de las tasas de interés en pesos.
Si, por el contrario, predomina la idea de la des-dolarización compulsiva y se acentúa el cepo cambiario, extendiéndolo a las transacciones del contado con liquidación, dejando además que comience a cundir la sospecha de que en algún momento el gobierno avanzará hacia la pesificación compulsiva de los 15 mil millones de dólares que aún mantiene el sector privado depositados en el sistema bancario, la hiperinflación se producirá por una corrida contra esos depósitos y un aumento extremo de la cotización del dólar en el mercado paralelo.