El menú de alternativas de inversión luce variado. El mercado de capitales ofrece múltiples opciones para colocar tanto excedentes momentáneos de dinero como los ahorros que sustentarán proyectos personales futuros. En este artículo se plantea analizar la conveniencia de invertir en acciones con una mirada de mediano a largo plazo.
Una acción no es, ni más ni menos, que cada una de las partes en las que se divide el capital social de una Sociedad Anónima. Al comprar de acciones de una compañía el inversor adquiere la calidad de socio de la empresa, teniendo derecho a las ganancias que esta obtiene y distribuye en forma proporcional a su tenencia respecto del total del capital. De esta forma, los inversores que vuelcan fondos a estos instrumentos participan de la generación de valor en los distintos sectores de la economía.
A diferencia de un bono, activo que representa la promesa de un pago en un momento futuro y cuyo valor depende del costo de oportunidad del dinero inmovilizado y el riesgo de incumplimiento por parte del deudor, las acciones ganan o pierden valor según lo hacen los activos que estas representan. Esos bienes van desde maquinaria o inmuebles propiedad de la empresa, hasta patentes y otros intangibles. También – y posiblemente más importante – la capacidad de ajustar sus ingresos en base a la evolución de las variables de la economía manteniendo márgenes de rentabilidad y creando valor para sus accionistas. En tal sentido, las acciones suelen ser un antídoto contra los contextos inflacionarios (en los casos de empresas que pueden trasladar a sus precios de venta los incrementos en los costos) y grandes ganadores en los procesos de crecimiento de la economía.
Por el contrario, cuando la economía pierde lustre y atraviesa períodos recesivos, la rentabilidad de las acciones acusa el golpe. Ambas premisas han sido objeto de estudio de la ciencia (o arte) de las Finanzas. En el largo plazo, las inversiones en acciones demostraron batir ampliamente los retornos ofrecidos por instrumentos alternativos. De igual modo, demostraron exponer al inversor a una mayor volatilidad en su nivel de riqueza.
Uno de los estudios más extensos en materia de rendimientos de inversiones corresponde al trabajo de Roger Ibbotson, profesor de la universidad de Yale y autoridad académica en Finanzas. En esta investigación, Ibbotson compara la evolución de una inversión de un dólar realizada en el año 1926. Entre distintas alternativas de inversión disponibles en los Estados Unidos, quien usó su dólar para adquirir una participación en una canasta diversificada de acciones maximizó su ganancia respecto de quienes optaron por bonos de tesorería o bienes de consumo, que reflejan simplemente la evolución de los precios (inflación). Hasta 2013, el resultado final de las acciones de empresas grandes y consolidadas resultó unas 43 veces superior al de los bonos del Tesoro y 360 veces la inflación del período. Con mayor volatilidad (léase riesgo), las acciones de pequeñas empresas superaron ampliamente estos guarismos.
En un análisis similar, Aswath Damodaran – de la Universidad de New York – indica que una inversión de 100 dólares en acciones de las principales empresas norteamericanas efectuada en 1928 hubiera llevado a comenzar el 2015 con una riqueza cercana a los 290.000 dólares. Claro que esto no resulta exento de sobresaltos: la historia indica que este intrépido inversor hubiera visto su capital mermar en un 50% durante los primeros cinco años del experimento producto de la crisis bursátil de 1929 y la recesión que pesó en la economía estadounidense en el comienzo de la década del ´30. Los años 2002 y 2008, por poner algunos ejemplos, fueron mandobles comparables al “crack”.
Si bien un ejercicio similar resulta complejo en la voluble economía argentina, un análisis de los últimos 12 años extiende a la bolsa local las conclusiones de los académicos foráneos. Si el primer día hábil del 2003 un inversor hubiera enfrentado la decisión de aplicar un capital de 10.000 pesos a diferentes alternativas de inversión, los resultados obtenidos 12 años después podrían resumirse entre los siguientes:
(a) Si el inversor doméstico hubiera colocado su capital en un plazo fijo bancario, obteniendo la tasa mayorista para depósitos y renovando los vencimientos mes tras mes, el resultado alcanzaría $ 35.584 en el vencimiento de febrero 2015.
(b) De haber realizado la misma operación de plazo fijo, pero en dólares (recordando que en 2003 no operaba restricción alguna para la compra de la divisa norteamericana), el saldo actual sería de $ 28.909 al tipo de cambio oficial. La diferencia que opera entre esta colocación y su análoga en moneda nacional exhibe el atraso que acumula el tipo de cambio, al menos en lo que refiere a paridad de tipos de interés.
(c) Los dólares en el colchón (opción probablemente impensada en los estudios provenientes de otras latitudes pero entre las más comunes en los ahorristas locales) hoy valdrían $ 38.751, ponderando el valor del dólar libre en el mercado informal.
(d) Una cartera diversificada de bonos, considerando reinversiones de las rentas obtenidas, hubiera transformado los 10.000 pesos de 2003 en $ 131.434 a febrero 2014. Claramente una alternativa superadora frente a las tradicionales colocaciones argentinas.
(e) Por último, y convalidando como se adelantó las observaciones de mercados extranjeros, una cartera compuesta por las acciones más negociadas en la bolsa argentina hoy alcanzaría una valuación de $ 184.451 (tras un pico sobre los 200.000). Por mucho, la alternativa más rentable entre las posibilidades analizadas.
La diferencia entre los diferentes resultados cobra relevancia si se presta especial atención al flagelo inflacionario. Solamente mantener el poder adquisitivo de los $10.000 iniciales requeriría, según las estimaciones privadas, un valor actual por sobre los $86.300.
Desde luego, el riesgo en las inversiones en acciones es mayor. Si se compara la volatilidad de los resultados, la inversión en acciones ofrece una variabilidad que duplica a la de los bonos y es 20 veces mayor que las colocaciones menos rentables. El binomio riesgo-rentabilidad nuevamente demuestra ser una verdad escrita en piedra en el mundo de las inversiones.
En conclusión, bajo una óptica de mediano o largo plazo es imposible soslayar la importancia que las tenencias en acciones revisten en la cartera de un inversor. El contexto actual, con elevada inflación y actividad retraída a cuarteles de invierno pero con perspectivas de que un cambio de ciclo en la política económica recompongan la senda de crecimiento, las apuestas a estos activos de renta resultan de análisis obligatorio para los inversores.